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La historia del turismo (V)

Disneylandia, ¿un plagio a la Ciudad de los Niños?

 


ACTO V:
Los americanos jodían por las fórmulas de los medicamentos, pero cuando
te afanan ideas, te las afanan por gil. (Y andá a
cantarle a Sinatra).

En
el último parágrafo del capítulo anterior mencioné, entre otras cosas, a “La
Ciudad de los Niños”
enclavada en Villa Gonnet. Es uno de los mejores
ejemplos de la inteligencia argentina puesta al servicio de los avivados
extranjeros.


También es criminal la facilidad con que siempre nos quedamos a mitad de
camino. O sea, no tenemos continuidad; el funcionario de turno pretende ser
invariablemente punto de partida. Los argentinos, como decía Francisco
MANRIQUE
, tenemos espíritu de “Piedra Fundamental”.

O sea: esto
lo hice yo; es idea mía.
Pero como en este país los funcionarios tienen
corta vida (como funcionarios), pronto pasan a cuarteles de invierno, muy
forrados, y se van con la piedra bajo el brazo. Y llega otro que comienza todo
de nuevo: planta su piedra y espera que lo renuncien. Realmente, es para llorar.

La
siguiente es una historia que muy pocos conocen, y quienes sí están enterados,
prefieren olvidarla de pura vergüenza y bronca. Yo la lloré. Lloren ustedes
conmigo.


Cuando Walt Disney visitó la Argentina (circa 1951/1952), durante
el segundo gobierno de Juan Domingo Perón, lo hicieron visitar, entre
otros lugares, ese notable logro de la inventiva y capacidad argentina
que se llama “La Ciudad de los Niños”. Era un recorrido tradicional para
las personalidades que llegaban a nuestra tierras.

No
existía en el mundo “una ciudad” como esa, para solaz de los chicos y el
goce de los padres que lograban una regresión a la niñez.

El yanqui (que era
un pésimo dibujante pero un hábil negociante), ni ebrio (aunque se escanció una
botella de excelente whisky escocés) ni perezoso, en el avión de PANAGRA, de
regreso a su país (más de 28 horas de vuelo), comenzó a pergeñar un gran parque
de diversiones en Los Angeles, según lo realizado por los inteligentes e
ingenuos “aryentinous” (no tenían derechos de autor por lo tanto no había
plagio).

Y lo concretó, con el aporte de muchas empresas privadas (v.g.
Bank of América, R.C.A. VICTOR, etc.). Nosotros le mostramos un logro,
ellos se afanaron la idea con absoluta impunidad, y se llenaron de billetes
verdes.

Disney se destacó por ser un hombre de escasas ideas, pero fue un hábil
emprendedor. Era muy astuto y sagaz con las creaciones… de otros ¡Ah! Y
también tenía un tremendo defecto: fue alcahuete y traidor, ávido por
obtener favores.

Para prosperar y seguir adelante con “su” parque, no tuvo
ningún remordimiento en continuar congraciándose con Joseph Mc Carthy y
denunciar,
ante la Comisión de Actividades Antinorteamericanas que presidía
el Senador, a cualquier amigo, conocido o colaborador que presumía
comunista.

Dañó muchas reputaciones y arruinó prósperas carreras
profesionales… En tal sentido, Walt fue un mal bicho. De no estar
criogenado
, como se dice, ardería en el infierno.


Interin, Disneylandia, que inauguraron el 17 de julio de 1955, un mes
más tarde del primer alzamiento militar contra Perón que en setiembre se
consolidaría con la fuga del general a Paraguay y el advenimiento de la
Revolución Libertadora. Don Juan Domingo comenzó a ser también un gran
turista, recorriendo América y estableciéndose por un largo tiempo en España.


Por su parte el notable parque de Los Angeles, California, se convirtió
en la atracción mundial por excelencia (Disneyworld, en Orlando,
Florida, y Eurodisney, en Francia). Interín, “La Ciudad de los Niños”
comenzó a derrumbarse junto con Perón, lentamente, hasta convertirse en
algo deplorable por falta de mantenimiento y que solo daba pérdidas… y mucha
pena.

Un fantástico y notable esfuerzo tirado por la borda. Pudo haber sido muy
superior al “invento” de Disney, y haberse convertido en un hito
latinoamericano; un punto de atracción para millones de turistas. Pero su mayor
contra fue que se trataba de una obra del “general”. Pasó por las
manos de muchos concesionarios y “kaput”…


¡No, si los argentinos siempre fuimos tan, pero tan piolas! En cada oportunidad
que tenemos nos ufanos de habernos formado y recibido en la universidad de la
calle, donde por desgracia solo recibimos el título de bolastrunes.

Y
colorín colorado, esta historia se ha
acabado..