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Cómo parar un balazo con la palabra

COMENTARIO TRAGICÓMICO (O de cómo la estupidez no tiene límites, como la inteligencia)


Lo
que sigue fue motivado por las inefables opiniones de un ignoto sociólogo –
aparentemente radicado en El País de las Maravillas – entrevistado en una FM zonal. Aparentemente iguales
conceptos habrían sido vertido en una emisora AM de la Capital Federal.

Muy
suelto de cuerpo, el profesional consideró que terminar con la violencia
utilizando la fuerza, aunque sea moderada, no servía para nada. Esto es, que
apelar a los métodos que utilizó el
ex alcalde republicano de Nueva York, Rudolph
Giuliani
, para lograr morigerar el accionar de los delincuentes, no serían
apropiados en nuestro país, a pesar de los excelentes resultados que dieron en
N.Y.

El
mensaje del sociólogo a los oyentes, solo era de paz, amor y altruismo: aconsejó sobre la importancia de hablar con el delincuente, dialogar
con él con toda calma, procurar atemperarle su fiereza, provocarle un sosiego
inefable y placentero.
Para rematar su cháchara, “amenazó” con poner en circulación un opúsculo que orientará
a la ciudadanía sobre la mas apropiada manera de conducirse.

Como
el tiempo radial resulta tirano, este espécimen de la no-violencia no pudo –
o no supo – adelantarle a la audiencia con qué tipo de discursos se debía
aplacar a los “fuera de la ley”
para que cambiaran de actitud. Esto es, conseguir
que en lugar de robarnos nos tiraran unos devaluados pesos para paliar nuestras
propias crisis.

Se
impone, también, decir que este comentario me fue dictado por los viles
asesinatos de
tantos policías que por un magro estipendio luchaban a diario
contra la delincuencia en inferioridad de
condiciones legales
.

A los sepelios no asistió ninguna organización de
Derechos Humanos, cuya única preocupación es el trato que se le pueda brindar
a los delincuentes, saqueadores, violadores y asesinos de policías. Tampoco
emitieron una sola declaración condenando estos episodios:
los muertos por defender a los ciudadanos no dan réditos.

El
sociólogo pretendió hacer creer que con unas pocas palabras, como única forma
de defensa, se lograría superar dignamente un intento de asalto. Pero (siempre hay un pero) olvidó que existen situaciones en las que el
verbo
puede ser una barrera insuperable.

Si quienes van a ser robados
padecen de mudez o son tartamudos, se
verán en figurillas para entablar un diálogo fecundo con su atacante. También
puede darse el caso de un ladrón sordo… En fin, el experto tendrá soluciones
para casos como estos en su folleto orientador.

Supongo,
deduzco, intuyo que este buen señor debe haber pergeñado algún método para
hacer frente a situaciones límites.

Si es así, los fascículos que promete
deberían ser distribuidos en Bancos, Estaciones de Servicio, Farmacias,
Organismos de Seguridad, Supermercados, Kioscos, Almacenes Barriales, Centros de
Jubilados y Pensionados, Jardines
de Infantes, Escuelas Primarias, Secundarias y Universidades. Y también en los
establecimientos carcelarios, aunque para éstos lugares deberían ser impresos
en un papel que posea alguna otra utilidad…

Para
coadyuvar en la notable cruzada del sociólogo-predicador, cuyas ideas parecen
extraídas de textos editados entre 1853 y 1880, le arrimo algunos ejemplos que podrían tenerse en cuenta al
publicar su opúsculo, que
podría ser patrocinado por los Hospitales Borda o Moyano.

Para
divertimento de los lectores, veamos las propuestas que le arrimo al Mahatma Gandhi criollo:

a)
ASALTO A UN BANCO – Cuando los asaltantes irrumpan en alguna entidad, el policía de turno
bajará de la garita y con una amplia y franca sonrisa los recibirá con toda
amabilidad, invitándolos a tomar un café con el gerente para dialogar sobre el
tema “El
trabajo
es centinela de la moral”.

