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La rebelión de los objetos inanimados

Había un libro cuyo autor planteaba la posibilidad de que los objetos inanimados no fueran tan inanimados como nos hemos acostumbrados a percibirlos…

Y lanza la pregunta del millón si fuera cierta dicha eventualidad ¿como nos sentiríamos en relación al mundo que nos rodea? 

Lamentablemente cuando tuve dicho ejemplar en la mano se me planteó la disyuntiva si el libro o la cena de la noche, por ende ganó, obviamente, la cena de la noche por diez a cero. 

Así que me quedé sin leer el resto del libro que había chusmeado pero ya con el interrogante atascado en la yugular. 

Y sospechando que en mi caso en particular y en el de muchos en general, hay ciertos objetos, que si vamos a votación, ganan por mayoría, de los que francamente, creer o reventar, al menos podríamos sospechar que cierta vida propia deben tener porque vagan por nuestra casa y los vemos todo el tiempo, menos, cuando oh casualidad los necesitamos. 

Ejemplo, el índice de mi colesterol malo y nervioso no me lo da solamente el análisis, cuando me sale para el diablo, cada vez que me lo hago, sino, algunas de estas cosas que a veces me parece que tienen hasta voluntad propia, con tal de hacerme reventar de ira cuando no las encuentro.

Ejemplo llaves.  Pero no solo la de abajo, sino la de arriba, la del medio, la de la terraza y si tuviera auto, supongo que éstas también se complotarían con sus antecesoras con tal de jugar un rato a las escondidas conmigo. 

Los lentes, para qué vamos a hablar de los anteojos.  Hasta que nos acostumbramos, nos marean, nos tortura llevar un apéndice sobre nuestras narices. 

Que hay que ajustarlos, cuando los ajustan, nos ponen la nariz colorada como un tomate de demasiado ajustados y sino nos aprietan las orejas y quedamos marcados como vacas pero finalmente nos acostumbramos y no podemos vivir sin ellos, pero ellos parece que si sin nosotros. 

Hasta se las ingenian para permanecer en nuestra cabeza, que de tan acostumbrados que estamos habiéndolo incorporado sería el último lugar donde iríamos a buscar y enloquecidos damos vuelta en su búsqueda. 

Nunca falta un adolescente que nos recuerde:  “pero mamá, si lo tienes en la cabeza” y se marcha lo más campante a hacer su rutina de nada cotidiano y muerto risa y nosotras en medio de un papelón casero. 

Los controles remotos deben tener la particularidad de algunos animales, se camuflan o se mimetizan con los almohadones, con cubre sillones, con mesitas ratonas. 

Y son inmunes a nuestros pedidos de socorro cuando en medio de una tarea queremos subir el volumen porque de taquito escuchamos la noticia que nos interesa o ya nos aturde demasiado el canal de la música. 

Ellos hacen mutis por el foro y si son flaquitos se hacen transparentes con tal de que no los veamos y los dejemos en paz.  Ya hemos pasado con gloria y honor la época de los chupetes porque estos sí que originaban un par de tragedias diarias. 

Veía un ejército de ellos por donde iba, si me descuidaba tenía que sacárselo hasta al perro.  Pero basta que mi marrano llorara que los chupetes se hacían humo como por arte de magia. 

Lloraba el niño gritaba yo: mi vida por un chupeteeeeeeeeeeeeeeeeeeee, de los diez mil quinientos que junte y herví que estaban desparramados por toda la casa. 

Cuantas veces he mirado al perro con cara de asesina.  Diez minutos de upa después cuando voy a colocar a mi retoño a su lugar de origen esto es su cuna, debajo de la sabanita está toda la reserva chupetera de mi casa y yo en estricto silencio bendiciendo a un par de contingencias que como esta complica un poco la labor de una ama de casa. 

Siguiendo con la enumeración, otros objetos de los que uno puede sospechar de una vida paralela a la de animada puede ser esos que se pregonan como indispensables para el bolsillo del caballero, que cuando no los halla ahí, inexorablemente se lo pide a la dama de al lado que cuando tampoco los tiene a mano opta por comprarlo. 

Porque siempre aparecen súbitamente los vendedores de cosas indispensables para el bolsillo del caballero y la cartera de la dama. 

Las veces que he vuelto a mi hogar dulce hogar y he vaciado la cartera  encontrando una cantidad atómica de pañuelos descartables, no tiene nombre.  Suficientes como para momificar al gato durante un par de años. 

Función que le encontró mi hijo menor al papel higiénico, servilleta y ya que está y porque no también a los pañuelitos descartables.

Grrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr, es lo mínimo que me puedo permitir vociferar; ya que cuando una gota, insoportable, de agua vertía de mi nariz lo único que había a mano y que ni loca iba a usar era el reverso de mi manga. 

Y el que vendía los pañuelos estaba a miles de kilómetros de subte así que para cuando llegara a mi, hace rato, seguramente, habría llegado, mi nariz goteante y yo a destino. 

Peine.  Por empezar el peine que se vende en los subtes y el de hoteles alojamiento, si uno opta por llevárselos de souvenir, son prácticos pero más que nada para los nenes y caballeros y/o adolescentes no muy enrulados de lo contrario con un bucle perdemos el peine en ciernes. 

Pero para el revoltijo que hace el viento en otoño, invierno y primavera en las cabelleras propias y ajenas de nuestros hijos la verdad que a veces viene muy bien un peine de esos a mano. 

Pero otra vez tuve una ilusión óptica.  Basta que a uno se le cruce, como una estrella fugaz, el deseo de tener uno de esos a mano, empieza revisando bolsillos de sacos, chalecos, camperas propias y ajenas y nada…el cochecito, el osito del de el medio, el diario íntimo de la mayor y nada otra vez. 

Revisar el saco de nuestra media naranja o medio pomelo según la ocasión puede ser peligroso pero de últimas instancias, uno lo revisa y ve con estupor que es más fácil extraer de él un cocodrilo, vivo y gozando de excelente salud antes que el dichoso objeto mentado y preciado. 

Y el que los vende, otra vez, si, adivinaron, hasta que llegue a nosotras, todo el subte vio el estado de improlijidad de nuestros vástagos para ni siquiera atisbar el nuestro en el reflejo de la ventanilla.  

Así llegamos a una primera conclusión: la cualidad que le pregonan para vender: indispensables para la cartera de la dama y/o el bolsillo del caballero, estudiante, etc, no es por la función que desempeñan o que nosotros les demos un excesivo uso, no, sino, por el contrario, o nosotros, las gentes extra limitadamente los extraviamos o, porque tienen la fantasía de emular a Houdinni, el gran mago del escapismo y se empeñan en desaparecer bajo nuestras propias narices.  

Que semejante descripción, creo,  es suficiente para alertarnos: no, no estamos locas.  Aviso de precaución: no se haga mala sangre. 

No es que pase algo malo con usted tenga Alzheimer o este tan loco de remate que no encuentra sus propias cosas. 

Estas tienen una especie de vida paralela y propia con el único fin de divertirse ellas y enloquecerla a usted. Y no se preocupe tanto, que a mí, a él, a ella, a fulano, a mengano, a sultana y a los hijos y a toda la parentela: le pasa lo mismo que usted. 

Basta necesitar algo más o menos urgentemente que estas tengan ganas de divertirse un rato y desaparezcan como por arte de magia y reaparezcan cuando usted esté buscando otra cosa de la lista que tampoco encuentra. 

Ahora me va a tener que disculpar.  ¿Adónde estás objeto inanimado de mi vida que no te puedo encontrar?…

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