Cuando la juventud nos deja, debemos tomar nuevos hábitos pero no cambiar de vida

 

Pasar
de los 30 a los 40, suele ser más traumático para algunas personas que llegar
al medio siglo de existencia. Dejar atrás los treinta y zambullirse de golpe en
los cuarenta significa algo así como comenzar a mirar de lejos la juventud que
se nos va irremediablemente.

Pero los cuarenta se llevan cada año que pasa con
mayor resignación y se hace acopio de una serenidad que nos conduce a ver las
cosas desde un ángulo más provechoso a partir de los cincuenta.

Está
claro que superar la línea mítica de los cincuenta es entrar en la madurez.
Estamos camino de la mal llamada tercera edad.

La Naturaleza, máxima sabiduría
del Universo, ha establecido un comportamiento corporal, emocional, psíquico y
social bien diferenciado para cada decenio de nuestra vida. Unos lo llevan mejor
y otros peor, pero en cuanto nos disponemos a iniciar el consumo los segundos
cincuenta años de existencia nos solemos plantear una manera de actuar ante las
circunstancias bien diferente a como lo hemos venido haciendo.

Desde
este momento, sin que nos demos cuenta, iremos cambiando los hábitos poco a
poco. Deberíamos aprovechar la circunstancia y pensar seria y reposadamente en
modificar ligeramente nuestras tendencias, sin necesidad de variarlas
sustancialmente.

Cuando la juventud nos deja, debemos variar algunos hábitos,
pero no necesariamente cambiar de vida. Desde aquí, trataremos de señalar
algunas de las costumbres que es bueno controlar.

Comer
menos, pero comer mejor

Cuando
uno es joven parece que el cuerpo lo acepta todo. Si encima se practica algún
deporte, se es nervioso, o se tiene una hiper-actividad, aunque nos pasemos en
la ingesta de "bocatas", con la correspondiente sobredosis de hidratos
y proteínas, aunque le demos de más al colesterol con buenas raciones de
cerdo, huevos fritos y otros compañeros de la gula, o castiguemos hígado y riñones
con abundantes dosis de alcohol, casi siempre de baja calidad por aquello de que
es más barato, resulta que el organismo va asimilando, como el motor de un
coche con pocos kilómetros, todo lo que se le echa.

Pero
precisamente en la década de los incomprendidos cuarenta es cuando surgen los
primeros síntomas que advierten de que no hemos llevado una conducta
precisamente ejemplar en cuanto al asunto de la alimentación. Por ello, al
cruzar la mítica barrera del medio siglo, el cuerpo nos comienza a pedir
moderación.

Y nosotros debemos ser generosos con nuestra máquina porque ya
lleva muchos años de rodaje por las carreteras de la vida y nos queda por
recorrer el tramo más difícil y con más baches.

El
consejo es comer menos, pero comer mejor. Hay que controlar el ácido úrico
(gota) vigilando el exceso de proteínas. Para ello buscaremos la compensación
mediante una dieta equilibrada. No se trata de privarnos de nada, solo de no
cometer excesos.

Evidentemente podemos disfrutar con el marisco, pero sin
atiborrarnos; debemos ser cautos con las conservas y los salazones, por el
exceso de sal, pero no hace falta privarse de su consumo si no hay razones más
poderosas.

Decídase
a encontrar placer en las cosas pequeñas. Una buena iniciativa será la de
intentar ser cada día más sibarita y mejor gastrónomo. Para ello acostúmbrese
a la variedad y a las pequeñas cantidades.

Muchos restaurantes elaboran los
llamados "menú degustación", que suelen constar de cuatro o cinco
platos, basados en las especialidades de la cocina del establecimiento pero con
raciones más reducidas; tiene la ventaja de ingerir una cantidad total de sólidos
parecida pero más variada y con menor posibilidad de incidir en lo no
recomendable.

Recuerde que "lo bueno, si poco, doblemente bueno". Tome
como hábito descubrir nuevas elaboraciones y experimentar, incluso en su propia
cocina, recetas en las que hasta el momento no había deparado; observará como
se abre ante usted un mundo gastronómico nuevo que le permitirá disfrutar de
mil nuevos sabores y creaciones culinarias sin caer en la saturación.

Si
es amante de los buenos frutos de mar no se prive de ellos por la dichosa gota,
opte por saborear solamente un par de ostras o media docena de almejas vivas de
una vez y guarde para el próximo ágape las nécoras o las gambas.

