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¿Qué quieren los niños?

Mamá te estamos llamando, queremos…

Lo que los niños quieren… a nosotras nos abruma

A esta altura del partido, madre primeriza ya es un título para el recuerdo.  Ya soy mamá reincidente y consumada.  Por culpa de una descendencia de cuatro años y chirolas. Como segundo desliz.  

Y el primer signo de habérmelo tomado a pecho.  Aunque soy media pechuga, aclaro. Es que el rol que me ocupa todas las esferas, efemérides y estratosferas, es el ¿sustantivo?, ¿adjetivo?, ¿verbo?

O acaso todo consumado en una sola palabra, mamá…  o en su defecto la palabra devaluada por intereses varios: “MA”…que me bautiza por todo nombre y apellido, a todas horas, a diferentes voces y por, si fuera poco, por duplicado. 

Con lo cuál me interpelo, con una pregunta absolutamente retórica, porque de seguro quien me conteste ó comparte mi sentimiento ó, en su defecto, me manda a fregar platos. 

Busco tal vez mi identificación o compatibilidad en otras vidas, por toda explicación, antes de indagarme ¿qué hice yo, para merecer esto?…  Molesto entonces, a los Dioses del oráculo para que revisen mi legajo karmático y traten de mandarme una señal en tono de respuesta. 

Que averigüen, si existe la posibilidad, en alguno de sus legajos universales, que yo haya sido una oveja, en alguna de mis existencias pasadas.   

Porque el “MA” que tengo incorporado,  suena ya a balido de una familia ovejuna más.  De tal manera que mi insomnio ya busca otro animal, descartando los borregos, para sacar la cuenta hasta que me duerma.  

Morfeo me confesó que se declara alérgico a los corderos.  Mandándome a que vaya buscando otra cosa para contar,  seducirlo y así concederme la gracia de poder hacer  “noni-noni” en alguna hora de la madrugada antes que cante el gallo, si fuera posible…

Aunque el susodicho se cansó de quiquiriquear junto con el reloj a cuerda y el digital, hizo piquete y se declaró en huelga.  Total, los hermanos, mi cría,  los reemplazan y no necesitan ni cuerdas ni  pilas y les sobra energía.

Te escucho, mi amor

No obstante habría que aclarar los diversos tonos del susodicho sustantivo, ¿propio?, ¿individual?, ¿único?, etc. con el que se me nombra… 

La más de las veces es suplicativo, mamá por favor.  A la adolescente, muy de vez en vez,  se le escapa un imperativo: mamá; que reprime ipso facto apenas  le devuelvo una mirada capaz de asustar hasta un cardumen de pirañas o una manada de leones en celo. 

De todos modos el término oscila en sus gargantas visitando todo los matices de ambas modulaciones.  Pero de un modo u de otro, no me salvo ni a place de que me recuerden el rol que asumí.  En pleno uso de mis facultades mentales.  Supongo.

Siempre quieren algo… Sino se lo concedéis  que Dios y la patria os lo demanden

Soy mortal, ergo, escucho en estéreo la demanda proveniente de la conjunción de  los pulmones y las cuerdas vocales del más chico con el aparato respiratorio de la más grande. 

Todo con tal de  implorar con más énfasis.  Cosa que sea imposible desoírlos, desatenderlos, negarlos o  escuchar otra cosa fuera de sus reclamos. 

Las mayoría del tiempo, ese preciado algo por el cual cambiarían su reino por un segundo,  porque al otro estarían suplicándole su vuelta y vociferan hasta dejarme sin sistema, auditivo,   está al alcance de sus manitos.

A expensas de ya estar cargoseando, me vuelvo a consultar, si quieren saber de mi presencia, me están cargando, o de puro vagos que estoy criando nomás…  Porque por ejemplo, en un decir. 

La cama, generalmente está a centímetros de la mesita de luz, donde dejo el desayuno y generalmente se aloja el control remoto de la TV, del DVD y del cinco punto uno de la computadora. 

Cuando estos gozan del privilegio de tener pilas, claro está.  Y funcionen como Dios manda.  Seré insistente, por qué causa, motivo, o razón, me pide a mí que se los de, si están al alcance de sus anatómicas manos.  

Como generalmente en casa, suena todo, porque todo está prendido al mismo tiempo.  La computadora es mi dominio.  Porque aunque con el escobillón ya sabe Vd. donde, aún me guardo algunos segundos para mi inspiración.

Si no mi musa renuncia.  Ya me ha hecho llegar, un señor papiro en el que constan sus derechos y obligaciones. 

Estimando pertinente que si yo no escribo un renglón, apenas despuntada la mañana, envuelto en aroma de sahumerio, esterilizada la casa con lavandina disimulando la presencia gatuna con la cual no se lleva del todo bien y alguna música que suene a bolero,  ella hace su retirada olímpica.

Y como una diva reclamará lo que considere justo en concepto de indemnización y demás intereses por el aguante y el trabajo forzado de despertar mis neuronas y  encima lograr el contacto entre unas y otras.   

Pero ante tanta escasez de inspiración, una hace algunas concesiones.    El resto de chupetes electrónicos son de canilla libre a disposición de mi prole.  Entre otras cosas para que distraigan a su aburrimiento y no osen hacerlo conmigo que estoy primera en su lista. 

Bien.  Hay que tener en cuenta que los oídos de los integrantes de la casa son tan susceptibles que apenas deposito un pie fuera de las frazadas me escuchan y ya están confeccionando su lista de pedidos diario y varios. 

Que se inaugura, con lo primero en la orden del día.  Algún manjar para el desayuno, estaría dentro de las  consideraciones de sus estómagos famélicos, inmediatamente después de la noche sin ingerir bocado alguno. 

Ocupados en roncar, claro está.  Pero sopesan que les juega en contra, porque inmediatamente después de digerido, se levantan en un santiamén o los levanto y no suele ser una terapia aconsejable que lo haga yo. 

Pero igual lo intentan, chantaje mediante.  “Lavamos las tazas y demás enseres del chocolate mañanero y de la merienda”.  Contraoferta, presurosa de mi parte, retruca: concedo remoloneo contra  lavado de los platos del almuerzo y cerramos.

Grrrrrrrrr. Eructa la mayor.  Pero concede de mala gana. Sino hay más remedio.  El holgazaneo no tiene precio, remedita.

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