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Hitos históricos de la medicina natural

Si buceamos bajo la marea de la Historia, encontraremos un común denominador bajo cada una de las corrientes terapéuticas que rigieron el arte de curar, sin que las geografías le hayan impuesto más que una coloración peculiar según las circunstancias históricas de los pueblos en que esas prácticas se aplicaron.

Detrás de la investidura
de los sanadores, los terapeutas, los médicos-sacerdotes, los curanderos o de los doctores en Medicina existió desde siempre una obsesión común,
milenaria, se diría que natural en el género humano de emular a la divinidad.

Cada acto que involucra la
intención de subsanar un
sufrimiento físico o espiritual de un semejante lleva implícito el deseo de
alterar el “destino” que marca a ese individuo.

Este anhelo no es ni más ni menos que la tarea de un dios, alguien capaz
de alterar el curso de la historia de un individuo interfiriendo con las causas
que lo condujeron al deterioro y al sufrimiento. El médico en sus orígenes más remotos se atribuía el título de “representante
del Creador, alguien que atesoraba los secretos de la esencia del Universo y que
era capaz de interpretar los elementos que la Creación había incorporado en la
Naturaleza, un ser que por elección propia recorría un camino iniciático con
la sola finalidad de cambiar el curso de los acontecimientos de un cuerpo
temporal.

Los textos sumerios y
acadios compartían la creencia de que un dios o varios de ellos crearon al
Hombre por medio de una acción deliberada, y que lo estructuraron a su imagen y
semejanza, con fortalezas y debilidades, con virtudes e imperfecciones como las
que ellos mismos poseían.

Pero a diferencia de su propia inmortalidad, les impusieron
caprichosamente un destino perecedero, una duración limitada.

Los textos antiguos consignan que aquellos creadores, con el fin de
compensar esa sentencia, dispusieron los medios para prolongar la vida y mitigar
las dolencias de los mortales escondiendo en el Reino Vegetal las claves de la
salud y la vida eternas.

Para las primeras
civilizaciones mesopotámicas, el dios “Ea” alias “En-ki”
ocupó el lugar del científico principal, una deidad rebelde que intentó por
todos los medios a su alcance de devolverle al Hombre la inmortalidad y frustrar
así las decisiones de sus dioses superiores.

Quizás “Ea” haya sido sin proponérselo el prototipo
del médico en la Historia.

La búsqueda histórica y vana del Árbol de la Vida es también
un factor común a muchas civilizaciones antiguas, y dio pié a leyendas,
epopeyas y relatos bíblicos que con diferentes matices representaron el mismo
afán humano por perdurar en esta existencia terrenal y de recuperar el sitio
que como dioses nos fue denegado.

Varias representaciones halladas en tablillas de arcilla desenterradas en
lo que fue el reino de Akad, muestran a sus dioses acompañados de tres
elementos llamativos: el Árbol de la Vida ( que daba el fruto de la
Vida
), el Pan de la Vida y el Agua de la Vida.

Los asirios, por ser muy buenos agricultores, fecundaban artificialmente
las palmeras datileras cientos de años antes de que un botánico de Nínive
escribiera en el siglo VII a.c. el primer catálogo conocido de las plantas de
la Mesopotamia.

Tres mil años antes de
nuestra era, al emperador Shen Nung ( legendario dios chino de la
Medicina) se le atribuye haber escrito el primer catálogo de plantas
medicinales del extremo oriente, el Shen Nung Pen Cao Jing, verdadera
Farmacopea Natural China, que contiene información tanto de los agentes terapéuticos
vegetales más exitosos, como asimismo, secretos para su cultivo y cuidados
especiales para su conservación.

Casi contemporáneo a ese
Tratado corresponde la enumeración que los médicos egipcios efectuaron de gran
cantidad de drogas vegetales, según se cita en el Papiro de Ebers escrito
diez siglos después a manera de compilación.

Cuando los griegos aplicaron la observación sistemática a las plantas,
transformaron la Botánica en una verdadera ciencia, basándose según ellos
mismos admitieron, en una muy antigua y abundante fuente de conocimiento vegetal
iniciada en las márgenes del Nilo varios siglos antes.

La primera clasificación
de las plantas, su descripción detallada, sus correspondientes métodos de
germinación, las formas particulares de crecimiento y el entorno ecológico de
cada especie, se cree que fue obra de Teofrasto, discípulo de Aristóteles,
quién reunió incluso plantas traídas por Alejandro Magno al regreso de su
campaña en el Asia.

Ambos fueron asiduos
concurrentes a las Escuelas Herméticas del Asia Menor.

Teofrasto escribió dos libros que son verdaderos clásicos en la materia
: Historia de las Plantas y Las Causas de las Plantas.

En épocas del imperio romano, Plinio el Viejo escribió 16
volúmenes acerca de las plantas, 9 de ellos dedicados a las virtudes
medicinales de las mismas.

