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Tigre y el Delta del Paraná

Historia “desconocida” de uno de los lugares más bellos de la Argentina, a pocos minutos de Buenos Aires

Desde mucho tiempo antes de que llegaran los españoles a
las orillas del Río de la Plata a principios del siglo XVI, las tierras del
actual partido de Tigre estaban pobladas escasamente. En las islas de Tigre han
sido hallados diversos túmulos o cementerios indígenas, de pueblos canoeros
guaraníes que vivían de la pesca y el cultivo de maíz, con una alfarería poco
evolucionada. Estos aborígenes habitaban la “frontera meridional” del vasto
mundo tupi-guaraní, delimitado al norte por el Amazonas y al sur en este punto
del Paraná, o “río pariente del mar”.

La primera mención histórica del territorio se remonta al 24 de octubre de 1580
en un documento firmado por el flamante refundador de Buenos Aires, Juan de
Garay, quien otorgó una merced de tierras en el valle del riachuelo de las
Conchas, que ”ha de correr con otra tanta suerte por la Tierra adentro legua y
media” a Gonzalo Martel de Gusmán, miembro de la expedición proveniente de
Asunción por tierra y río, que fundó Buenos Aires una segunda y definitiva vez.

Juan de Garay llamó riachuelo de las Conchas al curso de aguas muertas, hoy
conocido como río de la Reconquista, que hasta principios de siglo veinte
albergaba caracoles o conchas de agua dulce. El riachuelo de las Conchas y su
valle de llanura fueron uno de los pagos que rodearon la naciente aldea de
Buenos Aires en 1611 ya había unos diecinueve labradores que cultivaban trigo en
la comarca. Si la tierra silvestre valía poco -unos 50 pesos de la época por un
lote de 300 varas de frente por una legua de fondo-, los campos sembrados y las
chacras podían costar diez veces más.

Ya entonces, en la anegadiza desembocadura del riachuelo de las Conchas
funcionaba un primitivo puerto de cabotaje, nexo entre el mundo fluvial de las
islas y la no muy distante aldea de Garay, a un día de camino, que se
aprovisionó desde un principio con la leña y la madera del Paraná.

Junto a las naves de cabotaje -o contrabando- y el río, se fue articulando un
caserío que a mediados del siglo XVIII comenzó a figurar en los documentos como
pueblo de Las Conchas, nombre que también se aplicaría al pago de Las Conchas,
establecido a fines de ese siglo.
En los mismos años en que se reconoció la existencia del pueblo de Las Conchas
se lo clausuró como puerto, nada menos que por una cédula real que declaraba a
Santa Fe “puerto preciso”. En otras palabras, ninguna nave regular con bandera
de España tenía nada que hacer en el río Las Conchas.

Esta medida fue una tardía respuesta al creciente tráfico clandestino de
mercaderías provenientes de Colonia del Sacramento, que pasaban de las naves
contrabandistas a tierra firme por el cómodo puerto de Las Conchas. Al sur de
Buenos Aires, en Quilmes y la Ensenada de Barragán, sucedía lo mismo.

Desde 1680, cuando los portugueses se afincaron en la otra orilla del Plata,
hasta fines del siglo siguiente, cuando se los expulsó, hubo que enviar
refuerzos a la Guardia de Las Conchas, pues este punto era uno de los cerrojos
externos de Buenos Aires. A la cabeza de los refuerzos fue comisionado el
capitán Domingo de Acassuso, militar madrileño que el gobernador Herrera envió
desde Buenos Aires al pago de Las Conchas para contener de algún modo el
contrabando portugués. El capitán Acassuso tuvo suerte, pues capturó in fraganti
a los contrabandistas con sus mercaderías, básicamente géneros, producto que en
el Plata del siglo XVII podía valer muchas cuadras de campo.

