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Terapias alternativas: ¿sí o no?

La práctica médica es un reflejo de los aspectos sociológicos de cada época; todas las ideas, las creencias, los ideales y la ética de una época en particular se ven incluidas en la forma en que esa Medicina y sus participantes directos ( los médicos y los pacientes) se comportan.

 

 

Hipócrates decía que “ un médico si es también filósofo, es
casi un dios ”. Médico es el que tiene la capacidad de ver en los enfermos
“pacientes” y no “casos”.

Félix Martí Ibáñez solía decir: “ que el médico contemporáneo
debe aspirar a curar no al enfermo-hombre, sino al hombre-enfermo,
ofreciéndole consuelo, consejo y guía para su retorno a la sociedad de dónde su
enfermedad lo aisló; ya que la más trágica consecuencia de la enfermedad es que
aísla al paciente ”.

Cada sociedad sustenta un concepto distinto respecto a la
diferencia entre
salud y enfermedad, valorando al paciente de acuerdo a
las necesidades que esa sociedad tiene de sus componentes individuales;
si se los considera útiles e imprescindibles o si se los tiene en cuenta
únicamente como un relleno del cuál evita hacerse responsable.

Aún hoy en día, en ciertas localidades de varios países
asiáticos, una persona le paga al médico sólo mientras está sana, y deja de
abonarle cuando se enferma.

Si en algo ha evolucionado la Medicina en el curso de los
últimos 4000 años, es en lo que se refiere a considerar en la actualidad al
hombre y a la enfermedad como parte de una misma realidad.

Por eso no es fácil comprender cómo en algunos países,
quiénes ejercen una Medicina Convencional u ortodoxa, desprecian, ignoran y
desacreditan tanto a la filosofía de las Medicinas Alternativas o heterodoxas
como a sus practicantes, siendo éstos últimos los defensores acérrimos del
concepto de unidad entre el cuerpo y el alma, de la idea de “ unicidad
” con la Naturaleza y de la indiscutible evidencia de que el enfermo no es un
síntoma aislado
sino que interpreta en sí mismo a todo el Universo
dinámico, con un mundo interior construido con el pensamiento y con los
sentimientos y capaz de influir en su mundo exterior a través de sus acciones.

Uno no puede menos que preguntarse ¿“cuándo los médicos
alópatas comenzaron a olvidar que las causas de las enfermedades hay que
buscarlas en el entorno en el que vive el paciente y en el que se
desempeña y se desgasta, y en su forma de vida, y en su historia
personal
(antecedentes familiares, constitución individual y genética,
personalidad)?, y también ¿cómo es posible que un médico pueda denigrar a
aquellos otros colegas que se interesan más en la biografía de cada
enfermo que en el lugar que ocupan en la cadena del consumo ”?.

Al médico que ejerce alguna de las Medicinas Alternativas se
lo acusa de practicar una “Medicina empírica”, por el hecho de estar
envuelto en una filosofía que sitúa en un lugar más elevado 1º) el diálogo
con el paciente, 2º) la aceptación de sus creencias e ideas particulares,
3º) el contacto estrecho con sus sufrimientos y sus sentimientos, 4º) la
comprensión de la forma dinámica en la cual la enfermedad cambió la vida
del enfermo y la de su entorno inmediato.

Todo médico tiene la obligación sagrada e ineludible de
utilizar todos sus sentidos para explorar el cuerpo, la mente y el espíritu de
su paciente, para formarse una imagen unificadora y totalizadora lo más
fidedigna posible de la enfermedad que lo aqueja y en la cuál basar la
estrategia
del tratamiento más adecuado.

Los recursos a los cuáles las Medicinas Alternativas recurren
para lograr ese objetivo fueron siempre tildados de irracionales, primitivos,
mágicos
o de estar alejados de todo fundamento científico.

La voz acusadora siempre proviene del mismo sector de la Ciencia Médica que
produce nubes de polvo para ocultar sus fallas más notorias, las que escudándose
en los avances tecnológicos ( que las
Terapias Alternativas jamás despreciaron)
terminan relegando a un plano inferior al verdadero depositario de nuestros
esfuerzos, que es el enfermo, a quién consideran ( como se hacía en la
medicina primitiva) ni más ni menos que un “ pecador ” que merece los
males que lo aquejan, actuando el médico el “rol” del sacerdote capaz de “
conjurar
” el mal, en vez de “ ponerse en el lugar ” del sufriente,
que es su verdadera e inobjetable obligación.

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