Pedanio Dioscórides, médico griego contemporáneo de
Plinio, efectuó durante sus numerosos viajes una detallada recopilación de
enorme cantidad de datos acerca de plantas con poderes curativos, y al poseer un
don de exactitud descriptiva ( era cirujano de las Legiones Romanas) compiló
conocimientos herbarios en 5 tomos, a los que acompañó con ilustraciones
admirables que constituyeron durante siglos una Materia Médica Vegetal
respetada y ampliamente consultada.

Un coleccionista de plantas llamado Ibn Baithar, moro español de Málaga ( fallecido en el año 1248 ),
efectuó un periplo por todo el mundo antiguo conocido hasta llegar a Damasco,
donde reunió en sus escritos la descripción de 1400 plantas, la mayoría
medicinales.

Alberto Magno, filósofo y teólogo suevo, encabezó en la
Europa del siglo XIII el movimiento de los enciclopedistas, y obligado por las
estrictas reglas dominicas ( ya que vestía los hábitos de monje ) viajó a pie
por todo el continente, aprovechando ese tiempo para efectuar interesantes
observaciones botánicas para luego volcar sus conocimientos originales en
varios volúmenes que hicieron época.

Durante el Renacimiento, al explosivo desarrollo de las ciencias
se sumaron otros dos hechos que acentuaron la implementación de la Botánica
dentro de las principales escuelas de Medicina y Terapéutica de Europa, uno de
ellos fue la impresión de bellísimos herbarios ilustrados en las incipientes
imprentas locales, el otro fue la presencia de expedicionarios cultos y bien
preparados académicamente, que trajeron desde el Nuevo Continente cientos de
especies vegetales nuevas, muchas de ellas con siglos de utilización por parte
de los nativos, cambiando el uso empírico por otro científicamente comprobable
de sus propiedades curativas.

La invención del microscopio abrió una dimensión nueva, desarrollándose
el conocimiento anatómico de las plantas y obligando a efectuar una nueva y
detallada clasificación taxonómica de las mismas, considerándolas ya según
su género y especie.

La relación entre la Medicina
y la Botánica estuvo expuesta a temporarios vaivenes, algunos de ellos
relacionados con la influencia que los líderes de las Academias y Universidades
europeas y americanas ejercían sobre sus médicos adherentes.

Durante los tiempos en que
la Botánica avanzó con menos vigor, la Medicina impulsó la creación de
jardines especializados en el cultivo de plantas medicinales, la revisión de
antiguos tratados de Plantas curativas y la incorporación de la enseñanza de la ciencia de los Vegetales como parte importante de la Materia Médica.

En otras épocas, la botánica
le proporcionó a la medicina alrededor del 80 % del arsenal terapéutico con
que ésta última contó hasta casi la 3ª década del siglo XX.

A mediados de la década
de 1930, con el descubrimiento y el desarrollo de las primeras drogas sintéticas,
comenzó un nuevo alejamiento entre ambas ramas de la Ciencia.

Sin embargo, transcurridos
tan solo 30 años, la Terapéutica volvió a poner en su mira al infinito “vademécum
que la Naturaleza atesora.

Las selvas, las montañas,
los desiertos y los mares cumplen el papel de “anfitriones” a un
creciente ejército de “investigadores-aventureros”, quienes con el apoyo
financiero de Universidades de renombre internacional, Laboratorios de
especialidades medicinales, fundaciones privadas u organismos gubernamentales,
intentan hallar plantas que dispongan de componentes químicos con una actividad
promisoria para un gran número de enfermedades para las cuáles aún no hay
esperanzas de solución.

La Medicina nativa de
alejados rincones del planeta tiene de este modo la oportunidad de demostrar
científicamente las virtudes que empíricamente afirmaron durante siglos. Un
ejemplo de este interés se comprueba en un emplazamiento multi-disciplinario
que un importante número de científicos instaló en las copas de árboles
centenarios en la selva de Borneo durante 4 años ininterrumpidos, enviando
regularmente muestras de especies vegetales a laboratorios franceses.

La
lista de medicamentos de origen vegetal utilizados por la Medicina Convencional
en el tratamiento de patologías que van desde una simple cefalea hasta la
quimioterapia anti-cancerosa, es extremadamente larga y poco difundida, no
obstante, la Naturaleza continúa con modestia silenciosa entregando sus
secretos a aquellos dispuestos a investigar en sus leyes inmutables.

Tal vez el eterno afán
por hallar la “Fuente de la Inmortalidad” o el bíblico “Árbol
de la Vida
” no sea más que un mensaje grabado en nuestro ADN, que nos
susurra una “verdad” olvidada con el tiempo, aquella que mientras estuvimos
aliados más estrechamente con la Naturaleza nos obsequió una vida varias veces
centenaria, como aquella de los Patriarcas bíblicos pre diluvianos, y que
extraviamos con nuestra insistente y destructiva modificación del entorno ecológico.

Aún así, nuestro planeta
sigue siendo una inmensa y generosa Botica.