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Cuarentona y a mucha honra

Y, sí, he entrado en los cuarenta. Ya soy mujer de las cuatro décadas. Menos mal que Arjona nos dedicó, a las cuarentonas, un tema…

Con lo cual, me engancho como Sanchez y aprovecho la volada a ver, si como diría Rod Stewart, todavía puedo preguntar y preguntarme, aludiendo a su canción fetiche: ¿crees que soy sexy?

Otra cosa que suelen decir del 4 con el 0 es que es la plenitud de la vida. Bueno, puestas así las cosas, me propuesto investigar el asunto a ver cómo es esto, de qué se trata tener cuarenta.

¿Se entrará en una cuarentena? Fue lo primero que indagué. De paso, cañazo, me he instaurado un nuevo lema: el pueblo, de las cuarentonas, queremos saber de qué se he trata.

Porque mucho es lo que se dice pero la verdad, poco es lo que se confiesa, al respecto. Por lo pronto he descubierto que frente a la ley de gravedad, que se entretiene con mi cuerpo, bajando todo lo que puede, yo puedo contraatacar subiendo, a mi vez, todo lo que yo, puedo.

Lástima que aquello que yo puedo subir no son, por ejemplo, el par de egos chiquititos pero mononos, según me han dicho por allí, que la vida me dio, ni aquello que me sirve para aposentar en una silla toda mi anatomía, sino que puedo levantar todo aquello interno que tengo.

Porque sí, algo hay que subir ya a esta altura de los años, y como la ley de la gravedad es implacable, no me queda otra. Igual sospecho que: a mi me pasa, lo mismo que a ud.

Pero la pucha, mire ud, que hay que meterle pata para subir la autoestima. Sino cómo hago para poder decir esto de: cuarentona y a mucha honra.

Porque sí, aunque parezca mentira, ya tengo 4 sotas en mi haber y el tiempo pasa y nos vamos volviendo viejos. Aunque para mí, la verdad de la milanesa, es que yo me adhiero al dicho que pulula por ahí desde tiempos inmemoriales: viejos siempre fueron los trapos.

Pero, reconozco, que hay que acostumbrarse al hecho de que para las gentes, de este loco tiempo en que vivimos, ya tenes 20 pirulos y te tratan de usted y les pareces viejo/a.

Así que, a mano, quedan dos opciones o te haces la pende vieja, con lo cual a los ojos de los verdaderos pendex quedas ridícula y a los ojos de tus congéneres, -mejor ni te cuento- o te adaptas y le sumas: actitud.

Si lo dicen las campañas políticas, por algo será y habrá que prestarle, algo de atención al asunto. Y por otro lado, esto de la actitud, se constituye en un elemento clave, que también suma a la hora de levantar el ánimo. -Item para el cual habría que hacer gym espiritual, para lograrlo; porque entre los años, la plata que no alcanza y la falta de novio, es muy difícil tener la anímica en alza.

Pero vamos a creer, -en el oído y bajito le comunico que nos conviene- férreamente en Louise Hay y en el Secreto; créame todo es posible en la dimensión descocida en la que se constituye esta época en que nos ha tocado vivir y encima con los cuarenta.

He descubierto y shhhhhhhhhhh, mejor se lo digo en voz baja, que aunque a los hombres se les adjudique, vehementemente, esto del síndrome del viejazo, a las mujeres nos ataca por igual.

Aunque, gracias a Dios, el instinto maternal nos surge como super poder y dejamos a los jovencitos en paz. Si nos animamos a salir con uno, enseguida lo vemos como una madre y ahí se nos pudrió todo.

Aparte, en internas de sábanas no es bueno que una tenga toda la experiencia y el otro nada. Pero si de todas maneras, nos vemos envueltas en un embrollo de tal magnitud, a no desesperar: el efecto es pasajero.