Si le gustan
las diversas formas de degustar el cerdo, hágalo mediante una barbacoa con
pequeñas porciones de butifarra cruda, butifarra negra, chistorra y un
"cachito" de panceta, pero cuidando que entre todo no pase de unos
doscientos gramos; lo puede acompañar con un par de rebanadas de pan de payés
convenientemente untado con tomate, una pizca de sal y buen aceite de oliva
virgen, a poder ser nada refinado, que nos ayudará con el colesterol.

Existen
buen número de especies de
pescados frescos que se sirven en la plaza en
rodajas o en piezas pequeñas, como la merluza o la lubina. Pruebe de
elaborarlos en su propia cocina siguiendo una de las muchas recetas que
contienen los buenos libros especializados que se ofertan en las librerías (si
desea alguna receta, envíe un e-mail).

Habitúese
a la ingesta habitual de pasta de trigo duro. Es un vehículo muy saludable, con
contenido cero de colesterol y el mínimo porcentaje (entre 4 y 17%) de ácidos
grasos saturados. Contiene la mejor fibra dietética, con la propiedad
extraordinaria de aumentar en el intestino hasta quince veces su peso en crudo y
20 veces su volumen, sin producir fermentación ni flatulencias.

Durante el
trayecto gastrointestinal la fibra se hincha, formando una masa gelatinosa que
envuelve los residuos alimenticios.

Ello aumenta los movimientos peristálticos
del cólon, lo que ayuda a una evacuación intestinal realizada con normalidad,
evitando el estancamiento y el restreñimiento, aspectos estos muy importantes
para las personas que comienzan a ser mayores.

Tenga
muy presente también el beneficio de incluir a menudo en el menú una dosis
adecuada de legumbres, verduras y frutas, pues su aporte en hidratos y vitaminas
es muy necesario, prácticamente imprescindible.

Seleccionar
mejor las bebidas

Igualmente
debemos hacer con respecto a la ingesta de alcohol. No hay necesidad de
eliminarlo definitivamente, salvo que el estado de su organismo así lo
aconseje, pero sí procurando tomar bebidas de calidad contrastada, aunque sean
más caras; la solución es beber un poco menos.

Acostúmbrese,
al igual que hemos recomendado con la comida, a ser un poco más selectivo y a
regular las medidas de cada toma.

Por ejemplo: el whisky es un perfecto
aperitivo-digestivo, por lo que igual puede tomarse antes de una buena comida
con el fin de estimular el apetito, como después de la misma para que nos ayude
a una mejor digestión; en este caso podemos optar por dividir sistemáticamente
la cantidad de destilado en dos partes y tomar una como aperitivo y la otra como
efecto digestivo.

De la cerveza, cuando está en su punto de frescor, el primer
sorbo tiene un valor infinitamente superior al resto que nos queda en la jarra;
por ello, es bueno acostumbrarse a pedir una caña o una copa pequeña, pues la
satisfacción de beber cerveza ya la tenemos superada tras el primer sorbo.
Luego, es beber por beber.

Prefiera
el trago largo, en lugar de la copa corta y pura. Un whisky, una ginebra o una
vodka, por citar solo algún licor que se acostumbra a beber en copa, puede
tomarse con soda, con agua o con el zumo de alguna fruta; ello alargará el
contenido, lo que supone dos ventajas: la primera no sacudir los tejidos
internos del cuerpo ni las membranas gustativas con el latigazo directo de
alcohol sobre los 40 grados, la segunda es que el trago le durará más tiempo,
por lo que beberá menos y el alcohol consumido será ingerido y asimilado más
lentamente.

Tampoco
caiga en la tentación de hacerse llenar el vaso o la copa con cantidad
innecesaria de cubitos de hielo pues, aunque sea verano, le está haciendo flaco
favor a su laringe y, ya sabe, de joven todo se supera pero pasados los
cincuenta las reparaciones cada vez cuestan más.

Saber
qué se bebe

Ingerir
líquidos en una cantidad superior a un par de copas de vino, no llenas, durante
una comida no es aconsejable y mucho menos si se trata de agua o de bebidas que
contengan gas carbónico. El exceso de líquido produce una dilatación de la
comida en el estómago y la consiguiente sensación de pesadez.

