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Los efectos terapéuticos del piropo

Señores, háganme caso, porque lo digo por experiencia: las puertas que abre un piropo en el corazón de la mujer, rara vez se cierran…

Hace  unos días caminaba rumiando mis pensamientos como quien mastica vidrio y buscando algo parecido a un centímetro de sombra, cuando al doblar una esquina me crucé con  un hombre que me dijo un piropo.

Primero desfruncí el ceño, que chirrió como una bisagra oxidada porque hacía un largo rato que lo tenía fruncido.

Después estiré la espalda, sonreí, y dándome vuelta busqué al gentil caballero para darle las gracias, cosa que suelo hacer, indefectiblemente, cuando me dicen un piropo.

Pero hete aquí que no lo había mirado, y si lo había mirado no lo había visto, y por lo tanto no pude identificarlo.

Menos mal, porque de la gratitud hubiera sido capaz de abalanzarme sobre él, colgármele del cuello, hacer de cuenta que era Antonio Banderas y arrancarle la ropa a mordiscos en plena calle.

Con el ceño desfruncido y una sonrisa que llamaba la atención entre tantas caras largas, seguí mi camino meditando sobre los efectos terapéuticos del piropo y sus posibles aplicaciones contra el bajón psicofísico que está diezmando a los argentinos.

Llegué a la conclusión de que, en el caso de las mujeres, este mal podría curarse de raíz con una dosis diaria de piropos, que nos ayudaría a recuperar la autoestima, nos levantaría las defensas y nos haría más resistentes a virus, bacterias, aumentos de precios, reducciones de salarios y otros males nacionales.

¡Y que sencillo sería! Cuando mucho, cada hombre debería decir por día unos diez piropos, y ni siquiera haría falta que fueran elaborados: un simple ¡DIOOSSSSA! dicho en tono admirativo, inclinando la cabeza y soplándolo cerca de la oreja de la bruja más horrible, obraría milagros.

Ni que hablar de esos dos clásicos cordobeses, el “MAMASSSA” y el “IEEEGUA” con que suelen castigar nuestros oídos los hombres de estos pagos, y que pasado el bochorno inicial, nos producen un pico  de adrenalina que nos alcanzaría para brincar por los campos toda una tarde. 

Lo único indispensable es que todos los piropos fueran indiscriminados; esto es, dichos al voleo; no un tributo a la belleza sino más bien un acto de grandeza masculina, destinado a hacer brotar  esa hermosura interior que, se supone, todas llevamos dentro.

Observen los resultados que se podrían obtener, según las dosis:

Con sólo un piropo diario, tendríamos la mirada más brillante durante el resto del día, el busto erguido por dos o tres horas y el andar majestuoso por varias cuadras.

Con dos piropos diarios tendríamos menos arrugas, soportaríamos las inclemencias del tiempo sin quejarnos, trabajaríamos cantando y volveríamos a casa con la energía necesaria para preparar la cena, postre incluido.

Con tres piropos diarios consumiríamos menos ansiolíticos y antidepresivos, gastaríamos menos en cosméticos, nuestro humor mejoraría notablemente y nos pondríamos mimosas cuatro noches por semana.

Con cinco piropos diarios dejarían de dolernos para siempre la cabeza y los ovarios, se nos borrarían las patas de gallo, se nos disolvería la celulitis y bajaríamos diez centímetros de cintura.

Y con una sobredosis de diez piropos diarios, seríamos capaces de levantarle la líbido de por vida hasta al más alicaído de los varones argentinos, lo cual ya es mucho decir.

Rugiríamos como leonas, caminaríamos como panteras, tendríamos piel de pétalo, transpiraríamos con olor a sándalo y nuestro aliento sería fresco y perfumando como si masticáramos menta por toneladas.

Nos convertiríamos en verdaderas mujeres maravilla, de esas que  revolean camiones por los aires y destripan malhechores sin que se les despeine el flequillo ni se les corra el maquillaje, y todavía nos quedarían energías para bailar todas las noches la danza de los siete velos, como preludio a lo que vendría después.

Piensen, muchachos, piensen… con la mínima inversión de unos pocos minutos diarios y algunas palabras floridas dichas al azar, todos podrían tener esposas, amantes, novias, madres, hermanas, amigas e hijas maravillosas, alegres, sumisas y querendonas.

Y por si esto fuera poco, piensen en los  beneficios para el bolsillo masculino: si todas las mujeres recibiéramos nuestra dosis de piropos, no habría más compradoras compulsivas, ni sicoanalizadas crónicas, ni maniáticas de la limpieza, ni hipocondríacas.

Las familias argentinas ahorrarían miles de pesos que podrían invertir luego en vacaciones, arreglos y reformas en la casa…

En fin, ¡si no me creen, hagan la prueba! Lo más que puede pasar es que algunas celosas se pongan locas, pero al hacer tan felices al resto de las mujeres, eso no cuenta.

Además, ellas también recibirían sus dosis diarias así que andarían mansitas.

Señores, háganme caso, porque lo digo por experiencia: las puertas que abre un piropo en el corazón de la mujer, rara vez se cierran. Bombones, flores, diamantes, son bienvenidos, también.

Pero un piropo… les juro que nos desarma, y que hasta la más arisca, aunque por fuera se haga la recia, al escuchar un “requiebro” siente cosquillas en el estómago y cascabeles en el alma.

Por Graciela Fernández, escritora
Contacto: [email protected]
En la web: http://terincollado.blogspot.com/


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