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Cuando los niños mandan

Sucede en todas las familias con chicos pequeños: ellos tienen la última palabra: deciden qué se compra, qué se come, cuándo se acuestan y hasta dónde se van de vacaciones. ¿Cómo manejarlo?

¿Por qué se
produce esto? ¿Los padres están perdiendo autoridad? En esta nota trataremos de
responder estas preguntas.

¿Estaremos
dando demasiada libertad a los pequeños? ¿Y exigiéndoles poco? En realidad cada
familia es un mundo aparte. A muchas les importa que sus hijos sean
comunicativos, expresivos y demandantes.

Creen que
así, a medida que van creciendo, podrán hablar de cualquier tema con sus padres.
Pero lo que molesta es la falta de respeto hacia los mayores o que desobedezcan
órdenes.




Datos estadísticos


Según las
encuestas, 60% de los padres tiende a darle todos los gustos a sus hijos, aun
cuando pidan productos de marca muy caros, muchas veces para compensar las
carencias de la propia infancia.

Pero en
realidad, esta situación es mucho más compleja de analizar. Según los
especialistas, la generación actual de adultos desarrolló una especie de alergia
ante cualquier conducta que evoque el autoritarismo.

Los padres
fueron víctimas de opresión y tienen miedo a reprimir o anular a sus hijos.
Fueron desarrollando una premisa a lo largo de su adultez que se basa en el lema
“prohibido prohibir”.

Por eso alientan a sus hijos a que se expresen libremente y “sin
límites”, para que crezcan sanos y con la mente abierta.

Esto hizo que
en muchas familias se hayan perdido las diferencias y desdibujado los roles.
Todos en la familia pueden tomar decisiones. Esto produce que los padres
comiencen a ser más amigos de sus hijos que padres.

A esto se le suma la cantidad de horas que los padres trabajan, lo que
genera una cierta culpa por estar poco disponibles para las demandas afectivas
de los chicos.

Como
consecuencia, se les vuelve casi imposible decirles “no”, cualquiera sea la
demanda.

Según las
mismas encuestas, casi 90% de los padres opta –cuando pueden- por comprar lo que
sus hijos les piden, aún a sabiendas de que ese pedido es por lo general de
productos o marcas de moda, influidos por la televisión o la presión de sus
amigos.

Pero ¿por qué se deciden por esta opción?


Muchos por la
dificultad para poner límites.

Pero lo
curioso está en que las veces que no lo aceptan -ya sea por falta de dinero o
para poner algún límite- no pasa nada con sus hijos, éstos entienden la
situación y se conforman. Son muy pocos los casos donde los niños se quedan
enfadados por un largo período de tiempo.

Pero además
del consumo de bienes, los niños también deciden otras cosas, como por ejemplo
el lugar donde pasar el verano, el menú de las comidas o las películas que se
alquilan.

La hora de negociar

Hoy en día todo se rige por las negociaciones. Los padres deben dejar que sus
hijos participen, se informen, tomen algunas determinaciones propias y opinen
sobre asuntos familiares.

Pero que sean
los que tengan la última palabra puede ser peligroso tanto para los padres como
para ellos mismos. Los niños no pueden ejercer una responsabilidad tan grande.

Por eso el
niño debe “encontrarse” con alguien que le ponga ciertos límites, sino el chico
se descontrola. Al tener padres que demuestran no poder manejar la situación el
niño se siente al mismo tiempo poderoso y desahuciado.

Esto se
complica además porque muchos padres -al no poder poner límites a sus hijos-
delegan esta responsabilidad en los maestros y profesores. Pero no tienen en
cuenta que en realidad los chicos pasan pocas horas en la escuela y que la
cuestión de los límites es una responsabilidad de los padres, no de la escuela.

Y,
paradójicamente, ocurre que cuando algún profesor pone una sanción a sus hijos
lo primero que hacen es ir a protestar al colegio.




La cultura de la permisividad


Un problema
común en los adultos que no pueden poner límites a sus hijos es la culpa.
Sienten culpa al poner límites y cuando dudan en decirles que “no” a algo,
terminan cediendo ante la demanda de sus hijos, aunque no estén totalmente de
acuerdo.

Los padres se
pasan el problema el uno al otro, cuando le piden algo a su madre éstas dicen
que hablen con su padre y cuando hablan con éste les dicen que hablen con sus
madres. Es un juego de nunca acabar y terminan ganándolo los chicos.

Lo que más
necesitan los niños es la guía de ese adulto sólido y seguro, que pueda poner
límites en ciertos casos y ser permisivo en otros. No es cuestión de decir
siempre que “no”. Hay ocasiones en las que se puede ceder a las demandas.

Otro buen
método es charlar en familia y delegar responsabilidades dentro de la casa. De
esta manera los chicos comienzan a ser responsables de las tareas que tengan
designadas. Todo esto se puede charlar y negociar las veces que sea necesario,
de modo de vivir en una plena “democracia” familiar.




Algunas respuestas a preguntas claves:



·
¿Cómo
se puede ayudar a que los chicos no caigan en las trampas de la sociedad de
consumo?

Lo primero
que hay que hacer es establecer modos de relación que se basen en lo afectivo
más que en lo material. Al darle más cosas materiales en realidad no favorecen
que los chicos acepten la realidad y toleren las frustraciones. Lo mejor puede
ser prestarles mayor atención, una demostración de cariño o inclusive un límite.



·
¿Sirve
darles dinero?


A partir
de los 11 años un chico está capacitado para administrar su propio dinero. Usted
puede darle una cierta suma semanal para cubrir los gastos mínimos. Esto puede
ayudarlos a saber gastar lo justo y necesario.