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Los miedos y las fobias

Los miedos y las fobias de la infancia al instalarse suelen detener el desarrollo del yo, creando el camino para el inicio de futuras fobias.

Según
las estadísticas, el 30 por ciento de los argentinos sufre de alguna fobia,
muchos le restan importancia como para que esto no impida el normal desarrollo
de la vida cotidiana pero desde rendir un examen, hasta viajar en avión o
presentarse para solicitar un trabajo les genera temor. Es decir, situaciones
que parecen tan comunes para algunos, no pueden llevarse a cabo para otros sin
un tratamiento psicoterapéutico que lo acompañe y le ayude a disolver y
elaborar la sintomatología de base.

Los
miedos y las fobias de la infancia son muy frecuentes, de tanto serlo se los ha
considerado normales y se les resta importancia. Aún si sólo permanecieran en la infancia pero durante largos períodos, es necesario
cuidar su evolución, pues al instalarse suelen circunscribir el campo de la
acción y pueden, además, detener el desarrollo del Yo, creando el camino
propicio para futuras fobias. Diferenciamos a continuación, miedo y fobia.

El Miedo
se produce ante un objeto o hecho real que lo
estimula y desata
, es un temor lógico. La angustia aparece como una señal
de alarma, como un semáforo con un timbre que suena a la salida de un
estacionamiento y debemos frenarnos por unos instantes, por ejemplo.

La
Fobia, en cambio, es más intensa, elige un objeto o situación en la que
fijarse, es productora de mucha angustia, y puede permanecer intacta durante
todo el tiempo o puede desplazarse a otros objetos. Sus síntomas son más
fuertes y generalizados y puede abarcar una enorme cantidad de objetos.

Dado
que los primeros síntomas que aparecen son físicos, las personas que los
sufren recurren en primera instancia al médico. Luego de pasar por innumerables
consultas con clínicos, neurólogos, cardiólogos, endocrinólogos, y otros,
llegan a la consulta con una bolsa llena de estudios, esperando una respuesta
tan urgente como sus molestias.

Muchas
veces hay un factor desencadenante y a veces la persona puede reconocerlo, pero
no establece la relación lógica y la carga afectiva puesta en juego.

Un
breve cuestionario nos puede servir de base para saber como estamos:

¿Usted
sufre de…

  1. ¿Palpitaciones
    o ritmo cardíaco acelerado?

  2. ¿Oleadas
    de sudor en manos, axilas, etcétera?

  3. ¿Temblor
    o sacudidas?

  4. ¿Falta
    de aliento (disnea), sensación de ahogo o falta de aire para tragar saliva?

  5. ¿Sofocación?

  6. ¿Dolor
    o molestias cardíacas?

  7. ¿Náuseas
    o molestias abdominales, hambre insaciable?

  8. ¿Mareo
    o sensación de inestabilidad, vértigo, pérdida de conciencia?

  9. ¿Miedo
    a volverse loco?

  10. ¿Miedo
    a morir?

11.
¿Adormecimiento o cosquilleo en la cabeza u otra zona del cuerpo?
12. ¿Escalofríos?

13.
¿Urgencia urinaria?

Si
respondió a 4 o más en forma afirmativa, es suficiente para establecer el
diagnóstico y consultar cuanto antes. No olvidemos que minimizar estos síntomas
y no tratarlos, crea el campo propicio para que se instale una enfermedad tan
desagradable como cualquier otra que no por ser de índole psicológica, debemos
equivocarnos y restarle importancia.

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