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La sexualidad después de los 60

El otro día, conversando con un amigo, le comentaba sobre la vida sexual activa de mis abuelos, a los ochenta y tantos años. Se quedó muy extrañado y me dijo: “Pero cómo, ¿y todavía pueden?”

Al día siguiente me señaló
que se había quedado muy impresionado con mi comentario, que le había quedado
dando vueltas en la cabeza el hecho de que sí se pueda.

Los seres humanos somos únicos. Cada persona vive su vida de manera distinta y
nos pasan cosas diferentes frente a los mismos estímulos.

Las personas mayores
son “jóvenes que tienen más años”. Algunas necesidades pueden modificarse, pero
la base de necesidad de afecto y placer continúan vigentes aunque nuestra
cultura considere extraña la posibilidad de que el sexo puede experimentarse
hasta el final de la vida.

Uno de los mitos más extendidos es que sexualidad y
reproducción van juntas y que la capacidad de goce sexual es inversamente
proporcional a la edad que tenemos.

La relación de cada persona con su sexualidad será similar a la que sostenía
cuando tenía menos edad. Es decir: si para un individuo el sexo es placentero,
una actividad disfrutable y rica, lo mismo ocurrirá al hacerse mayor. Seguirá
disfrutando del sexo y de la sensualidad.

Si, por el contrario, para alguien el
sexo siempre constituyó una “obligación” o un área difícil y problemática de su
vida, continuará ocurriendo lo mismo y la tendencia será a alejarse de esta
vivencia. La aproximación de cada persona al sexo no se modifica porque soplemos
más velitas en nuestra torta de cumpleaños.

Y así como en las distintas áreas de
la vida, experimentamos cambios a medida que vamos desarrollándonos, también
puede haber algunas modificaciones en el campo de la sexualidad.

El estado físico y psicológico de una persona dependen fundamentalmente del
cuidado que ella se dedique durante su vida. Mientras más nos cuidemos a lo
largo de nuestra vida, a medida que pasa el tiempo, estaremos en un buen estado.

Dicen que la función hace al órgano. Esto también se aplica a la sexualidad, no
solamente desde lo puramente genital, aunque ello, por supuesto, también está
incluido.

Si un hombre o una mujer se ejercita, come bien, se cuida de
situaciones estresantes, se mantiene activ@, es muy probable que al madurar, su
organismo responda de acuerdo con estos cuidados. Si por el contrario, esta
misma persona se descuida, es sedentaria, come mal, se hace “mala sangre”
constantemente, tiene relaciones conflictivas con otras personas, probablemente
esta situación repercutirá en su salud, tanto general como sexual.

El tiempo pasa y las personas cambiamos. Cambia nuestro cuerpo, cambia nuestra
sensibilidad emocional, cambia el ritmo con el que hacemos las cosas y con el
que las cosas nos pasan. Esto sucede en todos los ámbitos de la vida.

En la
cultura occidental contemporánea existe una concepción errónea (casi siempre
estimulada por los discursos de personas jóvenes) que señala que los individuos
dejan de tener una vida sexual activa después de una edad determinada: muchas
personas no conciben que con más de 60 años sea posible vivir una sexualidad
activa y placentera.

Pero esto no es lo que dicen quienes ya pasan la barrera de
los 60 años.

También existe la creencia de que en el caso de que se mantenga una vida sexual
activa, ésta debe ser igual a la que se experimentaba durante la adolescencia o
la juventud. Esto pueden resultar sumamente frustrante, porque así como el ritmo
para caminar cambia, se pone más lento, lo mismo ocurre con la respuesta sexual.

Hombres y mujeres vivimos los cambios de distintas maneras. Los varones pueden
tener una respuesta eréctil más lenta o necesitar más estimulación para
alcanzarla. Además, puede tardar más la eyaculación (cuando se produce) y el
período refractario (el tiempo que transcurre entre una erección y otra) puede
prolongarse.

Es posible que disminuya la necesidad de orgasmos en un lapso
determinado, aunque esto no necesariamente implique que tenga menos cantidad de
relaciones sexuales. También puede ocurrir que se produzcan orgasmos sin
eyacular. Todos estos cambios se relacionan exclusivamente con lo genital.

Las mujeres también pueden experimentar cambios en el ámbito de la genitalidad,
la mayoría de los cuales están originados en las modificaciones hormonales.

Cuando el ciclo reproductivo llega a su fin, los ovarios ya no están en
capacidad de ser fecundados y disminuye la cantidad de estrógeno que éstos
producen, pueden generarse situaciones como resequedad vaginal (con una
consiguiente incomodidad o dolor durante la penetración), la excitación y el
orgasmo puede ser más lentos y requerir una mayor estimulación y la piel de todo
el cuerpo, por ejemplo, puede volverse un poco más seca y menos elástica.

Hay
soluciones para estos inconvenientes, si llegan a producirse.

Lo positivo es que también sucede que muchas mujeres experimentan un aumento del
interés sexual cuando el embarazo deja de ser una preocupación y las parejas, al
quedarse nuevamente solas (hijos e hijas se hacen mayores y se van) tienen más
tiempo para relacionarse íntima y sexualmente.

A nivel emocional, sin embargo, la necesidad de afecto, de sentirse atractiv@ y
gustad@, de sentirse “potente” en los hombres y deseable y deseada en las
mujeres no se modifica. Cada persona vive los cambios de una manera particular y
en su vivencia están involucrados muchos factores tanto biológicos, como
psicológicos y culturales.

La sexualidad no se termina con la juventud y es
posible vivirla quizás a otro ritmo. Suele haber soluciones para la mayoría de
los problemas (cuando los hay) y la posibilidad de explorar maneras distintas de
experimentar placer: sol@ o acompañad@.

Conversar con otras personas puede
ayudar a poner palabras a sentimientos que pensábamos eran únicos en nosotros. Y
como en otras áreas de la vida, el camino continúa, distinto, y con la
posibilidad de enriquecerlo.

Sólo hay que proponérselo.

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