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Qué hace cuando un ser querido fue diagnosticado con cáncer

Alguna vez nos hemos preguntado cómo reaccionaríamos ante semejante situación. Muchas veces nos imaginamos junto a la cama sosteniendo una mano. Y la mayoría de las veces, a causa del miedo que el cáncer nos provoca, dejamos de pensar en ello…

La reacción natural ante una situación así es preocuparse por el
prójimo. Estar ahí para asegurarse de que no le falte nada, preguntarle si se
encuentra bien y cómo lo lleva. Introducirse más y más en el tema. Pero nadie
piensa que la persona que sufre de la enfermedad está tan al tanto de ella que
uno de sus mayores esfuerzos se centra en tratar de escapar de esas
conversaciones. Lo último que quiere una persona con cáncer es que le hagan
recordar que tiene cáncer. Necesita que las personas dejen de actuar como si
fuera distinta a quien era antes de que el doctor le diera su diagnóstico. 

Lo más lógico es que una persona con cáncer deje de hablar con las
personas más cercanas porque sabe que el tema de la enfermedad estará siempre
allí. Se alejará de los amigos para no provocar lástima ni ponerse en la
situación de víctima. Se alejará de la familia para evitarles el dolor de la
impotencia. Lo más probable es que se sienta cómoda con las personas que no siente
tan cercanas, con amigos que no ve hace tiempo y que pueden decirle que le
cuente de los otros aspectos de la vida, de cosas de las que no se enteró por
estar ausente de ese ámbito, de cualquier cosa que no sea el cáncer. Porque el
cáncer para una persona que lo padece es sólo una de las tantas cosas de la
vida. Una de las mayores pérdidas que provoca esta enfermedad, es que los
pacientes que luchan contra ella ven sus vidas consumidas por un único tema. 

Por eso es necesario que quienes tengan buenos sentimientos por esa
persona sepan que aún está viva, que aún tiene una vida por vivir y que deben
ayudarla a vivirla lo mejor posible. Lo mejor que puede hacerse es no dejarse
vencer por el miedo a la enfermedad. No dejar que el cáncer invada el resto de la
vida. Quitarle importancia sin ser irresponsables o descuidados. Tratar a la
persona como antes, porque aún está viva. Aún tiene sentimientos, pasiones,
hijos e hijas, aún le gusta cocinar, aún le encanta el buen vino. 

Cada persona a la que se le diagnostica cáncer responde de forma única
ante la noticia, así como ante el tratamiento. Es por eso que cada quien tiene
diferentes necesidades en las diferentes etapas, necesidades casi imposibles de
predecir. Lo único seguro es que el mayor apoyo que se puede dar es la
honestidad y estar ahí siempre, con la fuerza, la voluntad y el coraje que la
persona va a buscar. La dificultad reside en qué tipo de apoyo es el que se
necesita en cada momento y cómo entregarlo y hacerlo visible para quien lo
necesita pero muchas veces no sabe cómo pedirlo. 

Psicólogos y otros especialistas en el tema dicen que todo depende de
una comunicación abierta y fluida. Para aquellos que cuidan, lo más difícil es
estar allí, brindando todo el apoyo posible a sabiendas de que en realidad no
hay nada que ellos puedan hacer para cambiar la situación. 

Durante la primera etapa del proceso, cuando el diagnóstico es dado, lo
que pueden hacer los amigos y familiares es asistir a cada una de las consultas
médicas. Esto no sólo ayuda a repartir la carga en más de una espalda sino que
también sirve para que haya más de un par de oídos atentos a las indicaciones
de los médicos. De esta forma se asegurarán de que no se ha perdido detalle en
un momento tan intenso para el paciente. Es una cantidad de información
abrumadora para semejante situación y es mejor que el paciente no sea el
responsable de recordarla.

Quien esté dispuesto a ayudar también puede hacerlo con las tareas
pequeñas. Esas tareas que suelen acumularse a lo largo de un día rutinario: cortar
el césped, pasear al perro, hacer las compras, ordenar la casa, cuidar de los
chicos. Pero deben tratar de que el ofrecimiento de ayuda no llegue en
avalancha sobre la persona. Es posible construir un sistema de tres o cuatro
personas que se encarguen de esto sin tener que estar preguntándose ni
preguntándole al paciente qué es lo que puede hacerse. 

