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¿Vives sólo para tus hijos?

Si así lo piensas, es hora de replantearte algunas cosas. Lee esta nota y descubrirás que nunca es tarde para revalorizarte y no ser la mitad de una mujer…

“Yo vivo para mis hijos”

Esta frase, que se utiliza con tanta frecuencia, es común oírla en boca de muchas mujeres.

Hay muchas, muchísimas personas que no viven para si mismas, no en el sentido egoísta de la expresión sino en cuanto a tener un proyecto propio, algo que deseen hacer, ver, conocer o construir. En la mujer, esta falta de autonomía personal es más común aún.

Una señora de edad mediana, luego de relatarme un primer matrimonio desdichado, la muerte de su primer bebé y una serie de situaciones dolorosas de su vida, agregó, refiriéndose a sus chicos, la ya clásica frase:"Y ahora… vivo para mis hijos".

No pude evitar pensar, en ese momento, que los hijos eran la gran justificación para llenar un vacío personal. Si ella vivía para los hijos, quedaba implícito que no se sentía demasiado feliz en su matrimonio, es decir, que no vivía para" ni "por" el marido.

Y lo que es aun más grave, que no existía ningún aliciente personal en su existencia.

La pequeña ayudante de mamá

Carola era una nena de cinco años. Tierna y afectuosa, buscaba a toda costa hacer el papel de "buena" para que la quisieran. La mamá, fastidiada por otros dos “vándalos” que tenia como hijos, no resistía la tentación de utilizar a veces el espíritu cooperativo de la niña. "Sé buena, Carola, alcanzame esa camiseta que tu hermano dejó tirada".

Y la nena corría, con tal de ganar el dudoso honor de ser la más buena de los tres, mientras Martín, de ocho, miraba  TV despatarrado en el sofá. Así se va formando en muchas niñas una especie de psicología de ayudante, donde ellas ayudan a mamá a ayudar a los demás.

No es extraño entonces que al crecer, la principal fuente de satisfacción y de autoestima derive del hacer algo por los otros (alimentarlos, vestirlos, ordenar sus cosas, etc.).

En general, la mujer necesita mucho del afecto de los demás para sentirse segura y satisfecha consigo misma. Los varones conquistan, más que ternura, admiración a través de algo que es vivido como una hazaña, algo heroico.

Por ejemplo: "iMira mamá, hasta dónde me trepo!" o "vas a ver como hago un largo de pileta sin parar!" Es decir, que aquí no se trata de ser bueno, sino de ser valiente o capaz.

Si bien las niñas también buscan destacarse, es frecuente que lo hagan a través de ser cumplidoras, ordenadas, estudiosas. Es decir, que la idea de conformar al otro a través de ayudarlo u obedecerle es predominante, mientras que el varón busca más deslumbrar a la otra persona.

Esta tendencia de la psicología femenina, si es bien encauzada y compensada por otros, lleva a desarrollar rasgos positivos, tales como el ser altruistas y considerados con los otros, lo que resulta esencial en la crianza de los niños.

El problema surge cuando todo se agota allí, porque es como si la persona se vaciara de toda aspiración personal, y lo único que la pudiera llenar fueran las muestras de afecto o reconocimiento que otros Ie dan por sus servicios.

¿Y cuando los chicos crecen, qué…?

Y entonces mamá puede encontrarse que ya no la necesitan del mismo modo que antes. Una salida es inventar incansablemente situaciones como para que la sigan precisando. Una madre de niños en edad escolar que tenía empleada para ayudarla solía decir que no podía hacer nada después de las cinco, porque los chicos volvían del colegio.

Cuando se investigó un poco, resultó que en cuanto llegaban tomaban la merienda y se ponían a mirar TV o a jugar, mientras la mama mariposeaba a su alrededor buscando en que los podía atender. De modo que ella hubiera podido hacer ese curso de idiomas que decía querer, sin mayor problema.

¿Cuál era, entonces, la dificultad? Ella seguía sintiendo que era mucho más valiosa como madre que como estudiante. Trabajar de mama era moral, digno y bien visto.

Cuando lo hacia se sentía necesaria, importante y honesta. Estudiar algo era visualizado como una especie de acción egoísta – no muy legitima por cierto-. En  este caso, la necesidad que la madre tenía de ser necesitada, no era sin embargo tan intensa, ya que sus chicos eran bastante independientes.

Hay otras familias, donde los hijos, adiestrados inconscientemente por su madre, están realmente todo el día pendientes de ella.

Son chicos que no saben jugar solos, que protestan porque se aburren y reclaman constante atención. Es decir que confirman la idea de la madre, de ser seres muy necesitados, con lo cual su desarrollo personal se dificulta y empobrece.

La madre vive para sus hijos y ellos no saben vivir por su cuenta.

Reaprender en la madurez

No es fácil cambiar el eje sobre el que se centró la propia existencia, sobre todo cuando ese cambio es resultado de la crisis que en la madurez provoca el alejamiento de los hijos. Pero después de todo, sin esa perpetua necesidad de cambio no existiría la renovación vital.

Por lo tanto, en lugar de mirar al pasado con nostalgia, y extrañar las épocas felices en que eran tan chiquititos, plantéese su futuro. No hay que engañarse, no se trata del hecho trivial de tener alguna ocupación para "matar el tiempo".

EI tiempo que usted tiene por delante está para ser vivido, no muerto. De modo que el planteo es más amplio, más profundo, y pasa por asumir la propia existencia, el hecho de que usted es una persona que vive en un mundo mucho más amplio que el marcado por los límites familiares.

Realizar entonces una obra de cualquier tipo que sea, pero sentida como propia, como expresión de gustos y deseos personales, es también dar a luz otra vez, pero esta vez a usted misma, a su propia vida.

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