CREER Y QUERER CREER
> Por: FEGUHER
> 14:38 Hs, Lunes, 24 de Noviembre 2003
Dices que “como la fe consiste en querer creer, son afortunados los creyentes que logran dar un sentido a su existencia”. “Querer creer” es, en todo caso, un prerrequisito para tener fe, pero no es la fe. La fe es confianza, aceptación de algo que no podemos constatar directamente pero que procede de una persona que sabe más que nosotros. Quien no quiere creer no podrá creer, está claro, porque él mismo se pone el impedimento a sí mismo. Los motivos para no querer creer pueden ser muy variados. Unos no quieren creer por resentimiento contra algo o alguien, otros porque se han convencido de que el objeto de la fe (lo que uno cree) es una fábula, humo, o fruto del miedo de la humanidad, o algo acientífico, o algo propio de ignorantes, o una característica de personas débiles, ilusas, utópicas, crédulas, sin pensamiento propio, o algo que les arruina la vida, o que no les deja vivir como les da la gana,... Por otro lado, los motivos para querer creer pueden ser también muy variados: unos quieren creer porque intuyen que puede ser cierto lo que creen los creyentes, otros porque conocen algún creyente ejemplar, o porque han llegado a la conclusión de que tiene más base racional creer que no creer, o porque andan desorientados, o tienen depresión, o quieren probar, o les angustia el más allá, ... Lo cierto es que cualquier fe, para ser sólida y segura, tiene que estar fundada en algo racional y con garantías suficientes de verdad. La fe de quien confíe en una cosa, persona, o incluso en sí mismo, tendrá el respaldo de solidez o verdad que le dé eso de lo que se fía. Quien tiene una verdadera fe cristiana no se fía de cualquier cosa o persona, por más milagrosa, poderosa o famosa o permisiva que se presente. Se fía de la persona que dé las máximas garantías posibles de verdad, la que lo sepa todo, la que no pueda tener la más mínima intención de mentir, la más coherente, la que verdaderamente tenga el poder total y no esté sometida a ningún mal posible, incluídos los peores: la culpa y la muerte, y sea capaz de llevar a cualquier persona hasta su plenitud. Esa persona existe, está viva. Encontrar a esta persona, conocerla y confiar en ella es un regalo. Pero un regalo exigente e incómodo. Quien no lo busque, no lo conozca o lo conozca mal, no encontrará nada mejor y sólo le quedará fiarse de sí mismo, de algún pensador o pesonaje famoso, de un objeto querido, o seguirá esperando inútilmente.



Cerrar ventana


anterior


 siguiente