Share on facebook
Share on twitter
Share on whatsapp

Cómo convencer a un adolescente de ayudar en el hogar

¿Oh, y ahora quién podrá ayudarme?

Cuando logro convencer a mi hija mayor que me ayude en los quehaceres domésticos por las buenas (negociación de permisos, mediante) o por las malas cohesión (ahora no salís nada, hay que ver que efecto inmediato produce, dicha afirmación), ella suele vivir en carne propia unas cuántas cosas.  A saber por qué me llaman, por ejemplo, la loca de la casa. 

Ejemplo a, cuando cualquiera de las dos limpiamos, no terminamos de pasar el trapo al piso que miramos hacia atrás y observamos en el, dos pares de pisadas, una 37, las de ella, y otra 24 la del hermano y dos pares de pisadas de patas peludas que se corresponden a la gata. 

Que menos que esbozar a los gritos un la p… que…los…pari…por lo bajo, además de una suma de improperios capaz de ruborizar hasta al más rudo de los camioneros. 

Cuando de tan colgados ni se imaginan que estoy limpiando el piso y patinan, todas los pies y las patas, antes mencionadas, diciendo los correspondientes improperios, como siempre. 

Es más si la superficie fuera de cemento, creo que todos, inclusive el felino quedarían duros como estatuas.  Son incapaces de resistirse a nada, ni fresco ni recién limpio, menos que menos. 

También en el mísmisimo instante en que mi poder de persuación, triunfa lo suficiente como para que me ayude, suele entender por qué el minino se transforma en el gato volador.

Toda vez que, sus patas, se entrecruzan con mis piernas y el palo del secador de piso. También, súbitamente, entiende porque de repente me paro en seco y mi mirada se clava en la de los más chicos y sosteniéndola veo como todos, inclusive el animal, ponen pies en polvorosa y desaparecen de mi vista, al menos hasta que concluyo la faena de asear la mugre que fabrican todos.         

Ni que hablar si dicho proceso de aseo y ordenamiento tiene que producirse el finde.  Porque si erámos pocos, mi abuela parió los fines de semana, sin excepción. 

Porque las amigas y amigos de mi hija nunca fallan y apenas sospechan o suponen que ella está en casa, suena el timbre del portero a rabiar.  más de uno, supo, en consecuencia lo que es estar charlando y yo pasandole la franela a los muebles, en sus narices, lo que tienen de bueno que dos por tres, ellos se ofrecen a ayudar. 

Supongo que es el comportamiento típico adolescente ayudan en cualquier casa, siempre y cuando sea ajena en la propia ¡jamás!.
           
Adolesciendo a mi adolescente, veo como ella, torpe con su cuerpo, insiste en probar la ley de gravedad, o al menos reformularla, porque siempre que barre el patio, baja con el escobillón cuanta maseta tenga la desgracia de cruzársele.

Mientras sigue ayudándome me pide que me esfume porque ya aprendí a controlar los comentarios, como si cuidara a mis esfínteres de hacerme pipi encima, cualquier sugerencia la haría cambiar de idea de ayudarme en un santiamen, pero lo que puedo con el verbo me es imposible con los gestos. conclusión: lee, a la legua,  mi cara de desaprobación, cuando, por ejemplo, pone la tierra debajo del sillón.  Es inevitable, su disgusto y el mío.

Sin embargo, cabe destacar, que solamente ella tiene la paciencia suficiente de desentrañar lo que anuda su hermano menor, sin anudarlo a él, como es mi intención.

Tomó nota de los millones de ya voy que le repetí para hacerla sentir en carne propia,lo que se siente cada vez que yo le pido algo y ella me espeta la cantinela ya voy.  siempre tiene algo más urgente que hacer.

Comprueba la convivencia de poner las cosas en su lugar, no solo por el beneficio de encontrar lo que se busca, en los momentos que se los busca, y no tener un encuentro con los objetos perdidos, justo cuando una intente limpiar, y alguna parte de nuestra anatomía se encuentre con ellos. por ejemplo que nuestro tobillo tenga un encuentro cercano con el caballito de madera que el más chico se empeña siempre en mudar de lugar dejándolo tirado por donde a su voluntad se le ocurra. 

Y ese hecho, aparentemente, inocente, se transforme en un moretón violáceo no muy sexy, por cierto.

De golpe y porrazo comprende la gran cosa que es baldear con ojotas, porque desde el piso me amenaza: "no se te ocurra decirme: ¡yo te lo dije!.

Después de esta enumeración y en medio de todo por hacer, se va mascullando y toda dolorida a dormir, plantando escobillón, la pala, el  secador de piso y tirando la franela, como la toalla del boxing. 

Y el energúmeno del más chico me mira exhausto y me dice: mamá: estoy agotado.  lo más lindo es que es de solo vernos a su hermana y a mi limpiar.es el colmo pienso, mientras me pregunto: oh y ahora quién podrá ayudarme!

¿Tu hijo no quiere estudiar? Inscríbete ahora en nuestro curso gratis Ayúdame a entender cómo estudiar