El Real Consulado destinó 3.000 pesos para los gastos de traslado. En febrero
del año siguiente el virrey y la virreyna marqueses de Sobremonte con su
séquito, regimiento y banda de dragones asistieron, entre arcos triunfales y
cohetes, a la fundación de San Fernando de Buena Vista, así llamado por el
bonito panorama que se observaba desde esa última lomada en honor del príncipe
heredero, futuro Fernando VII. De inmediato se dio inicio a la construcción de
un canal a través de los bañados, que permitiera a las naves llegar hasta un
futuro puerto de San Fernando, es muy probable que este canal de un kilómetro
haya sido la obra civil más importante que se emprendió en el Virreinato del Río
de la Plata. También se ordenó despoblar Las Conchas, y así 143 vecinos
concheros emigraron a La Punta.

Pero ya entonces las ordenanzas de este tipo se cumplían con morosidad y el
despoblado Las Conchas se resistió a desaparecer. En agosto de 1806, año en que
nació San Fernando y debió morir Las Conchas, el capitán Santiago de Liniers
encontró de extrema utilidad desembarcar en el puerto de guardia frente a la
casa de Goyechea con una fuerza expedicionaria que desalojaría a la primera
invasión inglesa de Buenos Aires. A raíz del desembarco de Liniers, el riachuelo
o río de las Conchas perdería a mediados del siglo XX su nombre monárquico,
adaptándose el más republicano de río de la Reconquista. Consta que el ejército
reconquistador halló dificultad en superar los pantanos del camino a San
Fernando, pues el de 1806 fue un invierno lluvioso.

Los estragos que sufría Las Conchas no habían terminado. A un año de la
Revolución de Mayo de 1810, los navíos españoles hostigaban estas orillas y en
repetidas ocasiones desembarcaron tropas, asolando la comarca en ademán de
anacrónico reconquista.

Para defenderse, los vecinos organizaron una compañía militar que luego
devendría en el regimiento de Colorados de Las Conchas y también se alistaron
como marinos en las primeras naves de corso del flamante país. En 1812, en Las
Conchas quedaban 60 familias, en su mayoría pescadores, labradores y
comerciantes de frutas. Los habitantes, además de las invasiones de ingleses,
portugueses o españoles, sufrían las repetidas invasiones de las aguas: en 1813
se menciona ”nuevos ríos que se van formando, como es el que llaman el Tigre”.
Según Enrique Udaondo, en un plano de 1805 el nombre del Tigre aparecía como ”un
arroyito insignificante”.

El proceso natural que terminaría con Las Conchas y daría origen a Tigre culminó
en 1820. Año de gravísima crisis política en las Provincias del Sud, mientras
San Martín luchaba en el lejano Perú y se esperaba de un momento a otro una gran
flota española en el Plata, la naturaleza aportó un desastre más a la comarca.

Otra sudestada, que provocó una creciente entre el 19 y el 20 de junio, se llevó
el pueblo con más de un centenar de sus almas, y abrió definitivamente un nuevo
curso fluvial, transformando el insignificante arroyito del Tigre en un cauce
capaz de recibir las naves que hasta entonces hacían puerto en el río Las
Conchas, que el Tigre desangró de su caudal.
El río viejo no desapareció, pero quedó impracticable y su puerto languideció,
pues además de haber aparecido otro mejor, la península donde se encontraba se
había transformado en una isla.

Pero había nacido Tigre. Una polémica comenzó entonces entre los vecinos de Las
Conchas, partidarios del nuevo puerto que reclamaban un puente para carretas
sobre el nuevo río para alcanzar la nueva isla, y los vecinos de San Fernando
que defendían el canal artificial hasta su pueblo.

Una vez más, los vecinos de Las Conchas sufrieron un revés, pues se decidió por
la construcción del canal. El vecindario de Las Conchas se resignó a construir
un veredón o terraplén que asegurara las comunicaciones en todo tiempo con San
Fernando y Buenos Aires. El terraplén llegó hasta el canal, en cuya excavación
se dice que trabajaron los prisioneros tomados en las invasiones inglesas.
El hecho es que ya en 1827, a raiz de la guerra con Brasil (que tenía una flota
en el Plata), el gobierno de Rivadavia prohibió ”los desembarcos por otros
puntos que no sean los de los Conchas, Tigre y Canal de San Fernando”.

