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Leyendas Shonekas

El mito de la creación, visto desde las entrañas de la Patagonia…

Kooch siempre existió, vivía rodeado de densas tinieblas que lo envolvían, sin permitirle ver nada. Fue tanto el tiempo de quietud y silencio, interminable abismo de soledad, que Kooch rompió a llorar.

Largamente, con un llanto profundo y prolongado, y tanto lloró que es imposible calcularlo. De sus lágrimas se formo el mar, llamado Arrok, siendo este el primer elemento base para lo que sería el mundo.

KOOCH dejó de llorar cuando advirtió el constante aumento del agua provocado por sus lágrimas. Entonces dio un suspiro y creó el viento, que de inmediato comenzó a agitar las tinieblas logrando al fin disiparlas.

Aparece entonces la claridad, que provoca la alegría y le da aliento para seguir creando los restantes elementos que formaron luego el mundo.

Creación del sol

Ya estaba Kooch rodeado de un inmenso mar creado  por el riego de sus lágrimas, sin embargo continuaba envuelto en las tinieblas densas de siempre. Quiso entonces observar desde lejos su mundo, pero por más que se alejaba todo continuaba igual.

De pronto alzó una mano y en un rápido movimiento rasgó ampliamente el velo circundante, apartando la oscuridad de la que brotó una gran chispa que continuó el giro de su mano y disipó de inmediato las tinieblas.

Miró en torno suyo el maravilloso mundo y bautizó al sol con el nombre Xaleshem, quien fue el padre de las nubes ya que del mar brotaron prestas ante el contacto de su tibieza.

El viento, sorprendido, comenzó a arrastrarlas y tanto las martirizó que estas emitieron  un quejido, que fue el primer sonido que hubo en el mundo.

Las nubes se enojaron, y tras el trueno que recién habían estrenado (KARUT) encienden fuego de enojo (relámpago), que ilumina a los sorprendidos ojos de los espitas asomados en los huecos del infinito.

KOOCH no se desalentó, y desde ese momento ordeno la actividad de todos los elementos, les dio nombre y función a cada una

Creación de la luna

KOOCH ya había creado al sol para iluminar el día y dar calor a la existencia, pero durante el descanso de este, TONS (la oscuridad) daba libertad a sus hijos, los malos espíritus que prodigaron así el mal por todos lados.

Los mas malos eran NOSHTEX Y GOSYE, los dos gigantes patagónicos. Ellos asomaban sus ojos por los resquicios de las maderas viejas, por los huecos de las rocas y desde lo profundo de las cavernas acechaban a su alrededor para prodigar males, enfermedades y desgracias.

KOOCH crea entonces a la LUNA, llamándola KEENYENKON, para que elimine la tierra y aleje con su lumbre a los malos espíritus. Las nubes que rondaban por el cielo, fueron presurosas a contarle al sol la buena nueva, y tanto le hablaron de la pálida nocturna, que decidió conocerla.

Una mañana, quebró con sus rayos el horizonte ante de lo acostumbrado, y por su parte Kenyenkon, no resistió el embrujo del rubio madrugador y lo acompañó a través del azul del cielo hasta perderse en el horizonte quebrado de los Andes en un rojo atardecer.

KOOCH había creado ya el viento, las nubes, el sol y las nubes, pero aun faltaba algo. Hizo brotar una enorme isla de tierra donde elaboró la vida de los seres irracionales: los peces, las aves, los insectos, los animales y plantas en general.

Los elementos creados al principio, admiraron la tierra y derramaron sobre ella todos sus atributos, así la lluvia regó copiosamente, el sol calentó complacido y el viento acarició los valles para que los pastos cubrieran prontamente la tierra.

Todos vivían en perfecta armonía en esta isla  primigenia. Sin embargo, desde la oscuridad un día salieron los gigantes maléficos que cambiaron con su perversidad toda esta belleza y armonía.

Por María Elena Sancho

Sobre la autora:

María Elena Sancho, es una pintora de Buenos Aires (Argentina) cuyo arte entronca con el indigenismo. Sus cuadros transportan a la América primigenia, perdida en el laberinto de la historia y la depredación de la colonización y sorprenden por su fuerza telúrica; son como trozos de una pared en una estancia silenciosa, olvidada dentro de una pirámide en mitad de la selva profunda en donde ronda el jaguar. Arte e historia se funden en estas obras para demostrar que en el arte viven todos los mundos que fueron y que el artista puede ser un cartero privilegiado del recuerdo. María Elena pinta pero también escribe cartas sobre la historia de otros tiempos, tan perdidos pero tan presentes en la memoria colectiva de los pueblos americanos.

Pedro M. Martínez (agosto 2002)
Margen Cero

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