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Aventuras y desventuras de una mujer con muuucho por hacer

Algunos motivos para estar soberanamente cargado/a si eres mujer/madre/ama de casa/trabajadora…

Creer que es temprano y descubrir que el reloj se había parado hace rato.

Que la crema desmaquillante se nos entre en el ojo, como pancha por su casa, y estemos media hora llorando y otra media hora más tuertas, buscando la toallita higiénica que nos salve el ojo y salimos con el ojo negro más parecida a la esposa de un pirata tuerto que otra cosa.

Que lleguemos a la parada justo cuando el colectivo se acaba de ir y sepamos que no viene uno en horas.

Se nos cruza ir caminando, rezamos que pare la lluvia, como obedeciendo a nuestro pedido telepático: para, como si ya se hubiera escurrido toda la nube, esbozamos el intento de dar el primer paso que inicie nuestra caminata rumbo al trabajo y ¡zas! Se largó el chaparrón.

Nos resignamos a la otra hora más de espera y una realidad un poco húmeda nos hace reparar en que se nos olvidó el paraguas.

Que llueva y que un auto nos empape en la parada. Mientras oímos justo a nuestro lado un niñito que alegremente canta: que llueva, que llueva, la vieja está en la cueva, los pajaritos cantan, la vieja se levanta…

Y una que anda media perseguida con la edad, está chorreando agua y se le decoloran hasta la tintura barata de las canas, mira al niño con mirada furibunda que cambia ipso facto cuando la madre de la criaturita en cuestión también nos mira.

Que después de la certeza que se nos está haciendo inminentemente tarde: nos vayamos a bañar y no ande el calefón.

Que si ande, el calefón, pero que haya que esperar que encienda con todo fragor porque es otoño y el agua empieza a salir con estalactitas.

Que confundamos la crema de enjuague con el champú y estemos pidiéndole media hora espuma a la crema, hasta que comprendemos, en medio de una blasfemada completa, la confusión que hicimos.

Que cuando se apaga la luz y se enciende el deseo, descubrir que no hay más profilácticos.

Rezar para que llame, el último caballero que conocimos, cuando una quiere que llame, que generalmente sea cuando estamos hiper super producidas e impecables, pero él llama cuando a él se le da la gana y para no decir que no, salimos cuando él lo demanda, así estemos hechas unas brujas, no sea cosa que se arrepienta, aunque nuestra ropa interior sea un harapo.

Igual, nos consolamos pensando: por lo que va a durar, con suerte y viento a favor no es detallista y antes que pueda ver la mínima arruguita ya estamos en el fragor de las sábanas e intentando el kamasutra. Que cuando él llame nos duela la cabeza.

Que esperando su llamado, llame nuestra madre, nuestra vecina, nuestra hija, nuestra amiga, el consorcio quejándose por ruidos molestos, todos menos él.

Demorar ir a la peluquería, finalmente cuando vamos, dispuestas a hacernos chapa y pintura, entramos con un sol demoledor y salimos en medio de un diluvio que se larga justo en el último retoque del maestro peluquero.

Con lo cual en vez de solicitarle gel, espray y toda esa parafernalia habitual que solemos adosar a nuestra cabeza, le pedimos, amablemente, pero con un humor de perros: che, escúchame, por casualidad, eh…(cara compelida y medio puchero atragantado en la pupila, haciendo tono…), no tendrías una escafandra.

Que portemos síntomas de ahí viene la cigüeña y hasta el perro, el consorte y la suegra, parezcan estar embarazados, hacen cola ellos también para ir al baño. Y tienen ganas de devolverle a la naturaleza hasta el aire, haciendo juego con nosotras.

Tener ganas de hacer pipi y que suenen hectolitros de agua de una canilla mal cerrada, cataratas del que se esta bañando, o que justo estén desagotando una pileta, mientras nosotras preguntamos anudando las rodillas: ¿te falta mucho?, al que está adentro y de turno en el baño.

Querer hacer más pipi y que el más chiquito justo diga: “mami, quieroz haced caca”. Entonces una mira con resignación y deja pasar al que tiene prioridad.

