Los padres suelen sufrir una crisis luego de que los hijos abandonan el hogar, en lo que se conoce como “síndrome del nido vacío”. Pero se puede aprender de esta experiencia y capitalizarla para realizar importantes cambios.

El “síndrome del nido vacío” es una etapa evolutiva que atraviesan las parejas, que se da cuando los hijos dejan el hogar para independizarse, irse a vivir solos o casarse y empiezan a realizar su propia vida.

Esta situación generalmente es vivida por los padres con angustia. Se dan cuenta de que ya no son tan necesarios como antes y esto genera sentimientos de inutilidad, de falta de sentido. Sobre todo en la madre, ya que por lo general su proyecto de vida giraba en torno a sus hijos, sus necesidades, sus problemas.

Por lo general (aunque con las nuevas realidades que impone el mercado de trabajo esta afirmación es cada vez menos cierta) el padre ha podido realizarse profesionalmente, por lo que no lo siente tanto como la madre.

Ella ha renunciado a sus proyectos profesionales en pos de construir una familia y ser el sostén en este aspecto. Por un lado la pareja ve su sueño realizado: han logrado cumplir la meta que se habían propuesto. Por el otro, este logro tan anhelado conlleva un cambio y por lo tanto el tener que adaptarse a una nueva situación.

Los sentimientos de tristeza y de pérdida son normales, y deben entenderse como un proceso de duelo, por lo que es difícil aventurar cuánto pueden durar sus efectos.

Lo que sí se puede hacer es buscar salidas y nuevas iniciativas a partir de este momento de cambios cruciales. En estas condiciones lo mejor es no quedarse apegado a los chicos y poder construir nuevos proyectos personales.

Es fundamental saber ver la oportunidad en una situación de estas características. Quizás sea hora de redescubrir o redefinir la pareja. Hay quienes afirman que el síndrome de nido vacío sólo es vivido con tristeza cuando el matrimonio tiene poco que compartir.

Si se toma la satisfacción marital como una variable, vemos que crece al principio de la unión, baja fuertemente con el nacimiento de los niños, aumenta cuando ellos crecen, vuelve a sumergirse cuando atraviesan la adolescencia y en los matrimonios felices se estabiliza cuando los hijos dejan el hogar.

Puede haber pasado que el matrimonio haya sufrido un lógico deterioro, con el paso de los años y las dificultades atravesadas. He aquí una oportunidad para enmendar viejos errores. Si las relaciones no se cuidan, dejan de desarrollarse como es debido, y finalmente, mueren. Seguramente el apasionado romance juvenil haya pasado.

Pero ahora hay algo más sólido: la capacidad de dialogar juntos, de tolerar mejor las diferencias, de reírse de los mutuos errores, de iniciar juntos alguna actividad Es la ocasión para ser creativos y encontrar nuevos desafíos a la vida matrimonial.

También esta “liberación” de estar siempre pendiente de los hijos puede transformarse en un tiempo para crecer. La mediana edad es un tiempo especialmente propicio para el desarrollo de actividades que antes no podían realizarse.

Disponer de más tiempo y de más experiencia facilita que cada uno puede encontrar la manera de involucrarse en otras actividades. Retomar viejos hobbies o adoptar nuevos, empezar a practicar un deporte o ir al gimnasio, participar de grupos de interés común o en actividades de ayuda social puede ser una manera de darle un nuevo sentido a nuestras vidas.

Por supuesto que hay personas a las que todo esto les resulta más difícil y precisan de ayuda. Esto no es algo vergonzante ni terrible: es algo propio de la condición humana.

No tenga miedo de pedir ayuda, ya sea de su propia pareja, familiares, amigos, grupos de apoyo o terapeutas profesionales. No es fácil redefinir los objetivos de vida cuando se atraviesa la madurez y siempre es bueno tener alguien que nos sepa escuchar y a la vez que pueda darnos un consejo.

En caso de personas viudas o separadas, adoptar una mascota puede ser una manera de canalizar angustias en algo positivo. Si usted es una de esas personas que siempre quiso tener un perro o un gato pero no tenía tiempo para cuidarlas o espacio para que estén cómodas (o simplemente nunca se animó a tenerlas), ésta es su oportunidad.

Por último, tenga en cuenta que la relación con sus hijos no se terminó, sino que se modificó, mudó de ropas. También es una oportunidad para enriquecerla.

Busque nuevas maneras de estar permanentemente en contacto con ellos, ya sea por teléfono, carta, o aprovechando las nuevas tecnologías de Internet (correo electrónico, programas de mensajería instantánea, etc.).

Recuerde que nunca dejará de ser el padre o la madre de su hijo. Simplemente su rol ya no será el mismo porque su hijo tampoco es el mismo, fue creciendo y ya no es más ese adolescente que necesitaba un reto.

Ser padre y consejero de un hijo adulto es también una tarea vital, y debe aprender a tomarla con una renovada responsabilidad cada día.

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