Hay una interesante descripción de la comarca visitada en 1828 por el
naturalista francés D”Orbigny, quien al regreso de una expedición al Chaco
desembarcó en Conchas por temor a los corsarios brasileños. ”… Recorrí la
aldea de las Conchas, la que es por su aspecto como una de esas pequeñas aldeas
del Sena, y se extiende a lo largo del río Las Conchas. Se compone solamente de
cosas donde se expenden diversos artículos caros y ordinarios y bebidas llamadas
para marineros, quienes los frecuentan. Una fila de barcos ocupa las riberas
fangosas del río, sobre el cual están situadas las casas colocadas sin orden, en
medio de huertas, bosques y de tierras inundables a tal punto, que las grandes
mareas del Plata, que frecuentemente tienen gar, se ven en la necesidad de andar
en canoas de una a otra cosa”.

Ya en 1584 un tal Agustín de Salazar, vecino de Buenos
Aires, vendió a un Pedro Morán ”una suerte de tierras en el río de los Conchas,
que tiene de frente quinientas varas y de largo una legua” y algunas otras
propiedades a cambio de ”una capa de raya mediotraida y unos calzones de lienzo
nuevos y más un jubón de lienzo y más un coleto acuchillado”. Se comprende que
durante el XVI y XVII el contrabando de géneros para Buenos Aires fuera un muy
buen negocio.

Con el capital adquirido como premio por su acción, el capitán Acassuso hizo más
capital. En las todavía desoladas barrancas de San Isidro, donde entonces no
existía más que un caserío de miserables labriegos llamada Montes Grandes o
Monte Grande, el capitán hizo fortuna en pocos años, pues ya en 1706 estaba en
condiciones de colocar la piedra fundamental del primer templo de la comarca,
construido por él mismo en advocación de San Isidro, patrono de los labriegos.

Domingo Acassuso fue el primer vecino renombrado de la comarca y en torno a su
templo de San Isidro Labrador nació un hermoso y próspero pueblo, en lo alto de
la barranca.

Con su flamante iglesia, San Isidro -todavía llamado indistintamente Monte
Grande- fue declarada sede de uno de los seis curatos fundados en 1730. El pago
de Las Conchas quedó así repartido entre este curato y los de La Matanza y el
aún más distante Luján, con lo cual para ir a misa algunos fieles tenían que
viajar dos dias a caballo. Las protestas de los vecinos de Las Conchas,
obligados a cabalgar nueve leguas hasta Luján para recibir un sacramento,
quedaron asentadas en las actas del Cabildo porteño, que sin embargo rechazó
este reclamo, mencionando las dificultades que se encontraban en invierno para
vadear el Las Conchas, cuando ”se hace impracticable su tránsito, valiéndose los
vecinos de canoas y balsas de cuero”.

En esos mismos años, el vecino porteño Francisco de Merio construyó una capilla
en su estancia, allá por el extremo oeste del pago de Las Conchas, que puso bajo
la advocación de Nuestra Señora del Camino, pues por allí pasaba el Camino Real
que llevaba a Chile y Perú, camino que mucho después se llamaría avenida
Rivadavia, y también R.N. 7.
En 1760 los frailes franciscanos, establecidos diez años antes, construyeron en
el pueblo de Las Conchas una capilla de Santa María, antecesora de un templo de
adobe que desapareció junto al resto del pueblo con la terrible crecida de 1820.

La parroquia de Las Conchas fue creada en 1780. Pocos años antes Concolorcorvo,
en su apasionante informe sobre las postas entre Buenos Aires y Lima, mencionó
que la Gran Aldea se aprovisionaba de ”mucho leño en rollos que traen los
lanchas de la parte occidental del Paraná, y muchas carretas que entran de los
Montezuelos de los Conchas”.

En El Lazarillo de Ciegos Caminantes, Concolorcorvo
describe además el ”deleitoso y fértil” camino de ocho leguas hasta el pueblo de
las Conchas, entre campiñas en las que abundan el durazno y ”los sembrados de
pan y maíz, con lo que se pastorean muchos ganados. Pasando el riachuelo que
nunca puede tener mucho profundidad, por extenderse en la campaña causando en
tiempos de las avenidos muchos atolladeros y bañados, que incomodan y atrasan
los jornadas, se encuentra un monte poco espeso de árboles que llaman talas y se
dilato por espacio de dos leguas”. Más tarde se lo conocería como El Talar de
Pacheco.