Ahora sí, que si uno se anima a vivirlo: ¿quién le quita lo bailado? Y la sonrisa que se le instala a una en la cara, le aseguro yo, produce la envidia de más de una -que no se le ha atrevido a la partida.

Porque, la naturaleza es sabia, y mientras una encuentra la receta de la mixtura entre experiencia y juventud, (y dale con Arjona), ellos en principio, aprenden todo y más lo que les interesa, a la velocidad de la luz, y lo que no, contra ponen una energía que una queda extasiada hasta para el recuerdo.

Ufa, ya me puse colorada y no se si por los calores que se avecinan o por estar hablando de estas cuestiones. También en estos soliloquios, bien zoilos, como diría algún payador por ahí, me he dado cuenta que en realidad Shakira tiene razón cuando dice: que las mujeres tenemos el as de la intuición.

Y que a veces es una suerte tener pechos pequeños así nadie los tiene que escalar como montañas. Que no hay nada como un chocolate para menguar los efectos de un amor no correspondido.

Que a la paciencia hay que rendirle un culto porque ya no sale espontáneamente, como a los veinte que nos sobraba y nos salía por los poros. Que ya dejamos de creer que si insistimos, el olmo da peras.

Pasando a otro tema del rubro generalidades y vivencias cuarentonas: no creo que peque si digo que, ya va siendo el tiempo de andar haciendo balances de un deber y de un haber, que nada tiene que ver con el monetario.

Porque así es como supe que los recuerdos ya son parte de mi patrimonio. Y que en el inventario, entendí por qué veinte años no es nada, como diría el tango.

Y también contigo y sintigo comprendí por que, salvo honrosas excepciones, al tango se lo vive y se lo siente, a partir de los cuarenta. A esta altura del partido, ya me aprendo de memoria las bondades del pepino para retardar, con efectos naturales, la vigorosa aparición con vida de más arrugas.

Y descubro y parezco Colón, solo que en vez de descubrir América, me descubro a mi misma y tengo ganas de reír mientras me grito, cariñosamente, piedra libre: que reír me despeja mientras que enojarme, me frunce el seño y llorar me deja como un pergamino.

Pero si he de elegir entre enojarme y llorar, elijo verter lágrimas porque es feo llegar a vieja y gruñona: ya no te quieren ni los perros. Así que, puesta a elegir verdaderamente: más vale reír que llorar y las penas, a veces, se van realmente cantando.

Que camino al espejo, rezo para que no aparezcan más canas y a las existentes les exijo un: ¡vade retro!, no como si fueran Satanás, pero más o menos.

Que siempre vi menos de lejos pero que ahora, como un plus, veo menos de cerca. Que ya cada vez menos me pregunto por qué y más para qué. Me aboné, creo, a aquella vieja publicidad que decía: ¿para qué le habrán puesto caballos?

A solas y acompañada, me planteo y replanteo que algunas cosas bien vale olvidárselas; sobre todo los rencores. Que me adhiero, sine qua non, a Calamaro cuando canta: que la vida juega con cartas sin marcar.

Porque volvería a elegir jugar, una y otra vez. Que me consustancio con Serrat que desde el recuerdo me canta: de vez en cuando la vida, me invita a tomar un café.

Que empiezo a saldar las cuentas con el tiempo. Que voy en búsqueda de la niñita perdida en el país del Nunca Jamás de Peter Pan. Y con ella de la mano, saldo las cuentas pendientes con Cupido; de las veces que me dejó sola y plantada, a salvo del pinchazo de sus flechas enamoradas, esperando el amor en un bar.

Pero que cambia todo cambia y por tal, espero a la esperanza en la esquina del Destino. Que voy camino a los cincuenta como diría Cacho Castaña pero concluyo al fin: soy lo que soy, no tengo que dar excusas por ello, ya no busco aprobación ni aplausos y me yergo vertical porque es la única forma, sobre todo a partir de hoy y de mañana, de honrar la vida…

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