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A los diez años, el bien y el mal adquirieren nueva dimensión

Un aspecto valioso para el conocimiento y trato de los chicos de diez años es el que se refiere a su sentido de lo ético, de lo que son los valores morales y lo que está bien o mal

En primer lugar, a esta edad
empieza a atreverse a revisar el comportamiento de sus padres; es capaz de darse
cuenta si estos proceden de manera incorrecta y se arriesga a decírselo. Sobre
todo cuando descubre una mentira o cuando calcula que han procedido
injustamente.

 

Esto es frecuente y, como es
lógico, determina grandes tensiones entre los adultos y los chicos,
especialmente cuando el “grande”, sin saber que es normal que el chico actué
así, reacciona negativamente:

 

“Cállese, mocoso
insolente… Usted no tiene derecho para juzgar a sus padres. Lo que nosotros hacemos esta
bien y usted no puede opinar…”

 

Esta claro que una respuesta
de este tipo resulta de que el adulto tiene conciencia de haber sido pillado en
falta y no le produce mucha gracia la sanción infantil.

 

Sin embargo no es
aconsejable reaccionar de esta manera; en primer lugar, porque el revisar el
comportamiento adulto forma parte de la evolución psíquica a esta edad.

 

En segundo lugar, porque es
probable que después del reto el chico no vuelva a mostrarle al adulto lo que
el cree que esta mal; pero de ninguna manera deja de percibirlo y darse cuenta.

 

Lo que sucede es que
modifica el mecanismo de su comunicación: en vez de decir claramente lo que
piensa, se lo calla: “Si, fulano cree que yo no me di cuenta de lo que dijo, que
es una mentira.

 

Yo no se lo voy a decir para
que no me rete, pero igual es un mentiroso…” Este es más o menos el
pensamiento del chico que descubre una alteración de un adulto y que no se
atreve a explicitarlo.

 

Es fácil comprender que es
mucho mas saludable para él el poder comentarlo o expresar su agresión contra el
adulto que el guardársela.

 

Esto no puede confundirse,
de ninguna manera, con lo que se suele llamar “la falta de respeto”. Lo que
puede resultar insolente es el tono con que el chico lo diga, pero si lo que
esta haciendo es demostrar una falta adulta, habrá que manejar la situación de
otra manera, pero no negándole el derecho a verla y decirlo.

 

Además, y esto es importante
para los chicos de cualquier edad, no se trata de que los padres aparezcan
permanentemente como figuras perfectas e infalibles, porque de este modo se le
ofrece al chico una imagen distorsionada de la realidad que, además, no le ayuda
cuando quiere ser como sus padres: si son demasiado perfectos, no habrá modo de
igualarlos.

 

Es posible y aun positivo
reconocer alguna vez un error o una ignorancia sin temer que eso lo descoloque
como padre ante los ojos del hijo; por lo contrario, ayuda en el proceso de
comunicación.

 

Otro hecho importante en la
evolución de los chicos de diez años es que ya no se conforman con la idea del
bien y del mal que les ofrecen en su casa; ahora es capaz de introducir en la
familia puntos de vista que él ha recogido en casa de un amigo, en la escuela o
en un libro o revista. Cuando mamá dice que tal cosa no esta bien, él puede
reaccionar:

 

“¿Cómo no esta bien…? Si mamá de Fulanito lo hace y es
una señora muy buena… Además ella dice que tal cosa se puede hacer…”

 

Además de discutir ciertos
puntos de vista familiares, decide a veces adoptar otros que le parecen mejor o
más acertados, lo cual suele producir disturbio en la casa, pero es preciso
entender que es una manera de autoafirmarse, de sentirse más grande y suficiente
para decir por su cuenta.

 

En algunas oportunidades no
se puede admitir su planteo, pero en otros casos es bueno aceptarlo y no desviar
su orientación: todo depende de qué se trata.

 

En lo que difícilmente se
ponga de acuerdo con los adultos es en lo que cree justo o injusto: defiende
apasionadamente su punto de vista y su sentido de la justicia es muy particular;
raramente lo conforma el comportamiento familiar, y por eso las pandillas de
chicos de esta edad tiene sus propias leyes donde la justicia se regula según la
opinión de los diez años sin intervención adulta.



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