Un par de copas
de un vino seleccionado, no del comúnmente llamado "de mesa" o
precisamente "común" (esos en los que como única referencia el
productor del mejunje, con consentimiento oficial, se esconde tras un número de
Registro), nos ayudarán en gran manera a una digestión perfecta, además de
contribuir, de algún modo, a no aumentar en demasía la producción de
colesterol en la sangre.

El buen vino es uno de los ingredientes indispensables
de la otrora defenestrada y hoy ensalzada "dieta mediterránea".

Una
buena táctica puede ser acostumbrarse a leer las etiquetas de las botellas de
vino. En ellas hemos de encontrar, si el bodeguero elaborador desea ser honesto
con sus posibles consumidores, todos los detalles para quedar suficientemente
satisfechos en cuanto al caldo que vamos a paladear.

 Algunos embotelladores han
adquirido la sana costumbre, que está en aumento afortunadamente, de colocar
una contraetiqueta en la botella en la que se describe una ficha enológica que
nos informa de las cualidades del producto, tales como variedades de uva, fecha
de vendimia, tiempo de envejecimiento en barrica y en bodega, así como una
descripción de las virtudes del vino ya en botella.

Las etiquetas, sabidas
interpretar, son un pozo de información. Es una sana costumbre rechazar sistemáticamente
aquellos vinos en los que el elaborador se ampara en el anonimato de un número,
que a simple vista no nos permite ni saber de qué zona vinícola procede el
contenido de la botella o del "tetrabrik".

Quiera
usted ser un buen catador de vinos y hurgue en alguna publicación que contenga,
aunque sea muy abreviado, un diccionario del vino, en el que usted pueda
encontrar las definiciones de las distintas sensaciones que nos puede producir
en los sentidos un buen caldo.

Sepa por qué a un vino se le califica como
abocado, acético, afrutado, astringente, aterciopelado o desabrido o se dice de
él que es denso, delicado, fino, insulso o indeciso, por poner solo unos
ejemplos de vocablos normalmente utilizados por los entendidos y que suelen a
parecer en las fichas de cata.

Dejar
de fumar

Si
usted ha sido un fumador empedernido durante su cincuentenario joven, plantéese
la conveniencia de entrar en una fase de moderación en lo que se refiere al hábito
de crear humo haciendo servir de fábrica sus pulmones y de chimenea su tráquea.

La
nicotina es, aparte de una droga que crea adicción, la substancia más
peligrosa del tabaco. Se encuentra en una proporción de alrededor de un 2% del
total de un cigarrillo. La nicotina es un alcaloide muy peligroso. Tenga en
cuenta que la ingestión de tan solo 2 cm de un cigarrillo por parte de un niño
es considerada clínicamente una dosis peligrosa.

De
jóvenes, si nuestra salud ha estado regularmente buena, el fumar ha sido
solamente una parte más de la vida social y de la costumbre cotidiana. Pero
cuando pasan los años pesa el resultado de tanto tiempo introduciendo nicotina
y alquitrán en el organismo.

 El tabaco, cuando el cuerpo ya no está para
bromas, provoca respiración agitada y rápida, dolor de cabeza, vértigos,
salivación intensa, náuseas, vómitos y diarreas; la presión sanguínea puede
elevarse y la frecuencia del ritmo cardíaco aumentar.

Simplemente, recuerde cuántos
amigos o conocidos han sufrido un infarto y han debido de dejar de fumar
obligatoriamente. Si usted está a tiempo, hágalo; quizá no vivirá más años,
pero los vivirá mejor.

Impóngase
una regla: un cigarrillo después de cada comida. Ello significa fumar tres
cigarrillos al día; sería mejor ninguno, pero… O bien, pásese usted al
puro. Fumará menos, le sabrá mejor y en poco tiempo, posiblemente, será usted
quien domine el vicio en lugar de como hasta ahora.

Estar en forma
permanente

Si
amamos una buena mesa por los placeres que nos regala, debemos amar todavía
mucho más nuestro propio cuerpo, para que podamos seguir deleitándonos sin
riesgo.

Pasada la hiperactividad propia de hasta los cuarenta años, comienza el
ver las cosas de otro modo y, por añadidura, el dedicar menos tiempo al cuidado
del cuerpo, lo que se manifiesta rápidamente en señales tan claras como el
aumento de peso, la desgana en la práctica de deporte, en coger el coche para
ir a buscar el periódico…

El ejercicio diario es imprescindible siempre, pero
mucho más al asumir los cincuenta. No se trata de darnos palizas para eliminar
de golpe las adiposidades, ni de practicar arriesgados ejercicios para creer que
disfrutamos de la eterna juventud, sino de mantenernos en forma. Así de simple.

