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La emigración y las madres que se quedan huérfanas de hijos y nietos

Cuando se van, ¿qué es de los que se quedan?

Me
decía una psicóloga clínica, quien debió criar sola a cuatro hijos, que
desde siempre había tenido un sueño: llegar a los sesenta años, sentarse
delante de su vieja máquina de escribir, para poder crear artículos, cuentos y
novelas, con el objetivo de leérselos a sus nietos y descansar por fin un poco
de la parte laboral.


Siempre
pensó que con cuatro hijos tendría tanto trabajo como abuela que no iba a
poder con todo: con su trabajo de psicóloga, con su deseo de crecer como
escritora y con sus ganas de ayudar en la crianza de los nietos.

Es
una madraza
”, solía decir la gente de ella. Sin embargo, no pudo rehacer
su vida de pareja, pues los hombres huían ante la idea de vivir y colaborar en
la manutención de una familia tan numerosa.

Ninguna
de las parejas que tuvo se animó a formalizar con ella, a pesar de que la
amaban entrañablemente, pues decían que con sus hijos y los de ellos
conformaban una trouppe demasiado difícil de armonizar.

Los
míos, los tuyos y los nuestros
” de las películas no podría conformarse
en un país latinoamericano, donde el hombre y la mujer -en general- apenas
pueden mantener a dos hijos. Por lo cual ella, decidió seguir luchando sola con
su familión, y mantener relaciones cama afuera.

No
se podía quejar: así como era maternal con sus propios hijos, era muy
continente con sus pacientes. Tenía el consultorio lleno, y su vida profesional
crecía día a día. También floreció como mujer y como amante. Lograba formar
buenas parejas, pero no estables.

Hete
aquí que esta mujer tan agradable, tan sociable, y tan afectuosa, se convirtió
en una persona pesimista y depresiva cuando tres de sus hijos decidieron emigrar
con sus familias, para probar suerte en el extranjero.

Nunca
ahorró dinero para este tipo de eventualidades; nunca se imaginó que iba a
perder a sus hijos y nietos en apenas seis meses, que fue lo que tardó la
debacle de su país.

Las
llamadas telefónicas diarias, el INTERNET, la filmadora –que había adosado a
la computadora-, eran sólo paliativos que le servían –a veces- para calmar
su angustia.

Pero otras, cuando veía a sus nietos proyectados en la pantalla de
la computadora, esa situación robotizada, la trastornaba mucho mas, y se deprimía
profundamente. Añoraba los bracitos y besos de sus nietos, y las largas
conversaciones y juegos que solía tener con ellos.

“¿Cuándo
nos venís a ver, abuela?”
,
preguntaban todos al unísono. Y ella disimulaba sus lágrimas y decía “Prontito…
prontito…”

Sentía
que día a día los perdía cada vez mas. Sus hijos y sus nietos se estaban
adaptando a otra cultura. Había dejado de ser el personaje importante en la
vida de ellos. Hasta temía que su nietita de dos años en poco tiempo dejara de
reconocerla como abuela.

Vivía
con su hijo menor, añorando los ruidos de la casa familiar y aunque su pobre
hijo le daba todo el amor que podía, invitando amigos a cenar, a compartir un
asado los domingos, la soledad la asfixiaba y la angustia era cosa de todos los
días.

Estaba
muy enojada con el país, con los gobernantes, culpándolos de haber destruido
su familia y sus sueños de ingresar a la tercera edad rodeada de nietos y
desarrollando una carrera literaria que había quedado encapsulada en su alma
durante 40 años, y que en este momento ella necesitaba dar a luz.

Perdía
pacientes, porque ya no podía sonreír, y porque ellos tenían cada vez mas
impedimentos económicos.

Y
esto la angustiaba mas aún, pues no podía juntar los $1500 dólares para
visitar a su familia con frecuencia. Se encontraba en una situación de sin
salida y sin esperanza. Sabía que no podía emigrar, pues no iba a poder
trabajar en otro país con su título. Tendría que revalidarlo, y ese era un
esfuerzo muy grande que no estaba dispuesta a hacer a los 60 años. Además de
los impedimentos legales propios del país a donde habían emigrado sus hijos.

Tuvo
que recurrir a una terapia de apoyo para poder sobrellevar esta situación. Y
decidió trabajar con grupos de mujeres que estuvieran pasando lo mismo que
ella.

Esto
la ayudó mucho, pues siendo solidaria con otras mujeres que transitaban su
mismo dolor, pudo sobrellevar la depresión que le produjo la fractura de su
hermosa familia por los problemas laborales y económicos de su país.

Comenzó
a comprender que lo que veía en la publicidad era verdad (decían los jóvenes:
Millones de puestos lo esperan a través de INTERNET”). Tenía que
adaptarse a vivir en un mundo globalizado, a aceptar esta nueva situación, y a
no correr tras sus hijos y nietos. Tenía que poder rehacer su propia vida, y
este era un aprendizaje nuevo que necesitaba elaborar.

No
olvide visitar la Sección de Emigración para mayor información