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Un día en el paraíso

Conoce lo que nos escribió una pareja en plenitud que decidió escapar de la realidad por un día…

Para la gente de enplenitud.com: 

No es que estuviéramos trabajando demasiado duro. Después de todo, ya estamos retirados. Sin embargo, la vida cotidiana no nos ofrecía más que noticias de guerras absurdas, economía globalizada y otras "pestes" que afectan a todo el mundo, pero sobre todo a los latinos que vivimos en este país. Entonces decidimos escapar de la realidad. 

Nos dirigimos a los montes Allegheny, en Pennsylvania, para alojarnos en un castillo mágico, el Chateau LaFayette. Ya sabíamos que nos esperaba, y hacia allí nos dirigimos. Mi esposa, Teresa, se mostró entusiasmada por la belleza del lugar, que no lograba verse reflejada, ni por asomo, en los folletos e Internet.    

Desde que decidimos escapar de la realidad, ¿qué podría habernos alejado más de nuestro retiro cotidiano que pasar una jornada en un castillo feudal con paredes de oro y plata? Y, sorprendentemente, durante la temporada baja, logramos abonar $200 por la estadía, sin comidas incluidas. Sin embargo, en este punto tengo que confesar que nuestro hijo se hizo cargo del pago de los gastos de comida como regalo por nuestro aniversario de casamiento.  

El hotel nos ofreció el desayuno gratis, y es difícil poder imaginar qué desayuno. ¿Alguna vez probaron un soufflé de harina de avena o cuáquer? Éste era un cuáquer escalfado, lleno de pasas y azúcar negro, y empapado de leche con sabor a canela. 

Mi misión en el spa era simple: hacer tan poco como fuera posible. Lo que sí hice fue mimar mi cuerpo. Nada de cargas ni esfuerzos para este ciudadano entrado en años. Y por favor, nada de noticiosos sobre guerras, economía y posibles epidemias mundiales. 

La hora de la siesta 

Lo primero que hice fue tomar una larga siesta, como todo buen jubilado debe hacer. Ya sé que hay muchos que critican esto, comandados por mi esposa, Teresa, quien dice que es una idiotez manejar más de tres horas y pagar $200 para dormir la siesta.  

Teresa, por su parte, fue de excursión y a nadar. Pero, según pude determinar, no existen reglas para el visitante de un spa. Puedes hacer tan poco o tanto como tengas ganas. Allí se puede andar en bicicleta, caminar, jugar tenis, ping pong, y golf. Creo que es suficiente para mantener agotado hasta al niño más hiperactivo del vecindario. 

O puedes hacer… nada! 

Teresa optó por el ejercicio. Yo elegí una ducha caliente después de mi siesta. Luego, fui por un masaje sueco, el punto más destacable de mi visita. Una hermosa y joven mujer, me condujo hasta una habitación oscura, con un fondo de música de flautas, y vertió unos aceites cálidos sobre mi cuerpo, al tiempo que comenzó ha presionar mi espalda con sus largos antebrazos.  

Afuera, el sol resplandecía, como siempre ocurre en el paraíso, y la única guerra que se disputaba en el lugar, desde ya, era contra el estrés y las obligaciones de la vida cotidiana. 

No fue hasta que estuvimos listos para volver que el cielo se encapotó y comenzó a derramar toneladas de lluvia sobre nosotros. Manejando por la carretera nacional, durante el regreso, nos topamos con un banco de niebla que limitó la visión a unos 25 metros.  

Sí, estábamos volviendo a la realidad.

Enviado por Alberto y Teresa P. ¡Muchas gracias! 

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