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Santa María de Huerta, un monasterio donde encontrar la paz

Crónica de un viaje al monasterio de Santa María de Huerta en donde encontré una sensación de paz que no quiero perder 


Lo
recuerdo como un fin de semana donde contactar con el silencio.

Nos
reunimos un grupo como final de un proceso de desarrollo humano “Lo Uno y lo
diverso” . Antes habíamos trabajado la meditación, la relación con padres-jefes,
el nosotros y por fin llegó el trabajo con lo superior.

Reservamos en Santa María de Huerta donde vive una comunidad de monjes. Desde
las primeras llamadas telefónicas para pedir las habitaciones nos atendieron muy
bien ofreciéndonos lo que tenían, incluso un comedor privado para comer en
silencio y no tener que oír absolutamente nada de los otros residentes, ya que
nuestro trabajo era contactar por lo menos con el silencio y si alguien llegaba
a mas pues fantástico.



El
Monasterio fue  una caja de sorpresas pues no tiene nada que ver ir a verlo como
el que va a un Museo a ir a pasar unos días, a vivir un poco ese ambiente.

Recuerdo los claustros, dos claustros comunicados; los paseos nocturnos entre
las columnas que te permiten jugar al escondite, los grabados del suelo y de las
piedras, las figuras representadas con toda claridad.

Hay otro
claustro mas en penumbra, sin tanta luz que permite ver como se ve en
la oscuridad de la noche, la vegetación del centro, los arcos que hacen una
silueta al cielo, la intuición que se va afilando y el miedo que quiere hacerse
notar.

Fue precioso. Mas allá, por una puerta bajo unas escaleras medievales en curva,
se sale a la huerta que da el nombre al monasterio. Cipreses, almendros, olivos,
árboles de fruta tan bien dispuestos para hacernos una sombra que ayuda a
descansar.

Pisar el
suelo con hierba fresca era un auténtico placer. Y mas allá el cementerio con
todas las tumbas iguales, con todas las cruces iguales con rayos dorados como si
de cada una saliera un sol sin estridencias. 

Un
encuentro con la muerte dulce, sin mas importancia que la vida, sin apartarla
y sin esconderla. 

En esta
comunidad los monjes se autogestionan por lo que podemos hablar de que nos
encontramos en un mundo completo mucho mas humano que el que se vive fuera, por
eso desde allí es mas fácil conectar con lo divino; no soy creyente pero algo
mas perfecto que lo que me rodea con frecuencia tiene que haber y desde allí
parece mas cercana esa perfección, facilita el acceso.

Un sueño: ir con una de mis obras favoritas a pasar unos días con el fin de
estudiarla a fondo.

El hueco
del comedor era impresionante, quedaban restos de la zona donde un monje leía
mientras los demás se alimentaban.


Se respira paz. Esas estancias tan grandes, tan espaciosas en las tres
dimensiones ayudan a la relajación.

La humedad de las piedras que componen los muros es especial, es un frío que
calienta el alma, si se vive no es una contradicción porque aquí no existen los
contrarios, todo está en el mismo círculo, en lo absoluto. Puedes pasar toda una
vida sin salir de allí y sin necesitar nada.

Bueno,
que no se si fue el Proceso, el Monasterio o el Proceso pensado para un
Monasterio lo que me dio esa sensación de paz que no quiero perder. Ojalá le
pueda servir a alguien mi experiencia.

Por
Ferarnal

¡Muchas
gracias por compartir su experiencia!

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