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A ellas les salta la térmica

Hombres y mujeres en el trabajo según una opinión quizás polémica, pero que no dejará indiferentes ni a uno ni a otras

Ya sabemos que el género es el conjunto de significados y
mandatos que la sociedad le atribuye al rol femenino y al masculino en un
determinado momento histórico y social. Y esos parámetros nos condicionan.

 

Por ejemplo, cada vez que hubo una guerra el varón marchó
al frente de batalla y las minas ocuparon todos los puestos de trabajo. Hasta
jugaron al béisbol.

 

Pero cuando terminó la confrontación bélica, los tipos
regresaron a sus laburos y a ellas las mandaron de nuevo a casita,
condenándolas a la invisibilidad del trabajo doméstico, y convirtiéndolas en las
proveedoras obligadas de servicios indispensables pero gratuitos.

 

Ellas entonces volvieron a
la carga con sus reclamos de igualdad. Pero seguimos convencidos de que se
requiere cierta virilidad para ser estibador en el puerto, o agrimensor en medio
del impenetrable chaqueño, o capataz en una mina de carbón en la
cordillera.

 

Es más, no me imagino a un flaco haciendo dedo en la ruta a una
camionera. En cambio el puesto de secretaria es siempre pensado para una chica
joven y linda, de la cual se espera que reciba, calme o filtre
amablemente al visitante molesto, y que sea muy discreta (vana ilusión).

 

Las mujeres son preferidas en
algunos puestos donde se maneja dinero pues han demostrado ser más honestas que
los machos, y muy detallistas en sus funciones (no sólo para criticar el
vestuario de las compañeras).

 

Ellas se quejan que a igual
función cobran menos que los varones. Pero reconozcamos que hay damiselas que
promueven la discriminación machista
cuando en el mejor momento de su
carrera quedan imprevistamente embarazadas, o rechazan un ascenso porque
las obligaría a viajar todo el tiempo, o descartan ocupaciones nuevas que las
harían transpirar o afearse demasiado.

 

Algunos empresarios dudan de
contratar a una mujer porque saben que ante una controversia son proclives a
utilizar su belleza como arma de último recurso, y la que no posee virtudes
físicas para descolocar las hormonas masculinas, es capaz de ponerse a llorar
desconsoladamente al ser contrariada y hasta quizás rompa algo y se vaya dando
un portazo.

 

En síntesis, son tildadas como inestables emocionalmente, pues
pareciera que nunca salen del todo del territorio de lo sentimental, y en el
momento menos pensado les salta la térmica.

 

Por el contrario algunos
empleadores creen que los machos son más equilibrados y simples, nada retorcidos
ni rebuscados y no hay que decirles un piropo para que lograr su máxima
eficiencia.

 

En síntesis, en esta era en
la que los perros van al psicólogo, no es extraño que los hombres cumplan
labores típicamente femeninas y viceversa.

 

¿Soy prejuicioso?

 

Quizás. De todos modos me
resulta improcedente cambiarle el sexo del oficio a títulos de obras famosas
como El Cartero Llama Dos Veces, La Mujer del Carnicero y La Costurerita Que Dio
El Mal Paso, solo para satisfacer a alguna feminista vehemente.

 

¿No les parece?