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Reglas claras para los hijos (propios y ajenos)

Las nuevas realidades de las parejas separadas y vueltas a casar, a veces hacen difícil la convivencia con los más chicos de la familia. Sepa las claves para una buena relación con ellos y con su pareja.

Los
dos elementos más importantes a tener en cuenta a la hora de establecer reglas
claras de convivencia son la comunicación y cooperación. Saber escuchar y
expresarse no sólo ante los chicos, sino entre adultos. Y cooperar tanto con la
pareja como con los hijos, sin formar bandos arbitrariamente con ninguno.



Es fundamental encontrar tiempo –un bien muchas veces demasiado escaso en la
vida adulta– para charlar con la pareja.


No se debe “robar” tiempo a otras actividades, en el sentido de aprovechar un
momento donde se está haciendo otra cosa para hablar de los problemas con los
chicos.


El tiempo debe ser exclusivamente dedicado a charlar de estos temas, para poder
hacerlo de manera relajada y atenta a las necesidades del otro.


Ser
padres implica que ambos deben entender que las reglas para los hijos se hacen
de a dos, no enfrentados uno con el otro. Explique a su pareja la conveniencia de
poner límites y marcar caminos a los chicos, y de hacerlo juntos.



Si su pareja no es el padre biológico de su hijo o hija, asegúrese de que el
chico entienda que, pese a estar separados, ambos son aún responsables por su
destino.


Es importante que perciba que ser padre es una tarea de equipo, de a dos, y que
ninguno de los dos, padre o madre, renunciará a su labor.


El aporte del adulto que no puede estar físicamente con su hijo en el día a día
también debe ser fundamental, y eso también deben sentirlo los chicos.



Como adulto responsable, observe las conductas de sus hijos y piense qué reglas
son las más necesarias para cada uno. Esto es, qué situaciones problemáticas
requieren de su intervención.


Hable de sus sensaciones como padre con su pareja, con el padre o madre del
chico y con el propio niño. Asegúrese de saber cómo piensa cada uno antes de
tomar una decisión.



En el momento de hablar con sus hijos, formule las reglas de convivencia de modo
que no se sienta despreciado ni dejado de lado.


Abra al debate, en términos que permitan que el chico pueda entender (y hasta a
los que pueda oponerse, siempre con argumentos propios de cada edad) los motivos
de sus decisiones.


Escúchelo y déjelo hablar sin interrumpirlo. Siempre que pueda, evite elevar el
tono de voz y jamás permita que el intercambio llegue al nivel del insulto o la
descalificación mutua.


En
la medida de lo posible, las reglas de convivencia deben ser consensuadas, esto
es aceptadas, comprendidas e internalizadas por la mayor cantidad de miembros de
la familia.


Si el chico se desenvuelve en dos hogares, es fundamental asegurarse de que las
reglas sean válidas para ambos y se cumplan en todo momento con supervisión de
uno de los padres.



Aunque, claro, quizás exista un número de reglas que deban ser distintas para
cada chico, si éste vive situaciones diferentes.


Por ejemplo, no habrá problemas en que monte su bicicleta si cuenta con el
espacio para hacerlo en uno de sus hogares. Pero si su otro padre vive en un
barrio peligroso, el tema estará completamente prohibido y fuera de discusión.


También intente ser claro en estos aspectos, para no hacer que el chico se
sienta “protegido” por un padre y “castigado” por el otro.



No está de más, siempre tratando de no ser demasiado antipático ni chocante,
escribir las reglas de la casa, para no enfrascarse en discusiones evitables con
un poco de previsión.


Si hay un documento escrito del que sus hijos tienen conocimiento, es probable
que el número de conflictos y malos entendidos disminuya.


Como
se sabe, las reglas se hicieron para romperse. Por eso, cuando se le impone un
castigo a los chicos, es fundamental consensuarlo entre ambos padres.


Esto no hace solamente a lo justo del castigo, sino a tener la certeza de que su
cumplimiento será supervisado por cualquiera de los dos.


Siguiendo
con este tema, también se deberá ser tolerante con el otro padre en caso de
que decida “hacer la vista gorda” en alguna oportunidad. Las excepciones
también existen, y siempre que sean justificadas (y no se repitan
constantemente) se deberá aceptarlas.



Es más, estos eventos servirán para aprender en qué ocasiones conviene dar un
poco el brazo a torcer. Y para darse cuenta de que lo corriente será que, a
medida que los hijos crecen, las reglas cambien.


Esto es lógica pura. No hay que tenerle miedo a este tipo de procesos, más bien
todo lo contrario. Un adulto responsable debe encararlos teniendo como premisas
los dos elementos ya mencionados: comunicación y cooperación.



Pero, claro, no todo es color de rosa. Muchas serán las ocasiones en que ambos
padres no se pongan de acuerdo en la conveniencia de alguna de las famosas
reglas.


Esto es normal: tampoco es bueno ser demasiado rígido ni basar la relación con
los hijos en un conjunto de reglas inamovibles e inquebrantables.


Lo que sí es fundamental es comprometerse profundamente en la educación de los
propios hijos, y entender que las reglas que se les impongan, sean éstas pocas o
muchas, están hechas con la mejor de las intenciones hacia ellos.

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