Como en un naufragio, niños y damas primero. Una recuerda, con ese instinto maternal que Dios le dio y una se esmera pretendiendo mantener: que el dicho no dice: damas primero y niños después.

Entonces, una, lo mira con cara de: justo ahora se te tiene que ocurrir, pedazo de oportuno y lo deja pasar mientras se concentra en el Dalai Lama, con tal de que los esfínteres aguanten un poco más.

O que el líquido dorado pugne por salir, entonces la que salimos a la carrera seamos nosotras. Y en vez de hacer los 100 m llanos hacemos los 100 metros con obstáculos, salta de valla incluida.

Porque en nuestro camino se cruzan y descruzan, sin querer queriendo, el nene peleándose con la gata, gana la gata 10 rasgúñanos a cero, y la hermana a su vez, riñendo con ambos, porque entre gritos y maullidos, no puede concentrarse en la conversación vía celular, que nos factura en minutos a los padres, con su amiga; que retomó después de cortar en el msn porque se desconectó y en el teléfono de línea, porque en la carrera su madre se acordó de hacer un pedido a la carnicería.

Que deseemos maquillarnos y depilarnos en el pipi room y justo se nos rompa la lamparita.

Que nos surja la inspiración para escribir una nota en la computadora y justo se corte la luz.

Querer dormir y acordarse con maullidos de felino, y todo, que olvidamos darle de comer al gato. O su variante, ir reptando hacia la cama muerto de sueño y recordar que el gato está en celo.

Que justo nos sentemos a ver los dibujitos con el más chico y justo pasen la propaganda de la novela, en la escena erótica, cuando por fin los personajes principales, van a concretar y no lleguemos justo con el zapping para cambiarla.

Que nos pregunte un travesti algo mientras el más chico pregunta: mamá esa señora, con voz de señor, ¿qué te preguntó?

Que estemos con las moneditas justas y por razones de fuerza mayor mintamos por única y exclusiva vez la edad de nuestro hijo y el energúmeno en cuestión a boca de jarro diga: no señor yo tengoz cuatro añoz no tres y nos haga poner verde, roja y violeta violento el rostro denotando vergüenza.

Que la adolescente cuando la interroguemos como si nada, que hizo en el día de la fecha en nuestra ausencia, diga su correspondiente nada del día, y su hermano retruque con un informe parecido al de la Gestapo a cuántos tranzó su hermana, con cuantos se vio y con cuantos otros atorranteó de lo lindo.

Que justo salgamos del baño, en paños más que menores, y hayamos olvidado cerrar la puerta con llave y la mayor entre lo más campante con toda la horda de sus amigos adolescentes en edad de merecer.

Que cuando pretendamos enseñarle a leer y escribir al más chico, nos armemos de paciencia para no decirle pedazo de bestia, cuando pretenda escribir baca en vez de vaca y buela en vez de vuela, porque sino lo que tenemos ganas de que vuele es un cross de derecha pero a su cerebro y cerebelo a ver si se le acomoda, después de decirle quinientas veces que aprenda a escribir con las v que correspondan y no con las que a él se le antoja.

Porque vamos a resucitar de nuevo a Don Quijote de la Mancha, en su defecto, para que el noble caballero pueda enseñarle, seguramente renuncia y otra vez vivo resuelva seguir peléandose con los molinos de viento, porque seguramente es más fácil que enseñarle a nuestro hijo menor.

Entonces como motivos para andar cargados nos sobran viene haciéndose hora de: conseguirse un mano santa o brujo de cabecera, algo light nada de andar prendiéndole velas a cualquiera nomás, es para acomodar un poco las energías y vibraciones nomás.

Saber que non rezongarum largum vivirum est, que las cosas, como el vino, se toman con soda, sino como diría Rodrigo, pega más, pega más.

Para que cuando se nos arme la rosca y nos vengan encima las cosas, una diga, lo más alegremente, adianchi, como decía el celebre Alberto Olmedo con su popular personaje del mano santa.

Que, al final de cuentas, es un soplo la vida, que veinte años no son nada, pero se nos vuela todo en un siantamen y que nos cuestión de ir acumulando canas verdes con cada rabieta que uno suma diariamente. Chan, chan.

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