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Una fábrica de travesuras

Para qué sirven y para qué se usan los familiares en el caso de que tengamos una criaturita de Dios, que se comporta como un tiranosaurio rex enjaulado o como un émulo de mi pobre angelito I, II, III, que de ahora en adelante, denominaremos nuestro hijo, es la pregunta del millón de esta nota…

Lo que ensució, de lo lindo, el dulce bebé de pecho, cuando quiso retozar con el barro del jardín y dejar sus huellas plantadas por toda su alfombra; con altas pretensiones de emular a la persa con pelo de camello, que le costó parte de un Perú y otro poco del otro, no aconteció en su casa.

Porque, es tan solo un detalle más, sin insignificancia, que chico y gata quedaran momificados enfundados en metros y kilómetros de papel higiénico y rollos enteros de cocina, más el microfilm, hecho que no fue acaecido y contabilizado en sus aposentos. 

Y  retomando  el engrosamiento del legajo,  porque tampoco el felino escarchado durmiendo en la heladera y fagocitando de paso todo, absolutamente todo lo de allí dentro, tampoco sucedió en su hogar dulce hogar, ni les pertenecía a ellos o a su vecino, ni  el electrodoméstico  ni la mascota, en cuestión. 

Supongo que habrán reprimido la sonrisa por miedo a mi furibunda mirada canibalística que perciben atravesando las líneas telefónicas y porque no también, a esta altura, telepáticas, también. 

Serán los encargados de hacernos sentir peor que las cucarachas.  Total, la que caemos en la volteada de lo que al señor le dicta la imaginación, siempre es una, la madre

Los únicos optimistas que tratan afanosamente  de hacernos rescatar algo de positivo al engrosado prontuario de desastres varios que porta el menor, que da la casualidad es nuestro hijo no el suyo, con el que establecen una relación con un poco más de distancia óptima que preservan la sanidad de sus objetos personales  de sus legítimos lugares de pertenencia y la integridad de sus respectivos físicos.

Bregan, incansablemente, por el inclaudicable hecho de salvaguardar a la pobre criatura, claro total, a ellos no le fabricaron en su sommier una cama de clavos ni de agujas provenientes de lo que alguna vez, antes de pasar por sus manos, era un costurero. 

Total no son ellos los que quedan de un color rojo violento incendio, quedando como una maravilla delante de los dueños de casas ajenas con parte de ella rota a manos de su gurí. 

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