Según la Reseña Histórica del Partido de las Conchas de Enrique Udaondo (en la
que se basa esta síntesis) ”el pueblo de Los Conchas llegó a su apogeo comercial
a fines del siglo XVIII, y era tal la afluencia de buques que en la memoría que
presentó al rey de España el virrey de Buenos Aires, Marqués de Loreto, en
febrero de 1790, hace mención de ello”. En 1790 ya funcionaban nueve aserraderos
y un astillero en lo que un día todavía lejano se llamaría Tigre.

El pueblo de Las Conchas no tendría fortuna. A principios del siglo XIX estas
tierras, desde siempre bajas y anegadizas, comenzaron a revelarse un poco más
bajas y anegadizas que de costumbre.
Entre el 5 y el 6 junio de 1805 una breve pero intensa sudestada provocó una
creciente que destruyó casi todo el poblado y depositó algunas embarcaciones a
1500 varas de la orilla. A raíz de esta calamidad el virrey, siguiendo la
petición de los vecinos, propuso al Cabildo desplazar el pueblo a un lugar
mejor, que se encontraría en el paraje llamado La Punta.

”En otra recorrida vi sucesivamente San Isidro, La Punta y las Conchas. El
primero es un lindo pueblo que ve lo mismo que Barracas y sus cercanías de
residencia en verano a muchos ricos porteños. En La Punta, situada a más de una
legua al oeste de San Isidro, se hunde enteramente el barranco (…) por detrás,
en cuanto puede extenderse la vista, el país es llano, pantanoso, cubierto de
zarzales y espinilla que se envía en cantidad a Buenos Aires como leña. Toda la
comarca está llena de jaguares. El pueblo de las Conchas está a más de media
legua de La Punta, en la parte más llana del país, al borde de un arroyo que
desagua en el río Luján, un poco antes de desembocar éste en el Paraná. Pueden
llegar hasta este sitio los embarcaciones de muchas toneladas y en él descargan
sus géneros todos los que bajan por el río viniendo del Paraguay…”

Durante el gobierno de Rosas, el general Angel Pacheco y de la Concha compró la
gran estancia de El Talar en el pago de Las Conchas, tierras que antes
pertenecían a López-Camelo.
El pueblo del General Pacheco debe su nombre a este guerrero de la
Independencia, que luchó con San Martín junto a los granaderos a caballo. A
fines del siglo XIX, sus descendientes construirían en la estancia de El Talar
una bella mansión, que hoy es parte de un barrio privado, así como la iglesia de
General Pacheco.

En 1854 se censó que el partido de Las Conchas tenía 960 habitantes, de los
cuales 10 % eran extranjeros (españoles, ingleses, franceses, italianos,
portugueses y de otras nacionalidades).
En Las Conchas había diez pulperías y almacenes, 24 casas y 166 ranchos. Además
del comercio y la artesanía, las actividades productivas del pago (que tenía una
superficie de 13 leguas) eran la agricultura, con una legua cuadrada de
superficie cultivada distribuida en 82 chacras, y la ganadería, con 3.200 vacas,
2.000 yeguarizos y 4.200 ovejas.
El partido de Las Conchas producía animales en pie, cueros vacunos y lanares,
lana, sebo, grasa, manteca, papas, verduras y forrajes.

Dos años más tarde el gobernador de Buenos Aires reestableció una subdelegación
de Marina (que existía desde el tiempo virreinal y había sido suprimida por
Rosas) con asiento en el Canal San Fernando y jurisdicción sobre los partidos de
San Isidro, San Fernando y Las Conchas. En este documento se reconoce que ”el
puerto de Tigre es un excelente carenero para los buques de ultramar” y se
recomienda ”la conservación de sus bosques naturales o de uso común en el Miní,
los Caracoles y el Guazú por la parte del Norte, y desde el último próximamente
en línea recto hasta la altura de Zárate”.

Este mismo Canal de San Fernando dejaría algo perplejo a Sarmiento cuatro años
más tarde, cuando inspeccionó la zona como jefe del Departamento de Escuelas.

