Voy
por la geográfica arista sanjuanina,
arrastrando
gozosa mi propio itinerario.
Siguiendo
el dorado transitar del sol
cálido,
inmutable, previsible y gregario
Alegre
de alegría o de llanto llorado.
Mi
río, el del pueblo naciente.
Arriba,
cristalino y helado
renacedor
del aire y las crecientes,
de
la vida apacible y los sembrados.
A
su orilla voy andando
cabizbajo
y callado caminando.
Mis
pies se aferran a las piedras,
tantas
y muchas piedras aferradas.
Conocidos
colores o ignorados.
Sueltas
o hundidas. Rodantes o abrazadas.
Siempre
allí, eternas, integradas
al
mágico universo sin caminos,
en
perpetuo coloquio con el río
con
voces repetidas o inventadas.
Interrumpo
ese canto y me asimilo
Un
instante feliz de vida entera
Casual
encuentro del alma y lo infinito
De
lo eterno del agua y la fugaz viajera.
Me
deslizo feliz en aguas de deshielo,
Turbulenta
herrumbre con espumas.
La
que nació de nieve. Pura,
transparente.
Y
luego en el camino se despeña y embarra
Con
la tierra robada para siempre jamás
En
el tiempo total. En la historia, la tuya y mía.
La tierra, la piedra y el río siempre están.
Por Ana Victoria Izarduy ([email protected])
San Juan, 2001