Aquellas personas cercanas que han padecido traumas parecidos pueden ser
de gran ayuda.

La experiencia siempre deja enseñanzas y habilidades. Busque en esa
historia la fuerza y sabiduría necesaria y pregúntele qué es lo que ha
funcionado y lo que no en esa situación, cuáles son las opciones y cuál es la
mejor elección en este caso en particular. No trate de hacerlo todo solo,
quienes ayudan también pueden ser ayudados. 

Las personas con cáncer siguen siendo personas con poder de decisión,
con deseos y voluntades. De modo que se les debe preguntar qué es lo que
quieren exactamente y cuándo lo quieren. Si no lo saben, espere un tiempo y
vuelva a preguntar o déjele la impresión de que está allí para lo que necesite.
Lo más importante es que los dos, el paciente y quien lo acompaña, sigan siendo
dos personas que se quieren y se respetan. Es decir, si quien cuida está
ansioso o se siente extraño, debe decirlo. Es preferible la sinceridad a
quedarse callado o, peor aún, alejarse por la sensación de impotencia o
extrañeza. Eso sólo provocaría una sensación de soledad o culpabilidad. 

El diagnóstico y las primeras semanas o meses
de tratamiento son sólo el comienzo de un proceso mucho más largo y difícil.
Una recaída del cáncer puede ser algo de lo más angustiante. Muchas veces,
después de haber atacado la enfermedad con todo lo que se tiene, reaparece en
otro lugar. Otras, el ataque es efectivo pero aún hay muchas batallas que se
deben ganar. El proceso de recuperación también es arduo y es en este momento
que la persona mira a su alrededor y se da cuenta que muchos amigos ya se han
olvidado de él, que está más solo que antes de empezar el tratamiento. 

Es importante que cada quien esté seguro de
hasta cuándo, cuánto y con qué intensidad está dispuesto a ayudar. Qué cosas
haría y qué no. Y aún más importante, que nadie se sienta culpable por lo que
hace o deja de hacer. Muchas veces la persona con cáncer se verá en la
situación de pedir ayuda a quienes no esperan ser solicitados, mientras los
familiares y los amigos más cercanos son dejados de lado. 

El miedo es la principal fuente de las
inhibiciones cuando se trata de ayudar a una persona que sufre de una
enfermedad seria. Estar cerca de alguien que se encuentra tan cerca de la
muerte les hace da cuenta de su propia mortalidad, les hace confrontarla. Esto
provoca un terror de tal magnitud que el solo pensar que alguien a quien se
quiere puede morir nos hace imposible pensar a esta enfermedad como una
enfermedad, como algo a lo que las personas pueden enfrentarse y ganar las
batallas. Es así como muchos prefieren mantenerse alejados.
 

Existen aquellos que relacionan todo con el destino o que están seguros
que es algo del demonio o algo así. También llegarán aquellos que insisten una
y otra vez que se debe mantener una actitud positiva todo el tiempo, y que sólo
con la actitud, el cáncer simplemente desaparecerá. Y esto viene de la mano con
una creencia acusatoria e ignorante que dice que el cáncer fue provocado por
una actitud pesimista por parte de la persona que lo sufre. 

El cáncer, aunque no se le debe tener miedo, es una enfermedad que debe
respetarse y respetar a quien la sufre. Es decir, no trate de estar siempre en
una actitud falsamente positiva. Esté allí para escuchar, para hacer compañía.
Es cierto que es algo difícil estar allí, siendo testigo del sufrimiento ajeno,
pero muchas veces es lo mejor que puede hacerse. Lo único que se necesita de
usted. No importa la forma en la que esté. Puede ser por llamadas telefónicas
diarias, correo electrónico o tomándose el trabajo de organizar salidas. Una
conversación semanal de los partidos del fin de semana, o de las noticias
internacionales. Una salida al cine o al parque. Las últimas noticias de las
relaciones amorosas en la oficina.

Lo que sea, pero siempre tratando de transformarse en una puerta segura
por donde el paciente sepa que puede salir del círculo que crea el cáncer.

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