El fogoso prócer encontró y describió una toldería de ranchos del lado de San
Fernando y del lado de Las Conchas ”una línea de ranchos y habitaciones que no
han desmerecido el nombre significativo de proletarios”. Pero un año después ya
había una escuela (que sería dirigida por el eminente educador holandés Adolfo
Van Gelderen) junto al puente que unía ambas orillas, entre las que se nutría
una rivalidad creciente. San Fernando y Las Conchas se disputaban los derechos
percibidos sobre el canal, litigio que llegó hasta la Corte Suprema, que dio
razón a San Fernando.

El primer tren llegó a Las Conchas el 1 de enero de 1865. Con el tren se dio un
significativo impulso al desarrollo de la comarca: hasta entonces las carretas
tardaban un día entero de viaje para ir de Tigre a Buenos Aires. Dos años
después, una terrible epidemia de cólera (que según parece llegó por el Paraná
hasta Las Conchas, traida por los veteranos de la guerra del Paraguay) hizo
estragos en el partido, donde fue más grave que en Buenos Aires.Por el
contrario, durante la epidemia de fiebre amarilla de 1871, Tigre y Las Conchas
ofrecieron refugio a los vecinos porteños.

En 1872 asumió como primer intendente
municipal el doctor Daniel María Cazón, quien durante su administración impulsó
las escuelas, extendió el alumbrado, mejoró calles y caminos, construyó
desagües, plantó arboledas y desarrolló una tarea tan proficua que hoy Tigre lo
recuerda con el nombre de su avenida más céntrica.

Durante la presidencia de Sarmiento, se instalaron en Tigre los Talleres de
Marina, en un predio sobre el río Lujan en el que hoy se encuentra el Museo
Naval. Las aguas del Luján, entre Tigre y Las Conchas vieron en más de una
oportunidad el paso de naves y ejércitos. En 1859, después de la batalla de
Cepeda y el Pacto de San José de Flores, fondearon en Tigre cinco vapores de la
Confederación y cuatro veleros, en los que se embarcaron las tropas confederadas
de regreso a casa.
El 4 de octubre de 1877 estalló en el fondeadero militar del río Luján el vapor
Fulminante, desastre que dejó once muertos y arrojó fragmentos del buque hasta
25 cuadras de distancia.

En la revolución de julio de 1893, que convulsionó al vecindario, diversas naves
de la escuadra fondeadas en el Luján se plegaron a la sublevación y partieron
hacia Rosario. Un año antes, en el Talar de Pacheco, habían tenido lugar las
primeras maniobras modernas de adiestramiento del ejército.
En 1889 el partido cedió buena parte de sus 418 kilómetros de superficie
continental para que en el oeste naciera un nuevo partido, llamado entonces
General Sarmiento y hoy, Malvinas Argentinas, San Miguel y José C. Paz.

Hacia 1900, las islas de Tigre producían frutas y maderas, además de dulces,
conservas, embutidos y licores. Había varios aserraderos y talleres de
carpintería. En esos mismos años, se descubre con el esplendor de la Bélle
Epoque la faceta turística de Tigre, que se enriqueció en esos años con obras de
arquitectura notables.

La llegada en 1916 del tren eléctrico de Buenos Aires a Tigre acentuó el
progreso turístico y la popularidad de sus islas, cuyo atractivo ya había sido
descubierto medio siglo antes por Marcos Sastre, y confirmado por Bartolomé
Mitre y Domingo Faustino Sarmiento, quienes fueron entre los primeros y más
ilustres amantes del Tigre insular.
 


¿El Delta del Paraná tiene características únicas en el mundo? ¿Es verdad que
avanza a ritmo vertiginoso hacia el sur?


¿Por qué desapareció la industria naval en la zona?


¿Por qué se lo llama Puerto de Frutos?

¿
Está aún en pie el Tigre Hotel?


¿Por qué decayó el turismo en la zona por más de 50 años y ahora reflorece?

 Todas estas historias y los hechos más recientes que le dan vida a este lugar
geográfico tan especial se los contaremos a lo largo de nuestros paseos. Los
esperamos.


 Fuente: Cuerpo de Guías de Tigre