Para
la mayoría de gente, especialmente las personas adultas, es preferible una
actividad de intensidad entre baja y moderada, aunque precise una mayor duración,
y concretamente recomendado a quienes tienen una baja forma física, que son
obesos, hipertensos o presentan algún problema del sistema cardiovascular.

Así,
caminar a paso rápido puede ser tan efectivo como otro tipo de ejercicio de más
intensidad aunque sea de menor duración.

La
energía consumida practicando el cómodo deporte de caminar viene a ser de unas
40 calorías por kilómetro a una velocidad de 5 km por hora. Se recomienda
caminar de este modo ligero entre los 20 y treinta minutos diarios, siempre que
no se note una muy descompensada aceleración del pulso y del ritmo cardiaco.

Piense que la falta de ejercicio físico determina que la sangre estancada en
las piernas tenga una mayor tendencia a coagularse y a formar trombos, con los
riesgos que ello comporta.

Autocontrolar
la tensión

Si
usted está bien físicamente, y el médico en sus revisiones periódicas no le
ha recomendado abstenerse de nada, no tiene porque variar sus hábitos de gastrónomo.
Solo aplique las normas que aquí detallamos. Pero sí será conveniente que a
partir de los cincuenta sea un poco minucioso con el control de la tensión.

 Aproximadamente un 30% de los adultos tienen la presión demasiado alta
(hipertensión). Por ello los médicos recomiendan que a partir de los 20 años
todo el mundo debería tomarse regularmente la tensión para comprobar si está
en sus valores normales.

En este artículo nos dirigimos a quienes ya han
alcanzado el medio siglo, por lo que se entiende que es imprescindible hacer
ahora lo que seguramente no hicimos cuando era necesario hacerlo.

Hay
que saber que se puede padecer hipertensión cuando la "mínima" está
por encima de 9, o cuando la máxima está por encima de 14.

Es suficiente con
tomarse la presión una vez cada mes, por ejemplo en la farmacia; aunque hoy
existen unos aparatos automáticos muy perfectos que permiten hacerlo uno mismo
en casa, a la vez que el aparato, no muy caro, sirve para toda la familia y se
amortiza rápidamente.

Si
tenemos hipertensión, lo primero que debemos hacer es ir al médico. Y lo ya
dicho: vida equilibrada. Es decir, una dieta con más fibra y menos grasas, más
ejercicio y menos alcohol, más calcio y menos sal, más magnesio y menos
tabaco, etc.

Variar
hábitos vacacionales

Pasados
los cincuenta, plantéese la posibilidad de dar un pequeño giro a sus
vacaciones. Si le es posible, divida en dos su mes de ocio. Dedique una parte de
ellas, por ejemplo una semana o diez días, a disfrutarlas en un hotel
balneario.

De todos es conocido el beneficio de la aplicación de las aguas
mineromedicinales que se ofrecen en un balneario, pero no solamente de agua vive
el ser humano y un balneario, esté usted gozando o no de buena salud, le ofrece
la posibilidad de tonificar su cuerpo en todos los aspectos, incluidos los de
una buena mesa acorde con el tratamiento que vaya a recibir.

La relación médico-enfermo
que se establece en estos centros es importante, por cuanto es más personal que
la que se crea en un ambiente hospitalario, desgraciadamente cada día menos
entrañable.

También tiene gran importancia en los resultados que se obtiene de
un tratamiento preventivo termal el ordenamiento de la vida dentro del centro
que, aún siendo la de un hotel, comporta un cambio en los hábitos, por lo
general poco saludables, de la vida cotidiana de cada uno.

En
España gozamos de grandes establecimientos hoteleros dedicados al tratamiento
termal y cada vez son más numerosos los clientes de estos centros, quienes
acaban irremisiblemente, una vez los han conocido a fondo, repitiendo visita al
menos una vez al año.

Ahí nos concienciamos de la necesidad de variar algunas
de nuestras actuaciones de a diario, sin que, afortunadamente, ello suponga
tener que renunciar necesariamente a nuestros gustos y actividades; solo que nos
enseñan a hacerlo de maneras diferentes.

Fuente:
Emprendedoras.com