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Viaje a Amsterdam

Dos amigos míos, a quienes llamaré Pepe y Pepa para conservar sus nombres en el anonimato, decidieron efectuar un viaje a Ámsterdam para conocer la ciudad de la libertad sexual…

A su llegada se alojaron en un hotel del centro de la ciudad y al atardecer se pasearon por “las calles del vicio”, como ella las llamaba, donde las prostitutas se muestran tras los escaparates. Hicieron sus comentarios y se divirtieron.

Al día siguiente, a la hora de la comida, Pepa anotó:

—¡Oye, Pepe! Esta tarde mientras tú te echas una siesta, yo voy a comprarme un bolso que he visto en una tienda. —

Hizo una pausa mientras buscaba la cartera, después la abrió y finalmente observó—: Aunque ya tengo, dame algo de dinero.

Después de la siesta, Pepe bajó al vestíbulo y comprobó que su esposa no había vuelto. Salió a por tabaco, pero se entretuvo admirando las pipas y oliscando los diferentes aromas de las cajas de tabaco de picadura.

Cuando Pepa volvió, le dijeron en recepción que su marido había salido un momento. Deseando de que su esposo la viera con el nuevo bolso, salió al exterior del hotel.

Se paseó de esquina a esquina y, en ambas, miraba a lo lejos intentando localizar a su cónyuge entre los paseantes. Cuando Pepe llegó, ella le pidió más dinero pues se había gastado todo.

En el momento en que Pepe echaba mano de su cartera, dos gendarmes les abordaron y les obligaron a ir a la comisaría; no sin antes haber montado una algarabía bilingüe ante los curiosos viandantes.

Ellos no entendían el holandés ni ningún policía hablaba español, por lo que el comisario hizo venir a un interprete.

Finalmente se enteraron de que el motivo de su detención era porque los policías habían apreciado que Pepa “hacía la calle”, lo que estaba prohibido sin el carné sindical adecuado; y, además, habían visto cómo el hombre (en este caso, su marido) que la había abordado le ofrecía dinero.

Ellos quisieron convencer al comisario, con la presentación de sus pasaportes, de que eran esposos, pero los pasaportes españoles eran independientes.

El comisario insistió en ponerles una multa de 300 euros, salvo de que ella cogiera el carné de meretriz que costaba 5 euros.

Las prostitutas de Holanda están inscritas en el censo y sindicato correspondiente, lo que les permite “hacer la calle”.

Pepe protestó y el interprete le dijo que si no le gustaba la idea pagara los 300 euros de multa o el comisario les requisaría los pasaportes.

—No lo permitiré, Pepa. Tú eres una mujer honrada y eso sería un ultraje— dijo Pepe.

Pepa, mirándole con una sonrisa picarona, le dijo:

—Lo voy a coger, Pepe, al fin y al cabo ¿qué hago todas las noches para ti …?

Pagó los 5 euros por el carné. El interprete les condujo al hotel. A Pepe no le gustó que el hombre se quedara en recepción contando el incidente.

Subieron a la habitación, se acicalaron y se cambiaron de ropa y, hacia las ocho, se dirigieron a un restaurante.

Mientras estaban cenando, ella sacó el carné de su bolso para curiosearlo y hacer comentarios jocosos. Al poco el dueño se les acercó y, en un español comprensible, le dijo a ella que en su restaurante estaba prohibido “venderse”.

Ellos le contaron lo que les había sucedido, pero el hombre hizo una mueca de incredulidad, (el comisario ya les había asegurado de que había muchas extranjeras que se sindicalizaban para obtener el permiso de permanencia).

Debido al enfado, Pepe no dejó propina; el dueño, colocándose a su oído en el momento de salir, le dijo: “Si necesita dinero, nosotros podemos proporcionarle clientes”. Poco le faltó a Pepe para propinarle un buen estacazo.

Llegaron al hotel malhumorados y, mientras Pepe solicitaba la llave de la habitación, un botones se acercó a Pepa y le comentó que un señor la estaba esperando pues requería de sus favores (se había enterado por el interprete de que disponía del carné adecuado).

Protestó, fustigó al botones con su bolso y una vez en la alcoba advirtió a su marido:

—¡Mañana mismo nos vamos de Amsterdam! Ya me catalogan de puta en todas partes ¡Es demasiado!

Regresaron a su casa y, al cabo de unos días, calmados ya los ánimos, a Pepa se le ocurrió enmarcar el susodicho carné. Unas semanas después invitaron a sus amigos a una merienda para enseñarles las fotos del viaje.

En el momento de la despedida, uno de los amigos se fijó en el cuadro donde estaba enmarcado y preguntó:

—Y ¿esto…?

—Se lo dieron a Pepa por ser una buena esposa —contestó Pepe.

Por J. Javier Larrínaga

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