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Chutney de calafates

Una alternativa patagónica para el tradicional chutney

El
chutney es una salsa espesa agridulce, el más tradicional es el de mango, pero en
el sur de la India es el de coco, en general se lo puede hacer de cualquier
fruta, probé uno de quinotos que era delicioso, generalmente llevan la fruta,
especies, cebolla, vinagre, azúcar, sal y algunos chili o guindilla.

Chutney de
Calafates

Ingredientes
– 500 grs. de Calafates
– Un trocito de jengibre fresco
– 200 grs. de echalotes picados
– 300 ml. de vinagre de vino blanco
– 200grs. de azúcar rubia
– 1 cucharadita de pimienta Verde molida 

– 1
cucharadita de cardamomo

Procedimiento

Limpiar y lavar los calafates. Rallar el jengibre. Picar los echalotes.
Colocar
los ingredientes en una cacerola con el vinagre, el azúcar , la pimienta verde y
el cardamomo, cocinar a fuego lento revolviendo frecuentemente hasta que tome
punto de mermelada, envasar en frascos esterilizados y tibios, cerrar
herméticamente, dejar estacionar en lugar oscuro y fresco durante 1 mes antes
de consumir. 

El calafate

Es un fruto de la
Patagonia que no se
puede cultivar, sólo se da en estado salvaje. Dicen que cuando se lo come de su
planta uno siempre ha de regresar al mismo lugar.

Esta es la leyenda:

“Al llegar la primavera los pajaritos
retornaron a sus paraderos y se instalaron nuevamente entre los matorrales que
rodeaban el toldo. Al verlos, la anciana se alegró mucho de volver a disfrutar
su compañía. Como era bruja, sabía entenderse con ellos y les preguntó por
qué se habían alejado. 

Las aves le respondieron que se marchaban porque
si se quedaban allí se morirían de hambre, pues en invierno, cuando la nieve
todo lo cubre, no encontraban nada para comer. 

Entonces la anciana les dijo que, si prometían
no volver a abandonarla, a su debido tiempo les mostraría un alimento que ellos
no conocían, pero que era muy abundante. Así fue como, al finalizar el verano
y cuando los pajaritos reunidos en bandadas comenzaban nuevamente a emigrar
-incluso los más precavidos ya se habían marchado- ella reunió a los que
quedaban y les mostró las azules bayas de que estaban llenas las ramas de los
calafates.

Tomando algunas en sus manos, las estrujó, y
ofreció a los pajaritos las jugosas semillas que todos comieron con avidez y
sin ningún temor hasta quedar ahítos. A partir de entonces, ninguno de los que
comieron esa fruta pensó en emigrar; todos se quedaron entre los matorrales, a
la espera de que sus ramas volvieran a poblarse con las deliciosas bayas que les
había enseñado a comer la bruja india. 

Experimentaron tan intenso deseo de volver a
probar ese alimento que, desde entonces, y aun cuando la nieve alcanza a cubrir
totalmente los matorrales, puede comprobarse que los pajaritos siguen
revoloteando en su interior, confiando en que la generosidad del calafate les
recompensará con creces su sacrificio invernal, y que al finalizar el verano
volverán a banquetearse opíparamente con las sustanciosas bayas azules que
producen sus ramas.

Las aves que emigran, si bien no comen
directamente la fruta buscándola en las ramas de la planta, como ocurre con el
chorlo, por ejemplo, tienen sobrada ocasión de probar alguna de las que
arrastra el viento, y por esta razón los indios creían que quedaban embrujados
y todos los indios volvían a visitar la Patagonia. 

Las aves regionales que no emigran, como en el
caso del chingolo y la calandria, anualmente ratifican esta antiquísima
leyenda, pues cuando maduran las frutas, al finalizar el verano, todas -con
excepción de las carroñeras-, incluso el gigantesco ñandú, lucen sus picos
teñidos de intenso y llamativo color azul”


“LA LEYENDA DEL CALAFATE”
de Manuel LLaras Samitier publicado en la “Revista Patagónica” – Año
V – n° 23 – Julio-Setiembre 1985 –

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