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Volver a las fuentes

Parece un viejazo, “pensar que el pasado era mejor”, recordar viejos tiempos, extrañar el perfume del pasto recién cortado en el verano, el de la madera ardiendo en la chimenea en el invierno, el de tierra mojada y cálida con las lluvias en el asomar de la primavera…


Si, todavía están, pero no es lo mismo…, ¿qué se me perdió en el camino?, ¿qué
busco en cada viaje de ida o de regreso?, algo que no esta, que ya fue…, tal
vez la felicidad de la inocencia perdida despertando a los sentidos…


Y, uno es joven, quiere cosas nuevas, pretende cambiar y revolucionar al mundo
con un manojo de ideales, y termina siendo atrapado en las redes del confort,
del consumismo, del pretendido status, de la frustración del idealismo…; como
en esa historia de Quino, en que Mafalda y uno de sus amiguitos, ve a dos
señores subiendo a un poderoso automóvil y, diciendo: “¿te acordas cuando
queríamos cambiar al mundo?, ja, ja,ja”, Mafalda se mira con el otro chico y
salen corriendo hacia la plaza donde están los demás y, les dicen: “chicos,
chicos, tenemos que apurarnos a cambiar al mundo, porque si no lo hacemos ahora,
después nos cambia a nosotros”.


 Y, en nuestro deseo de superhombres, de dioses terrenales, vencimos a la
naturaleza para torcerla a nuestro antojo; hay frutillas durante todo el año, ya
no debemos esperar el despertarnos una mañana y sentirnos sorprendidos por ese
regalo de la vida…., las hay enormes, tan grandes como podíamos imaginar en un
sueño o pesadilla, pero no es lo mismo, no tienen aquel sabor…, y, de tan
cotidianas ya resultan cansantes…, ¿será que el hecho de la rutina no creativa
destruye un poco…?


 Y, nos volvemos insatisfechos, buscamos la perfección no solo en las frutillas,
sino en todo cuanto se nos cruza por el camino, y, de tan perfectos estamos
carentes de sensaciones profundas, de gusto a tierra y sol, de sentimientos… ,
y, estamos tan apurados por encontrar lo nuevo, aquello que nos despertara todos
los sentidos –con los cánones que nos impusieron, o dejamos imponer-, que fuimos
perdiendo la capacidad de gozar de lo simple, del sabor de una fruta madurada
libremente bajo los rayos del sol, de la sensualidad casi voluptuosa de morder
alguna verdura crujiente, con sabor a vida.


¿Será que ya estaré viejo?, de chico solía disfrutar tomando leche, que recién
ordeñada traían del tambo –a la vuelta de casa-, hoy ya no existen,
desaparecieron, los mataron, y, no nos queda otro remedio que terminar en ese
liquido sin sabor a nada que venden en los supermercados, o, volver al campo…,
pero no puedo, ¿y el departamento, y las tarjetas de crédito, y los gastos de mi
seudo-confort, quien me los paga?, y, terminamos encerrados en nuestra propia
jaula de rejas transparentes…


 Recuerdo, cuando luego de ser liberado  -hace muchos años atrás-, de una injusta
prisión en una celda –por la Dictadura Militar en Argentina-, escribí esto: “Me
soltaron para volverme a encerrar entre cuatro paredes que esta vez yo no podía
ver, acá, me cabe preguntar: ¿quién es mas libre, el que se encuentra encerrado
entre cuatro paredes y no tiene culpas, o el que se encuentra encerrado en el
mundo y  ha perdido la fe?”


 Pero mi fe jamás pudieron destruirla, claro, ya no tomo leche, ni como frutas
frescas, a menos que este en el campo…


¿Será que estoy tan viejo que el pasado me parece mejor…?


 “Gloria a Dios en las alturas…, y en la tierra, insiste, hombre insiste.” 


-José Narosky-