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El poder del buen humor: ¡atrévete a correr el riesgo!

Sería bueno que de cuando en vez incorporásemos a nuestras rutinas buenas dosis de carcajadas y de buen humor. ¿Quieres saber por qué?

Los
pasos se ocupaban de seguir uno detrás del otro llevándome por una calle de la
ciudad aquella tarde, imbuido en mis ideas, pensamientos que iban y venían y en
últimas pensando en todo y en nada, cual distraído con la mirada perdida y
llevado como en piloto automático avanzaba por las calles llenas de gente que
quizás, andaban como yo.


 

Absorto
en la nada y perdido en mi distracción, aparecieron unas fuertes y acaloradas
carcajadas sorprendiendo mi coloquio de pensamientos que se interrumpían a sí
mismos.


 

Eran
carcajadas realmente fuertes. Las sentía cerca de mí, como el calor sabatino
de ese día. Sin pretender lucir curioso miré por el rabillo del ojo y con un
ligero movimiento vi tras de mí a una dama joven en medio de dos muchachos que
con total desparpajo y desprevenidos soltaban esas risotadas encorvando su
cuerpo, agarrando su rostro, cerrando sus ojos, tomándose de la cintura.


 

Reían
libremente al viento y no se detenían a reparar en la gente que pasaba a su
lado y que miraban curiosos.


 

Hice
lento mi andar fingiendo buscar algo mientras miraba direcciones y permitir que
pasaran de largo. Guardando cierta distancia caminé cerca y me acompañé de
sus carcajadas.


 

Esas
carcajadas cargadas de emoción parecían haber eclipsado a esa joven y a los
dos jóvenes que la acompañaban.

 

No
sé si ellos tendrían algún problema, si en ese momento habría una situación
particular que les amilanara y palideciera su vida, no sé. Pero lo que sí sé,
es que esa manera de reír hacía que se generara en ese rato un paréntesis
respecto al pasado ido y el futuro aun no llegado, esa felicidad producto quizás
de algo sencillo y minúsculo, construyó barreras que de hecho repelían
cualquier preocupación que en ese momento no cabía en la vida de esos jóvenes.
Sólo estaban allí, contemplando activamente su presente.


 

Doblaron
en la siguiente esquina, los observé mientras seguía mi camino y veía que ese
momento, el momento de ellos, seguramente podría ser la delicia del individuo
que ajeno al placer de vivir, anhelaría sentir lo que esos jóvenes vivían en
ese instante con toda la fuerza de su corazón.


 

Qué
poder tiene el buen humor. Hace que caigamos absortos en el presente y le
bebamos a tragos enteros, un estado que sólo algunos alcanzan luego de profunda
meditación a través de los años y sin embargo si lo miramos bien, a veces
resulta tan fácil como se pueden alcanzar esos estados hermosos para el alma,
tal era el caso de esos jóvenes.


 

La
brisa tentadora suavizó la tarde que anunció el ocaso. Respiré profundo y las
carcajadas de los jóvenes que aun retumbaban en mis oídos dejaron dibujar una
sonrisa en mi rostro. Entonces mi expresión facial se suavizó, mis cejas se
relajaron, mi mirada se tornó amable, comencé a caminar erguido y pensamientos
favorables soplaron buenas venturas en mi mente.


 

Delante
de mí una dama cruzó su mirada con la mía y de inmediato sonrió. Bajó su
mirada pero se llevó consigo una sonrisa que yo le había compartido. Ella no
devolvió su mirada pero mientras caminaba hacia su destino vi como otro hombre
sonrió al cruzar la mirada con ella. Ella se perdió hacia el camino que la
llevaba al metro, y mientras ingresaba a la estación del transporte, las
personas que de allí salían, lo hacían sonriendo.


 

Aquel
hombre que se acaba de cruzar con ella pasó a mi lado sonriendo también y
siguió hacia su destino.


 

El
poder del buen humor, el poder de la sonrisa es contagioso. A veces resulta tan
fácil ser feliz y hacer feliz a otros, tan fácil olvidarse de todo y
entregarse a la plenitud de la vida.


 

Lo
interesante de aquella tarde fue que los jóvenes me dieron su sonrisa y sin
perder la suya me hicieron estar pleno en ese mi momento presente. Y sin proponérmelo
dibujé la sonrisa en otra persona que hizo lo propio con alguien más, que
seguramente habrá logrado lo mismo, y todo, sin perder mi alegría, sin perder
mi buen humor.


 

Sería
bueno que de cuando en vez incorporásemos a nuestras rutinas buenas dosis de
carcajadas y de buen humor.

Se
corre el riesgo con el buen humor, de sonreír, de lograr la felicidad propia en
el momento, pero también se corre el riesgo de lograr que otros despierten el
buen humor, y de paso se corre el riesgo que sonrían y que logren su felicidad
en ese su momento y ellos logren lo mismo en otras personas. Se corre el riesgo.


 

CORRA
EL RIESGO


 

Por Héctor Leonardo Mora Santiago

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