Share on facebook
Share on twitter
Share on whatsapp

Viajando en autocarril, Segunda parte

Cuarenta años después…

Al
recorrer esos antiguos derroteros me es difícil recordar cómo era en realidad el
viaje entre el campamento y la ciudad, y es algo razonable ya que todo ha
cambiado…el paisaje ya no es el mismo, ya no está el ferrocarril, la línea fue
sacada de sus raíces y los durmientes que la mantenían atrapada ahora
probablemente son vigas de alguna casa o sostienen un parrón, o quizás han
pasado a ser parte de el mobiliario de una casa.

El
autocarril fue reemplazado por cómodos mini  buses y el tren es un moderno
(casi) bus pullman de asientos reclinables, donde no hace falta ir a reservar el
asiento dos horas antes en el caso de que se deseara bajar de la montaña hacia
el valle sentado, ni tampoco es necesario reservar pasaje en el bienestar para
subir al campamento. Ya nadie espera el convoy con su cargamento de personas,
madres con sus pequeños, trabajadores que vuelven de su bajada después de meses
de estar peleando con la cordillera para sacar la riqueza de sus entrañas…

 Pero si se mira con los ojos de antaño, podemos ver la piedra de Copado, esa que
alguna vez alguien derribó sin pensar que era como un faro pétreo que iluminaba
el sendero que bordeaba el precipicio, paso obligatorio para llegar a Agua Dulce
desde donde ya se veía el campamento con su forma de árbol iluminado, la gruta
que a los pies de aquél tronco de edificios permanece aún hasta nuestros días,
que sobrevivió a grandes nevazones, aluviones y cambios de jefaturas, al
desalojo del campamento, huelgas, conquistas y derrotas…

 Pero así como los ojos se han vuelto más viejos, también la historia va dejando
recuerdos y vivencias que si no se cuentan se diluyen en el tiempo dejando
solamente una estela de que a veces es bueno creer que la vida siempre es buena
en su momento y que todo tiempo pasado fue mejor o peor en la medida que el
presente significa la promesa de una  mejor  vida para los que siguen luchando
en las entrañas de la cordillera… 

El
viaje por lo que ahora es el Tramo 5 no siempre era placentero, sobre todo
durante esas nevadas tan grandes que en esos tiempos llegaban, donde los
inviernos eran crudos y el campamento muchas veces quedaba aislado de todo
contacto con el resto del país. Más nunca faltó el alimento, ya que los gringos,
grandes previsores, de alguna manera se las arreglaban para que el harina, el
azúcar o los cigarros llegaran a Sewell, ya fuera en un Capacho o abriendo una
de las grandes bodegas de los comerciantes que se hicieron ricos como
concesionarios de los almacenes que surtían el campamento, y que también fueron
parte de la historia del mineral El Teniente, Braden Cooper Company en esos
tiempos.

 Cada familia tiene una historia que contar, relato que estará lleno de nieve y
ventisca, de turnos y vacaciones en el valle, aunque las mejores vacaciones eran
las de invierno, época en que la acrópolis se transformaba en un centro de
esparcimiento y amistad. Florecían las fiestas, malones, los paseos al cerro con
un trineo artesanal hecho de la mejor manera posible, donde una pala o un pedazo
de nylon eran tan buenos como el mejor de los toboganes de los extranjeros; las
sesiones de natación en las diferentes piscinas que existían de agua temperada
mientras que en el exterior la nieve caía o la escarcha brillaba con los
potentes rayos de sol que entre las siete y las seis tocaban los techos de los
edificios, llamados camarotes o casas en el sector de la Población Americana,
especie de condominio que limitaba con el Hospital de Sewell, y con el camino
que conducía hacia la Romana de la Mina, los edificios sesentas, el 31, la
escuela femenina número 12, el moderno edificio 501 y mirando hacia el río,
abajo, la cancha  de tenis que alguna vez sirvió de escenario para los
campeonatos de baby-fútbol que en el verano se realizaban.

 Cuentan los mayores de mi familia, que  María Escobedo llegó desde la capital,
oriunda del cajón del Maipo, casada con un español que llegó a trabajar en el
mineral y con una fonda donde vendía la pensión a los mineros de aquél entonces
y al tiempo quedó esperando un bebé. Cuando llegó el momento de dar a luz, el
español  fue a busca a un médico con tan mala suerte que producto de la nevada
que en ese momento había en la cordillera, cayó en un hoyo donde murió debido al
intenso frío y tal vez de alguna herida.


María Escobedo tuvo que parir sola y en medio de la noche invernal, y nació
Enriqueta. Siguió trabajando colmo una leona solitaria que cuida su cachorro y
pasado un tiempo conoció a Francisco. Don Pancho, como posteriormente fue
conocido por sus amigos. Seguramente lo que primero lo atrajo a María, fueron
las ricas viandas que ella  preparaba, y la choca que cada día Francisco
consumía a la hora de colación en la Bodega de Materiales de Romana  donde
trabajaba. Pancho había sido contratado para transformar en tren de pasajeros
algunos carros de carga que desde el valle corrían al campamento, con los
famosos “enganches” de trabajadores que la empresa cada cierto tiempo realizaba
por los campos de las provincias cercanas, y algunas críticas de unos diputados
y dirigentes sindicales pensaban que no era una manera apropiada de transportar
futuros trabajadores de la mina, o la fundición, dependiendo de su estatura, y
de los callos de sus manos, no importaba el nivel de educación así es que
Francisco en poco tiempo se hizo cargo de la bodega porque era un hombre
instruido y de buen carácter.

 Francisco y  María se casaron y desde el vientre de ella ocho crías fueron
paridas, entre viandas y panes amasados, platos de quáker y de arroz con leche
al desayuno, los porotos con riendas o con mazamorra, y los tazones de té en
taza de “ Recuerdo”.


Esta es una de las tantas historias que el mineral produjo, a la par de los
lingotes de cobre que día a día el hombre extrae desde sus galerías.

 En
estos días, frente a la calle Millán reposa una de las locomotoras, de tantas
que acarrearon hombres y mujeres con sus sueños y desilusiones, con sus alegrías
y pesares, porque si alguna vez el tren sirvió para subir a ganarse el sustento,
o para bajar a ver el mundo de la vegetación y animales que desde Coya hacia
abajo existía, también algunas veces provocó muerte y sufrimiento, como cuando
cayó en Agua Dulce provocando mutilaciones y terror….eso fue un día Domingo….

 Continuará…