Cuántas veces he visto a personas
prepotentes y groseras, maltratar a otras personas, utilizando palabras
ofensivas, degradan, sobajan y humillan a quienes se cruzan en su camino.
Mucha gente que recibe esta clase de trato reacciona de diferentes maneras;
algunos lloran, se retuercen de dolor y terminan sintiéndose deshechos.
Otros, se tornan iracundos contestando con el mismo tono agresivo al “agresor”.
En cualquiera de los casos, el impacto de esta clase de palabras que ofenden,
entra de lleno al alma y al corazón de quien las recibe.
En una ocasión, conocí a una “pobre
mujer”, así la determiné, luego del incidente con ella. Era una mujer de más
edad que la mía, quien seguramente llevaba una vida muy deprimente y por lo
mismo, se sentía muy enojada y frustrada con su vida.
Sin entrar en detalles, era de esa clase de personas que ante algo que detectaba
como molesto, era motivo para que soltara un arsenal de críticas, insultos a
quien considerara el origen de su “mal-estar”.
Era una persona tan desagradable que se pasaba los días buscando lo que estaba
mal en los demás, para volcar en ellos, su odio acumulado por años.
Desafortunadamente, para el resto de
nosotros que tenemos que toparnos con estos “especimenes”, es difícil no
dejarnos llevar por su mala actitud, y caemos en el juego que ellos juegan en el
que “están bien” y nosotros “defectuosos”.
Desde el esposo que maltrata
psicológicamente a su mujer, el jefe que insulta a sus empleados, el maestro que
lastima el amor propio de sus alumnos, todos estamos expuestos. Pero qué
importante sería aprender a que ese veneno letal no haga mella en nuestro ser.
Es difícil, lo se; pero podríamos
cambiar nuestra actitud de sentirnos agredidos, torpes, buenos para nada, a
detener esos dardos venenosos con un escudo o barrera de pensamientos, donde
cuestionemos los motivos por los que esa persona se atreve a querer herirnos.
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Motivos del maltrato
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