Seguramente que después de la fructífera plática, en cuyo transcurso el
gerente pondrá en juego toda su dialéctica de persuasión, apelando a términos
lunfardos, como guita, yuta, transa, etcétera, los malvivientes, seguramente ya
conversos y al borde del llanto, depondrán su actitud y considerarán cambiar
de ramo.

El bancario les ofrecerá entonces
alguna recomendación laboral y como recuerdo les entregará un afiche con la
leyenda: “Todo se adquiere con el trabajo, hasta la virtud”.

b)
ASALTO A UNA FARMACIA – Si algún
establecimiento es visitado por jovenzuelos
que pretenden, armas en mano, dinero y estimulantes, el boticario apelará al
mejor tono paternal y les dará una clase magistral sobre la conveniencia de no
utilizar más la drogadicción para superar problemas de hambruna y falta de
trabajo.

De vez en cuando, mientras le expone a los muchachos su lección de química
orgánica, se frotará reiteradamente los ojos con un pañuelo.

Es de extrema
importancia que insista en que el uso y abuso de la “merca
conduce inexorablemente al catre del forense. Y recitará a Pitágoras: “El
temor del divino juicio en la otra vida nos debe distraer y retraer de todo
vicio”
.

Para concluir con su actitud, que deberá ser conmovedora, les
obsequiará a los púberes una gruesa de preservativos advirtiéndoles que
con el SIDA todo cambia y nada sobrevive
. Seguro que los chicos se retirarán
chochos de la vida, lamentando que las balas no sean supositorios de Causalón.

c)
ASALTO A UNA ESTACION DE SERVICIO – El jefe de la Estación, propiedad de OPESA
S.A.,
subsidiaria de REPSOL-Y.P.F.,
trabaja en su oficina de vidrios espejados y observa que dos muchachones,
cabalgando una moto de alta cilindrada, ingresan en la playa.

Uno de ellos viste
una camiseta de Boca. El jefe buscará en un armario, repleto de casacas de
Independiente, River, Rácing, Vélez, San Lorenzo, Almagro, etcétera, y se viste con una xeneixe que
tiene un bruto número 10 en la espalda.

Al verlo salir, los ladrones le sonreirán
con simpatía. El representante de OPESA S.A. los invitará al remozado y bien surtido local de “AM-PM”
para echar un parrafito. Deberá conocer de memoria la teoría de Labruyere, que
sustenta el sociólogo predicador: “Más logra la dulzura que la violencia”. Los invitará con
una hamburguesa completa, gaseosa y café.

Mientras manducan, los jóvenes tendrán
ocasión de escucharán que progresar en la vida no consiste en recoger
donativos con vehemencia, sino con calma y generosidad. “¿Por qué seguro que ustedes
buscan donativos, verdad?”,
les pregunta. El jefe les aclarará que no
se puede dar dinero sin acompañarlo con la bondad del corazón. Y hará ademán
de tirarles algunos pesos diciéndoles, que eran comprarle medicamentos oncológicos
a su mamacita.

Obviamente los ladrones no aceptarán. Conmovidos darán las
gracias, montarán la moto… y adiós. Le cabe mucha razón al sociólogo: nada
ablanda más un corazón duro que una conversación ilustrada y un buen
camuflaje. Lo triste del caso es que el encargado de REPSOL-Y.P.F.
sea fanático de Ríver.

d)
INTENTO DE ASALTO A UN NEGOCIO
Un sargento de la Federal, que recorre la zona cuadra a cuadra, observa en
Corrientes y Santa Fe a un hombre con una itaka
en la mano, mirando atentamente a un maxikiosco.

El representante de la ley se
le acercará, se quitará galantemente la gorra y con toda urbanidad le
preguntará si el arma es para cazar perdices. Ante una respuesta afirmativa, el
sargento le informará, primero, que no es época de caza porque se estableció
la veda, y segundo, que difícilmente encuentre perdices en un lugar tan
concurrido.

