Conociendo una y otra, y tener que elegir donde pasar la noche genera esta
inquietud y angustia excesiva tal cual Pessoa la nombra en Escrito en un libro
abandonado en un viaje, aunque en esto de decidir dónde pasar la noche no creo
que sea una angustia por nada: las dos son igual de hermosas y bien diferentes.
Es por esto que Lisboa, Sintra y sus alrededores lo voy a presentar en
episodios, puesto que vale la pena detallar cada uno particularmente.
Lisboa es muy particular y gana encanto por detalles que le son propios: unas
calles empinadas, angostas, adoquinadas y laberínticas que terminan en el río
Tajo, sus miradores, sus veredas en blanco y negro y fachadas con hermosísimos
azulejos.
Justamente por sus veredas, Lisboa puede ser recorrida mirando hacia el suelo:
infinitas piedras en blanco y negro dibujan formas que recuerdan el mar ya sea
por el barco que trajo los restos de São Vicente, patrono de Lisboa, o por esa
memoria de la época de Enrique el Navegante, donde los mares parecían no tener
fin, y menos el reino de Portugal. Pero no todo va a ser mirar hacia abajo. Hay
demasiado para ver hacia todos los costados.
Una buena postal de toda Lisboa y su rivera es llegar hasta el Castelo de São
Jorge. Su origen se remonta al siglo I antes de Cristo y fue la fortaleza de un
gobernante moro. Es un recorrido muy interesante. Intente llegar hasta la Sé,
Catedral de Lisboa, al pie del barrio Alfama, la parte de la ciudad más
conocida, más antigua y, en mi opinión, más hermosa.
La Sé es una catedral románica del siglo XII (foto derecha), iluminada por un
bello rosetón, fue construida sobre una antigua mesquita arrasada después de la
reconquista. Su estructura fue muy modificada después del terremoto de 1755.
Apenas separada por la calle de San Antonio se encuentra la iglesia homónima, en
el lugar en que nació el santo, la obra pertenece al arquitecto Mateus Vicente.
Aproveche y conózcala antes de seguir cuesta arriba. Si considera que la subida
puede resultar fatigosa, puede tomar un tranvía.
Las líneas 12 y 28, con sus líndísimos coches amarillos, trepan las callecitas
hasta el Castelo.
Hasta el Castelo, todo será cuesta arriba, pero caminar por esas calles
estrechas será adentrarse en lo que llamaría "el auténtico barrio lisboeta".
Además será sorprendido en la subida por unos miradores increíbles de la ciudad,
unas hermosas placitas y la ropa colgada en las ventanas, sobre todo las de
planta baja: si uno se descuida mientras camina, el viento puede llevarle a uno
un calzón a la cara.
Mientras se sube, también puede levantarse la vista al cielo para ver la trama
que forman decenas de cables que guían los tranvias amarillos que suben y bajan
por estas pendientes de la Alfama.
Un lugar que merece una parada de descanso es el Miradouro de Santa Luzia, donde
un balcón ofrece una admirable vista del río y los tejados que van quedando
abajo, sin olvidar la techumbre vegetal que proveen las buganvilas (en algunos
lugares conocidas como santa rita). Deténgase sólo un momento e imagine la
postal que sería el tráfico en el Tajo cuando Portugal era amo y señor de los
mares en épocas de Enrique el Navegante allá a principios del siglo XV.
Si es martes o sábado, puede acercarse hacia la Iglesia de São Vicente de Fora,
en los límites de la Alfama. A su lado se encuentra la Feira da Ladra (Mercado
de los Ladrones), un mercado de pulgas que vale la pena curiosear. ¡qué otra
mejor manera de conocer otros aspectos de la historia de los habitantes de
Lisboa, sino!.
Si es cerca del mediodía, justo antes de entrar a Castelo, tiene en las
callecitas adoquinadas del barrio de Santa Cruz que lo rodea, unos lindos
lugares llenos de macetas con flores, muy económicos para comer pescado
(infinitas variedades) y recuperar así las fuerzas consumidas en la subida.
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Lisboa