Como para cumplir con la reglamentación vigente, el policía le
solicitará al hombre el permiso para cazar. Sorprendido ante la amabilidad con
que era interpelado, el individuo de la itaka le responderá que lo olvidó en su hogar, un dúplex
situado en Fuerte Apache.

El sargento, que seguramente debió hacer leído al
sociólogo, le dirá al hombre que lo vaya a buscar para verificar si está en
orden; que él lo esperará sentado gustosamente. El cazador agradecerá tan
cordial atención, ascenderá a un coche seguramente sin patente, y pondrá proa
hacia el bajo silbando bajito.

El policía estará feliz por haber evitado un
asalto y zafar de morir apenas abriera la boca para recitar el
discurso boludo
que le exigen decir. Agradecerá la posición aristoteliana
del sociólogo: “El poder está en los jóvenes;
más la prudencia en los viejos”.

e)
ASALTOS BARRIALES

1) Si el asaltado nota sobre el labio superior del caco rastros de una
sustancia blanca, seguro que el tipo se dio un nariguetazo
(calificativo de Lestelle al
presunto hábito de algunos diputados). Entonces la prédica anti-asalto del
sociólogo adoptará un carácter histriónico.

Esto implicará una actuación
teatral, al mejor estilo Héctor Alterio, que conmoverá las fibras más íntimas del ladrón. Deberá confesar que
uno también aspira; que está en crisis; que requiere una dosis con urgencia
porque si no colapsa ahí mismo; que por favor necesita ayuda (no olvidar
arrodillarse como Al Jolson cantando “Mamie”,
sacar la lengua, tiritar y frotarse el naso repetidamente).

Logrará una palmada
fraternal en el hombro y un raviol en la mano. Entonces habrá que ponerse de
pie, semi lloroso, abrazar al comprensivo chorro… pero no besarlo. A lo mejor es medio trolo y el problema, en lugar de superarse, se
agrava…

2) Si el que intenta robar invade una vivienda a punta de pistola, hay que
dejarle expedito el paso de manera afable y cortés. Si al hablar expele cierto
olorcillo dulzón, seguro que se fumó un porro para darse ánimo. Para casos
como este más vale prevenir que curar.

Hay que tener siempre a mano tres o
cuatro cigarrillos marca Doña María
Juana
. Se lo invita a tomar asiento en el mejor sillón del living e
invitarlo con un pitillo. Seguro que dejará el arma en la mesa ratona, se
recostará cómodamente y lo fumará con placidez.

Entonces es el momento de
comenzar la lección de ablande, que
seguramente está en el instructivo de sociólogo. Y se arranca con aquellas
palabras de Cicerón que ilustraban que “para
vivir bien y honestamente, una corta vida siempre es larga”.

Y se
sigue con que si uno volviera a comenzar a vivir haría todo lo contrario que
hasta ahora hizo; que lo que se aprende de joven dura toda la vida. También se
le puede recitar algo de Lope de Vega,
como ser:

“A mis soledades voy,

de mis soledades vengo,

porque para andar conmigo

me
bastan mis pensamientos”.

Y se le encajeta otro
porro, cosa de que quede tan embolado que pida que lo lleven hasta su casa, lo acuesten, lo arropen y le den el besito
de las buenas
noches.

Cuando despierte quedará
en extremo agradecido al
benefactor que trató de robar. Seguramente dejará de robar porque más motivan las dulces palabras y las paternales actitudes que los malos ejemplos.

CONCLUSION

Y
ahora, volviendo a hablar en serio, debo confesar que desconozco si el sociólogo
estuvo alguna vez en una situación crítica y logró poner en práctica su
tesis del diálogo para frenar un
balazo.

Sin embargo, con todo respeto y sin el menor ánimo de parecer grosero, ofensivo
o agraviante, debo traer a colación una frase de don Benjamín
Franklin
que sí sabía mucho de violencia a pesar de ser un obsesivo
pacifista: “La
experiencia es una escuela muy cara; sin embargo, los desatinados no aprenderán
en ninguna otra”.