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La herida de Hueney

Cuento infantil


¡Corre! ¡Corre! ¡Escóndete! Oía a su madre repetir una y otra vez las mismas
palabras y, él, tímido y asustadizo, obedeciéndola, corrió y corrió tanto que no
se dio cuenta de que atravesaba campos con espinas tiernas, bajo la nieve,
esperando el brote en primavera.

Su mano derecha dolía cada vez más, al hundir
sus patas en la nieve y en el barro. Recorrió el camino a los tropezones,
cayó,   se le doblaban las patas y las manos, volvió a levantarse con gran
esfuerzo, resbalaba en el pasto húmedo, bajaba el cerro y lo volvía a subir para
seguir el angosto camino que lo llevaría lejos del horror, de la muerte; estaba
tan atolondrado que no podía pensar, corría sin descanso.


         Pasa una noche , un día y la noche de ese día, hasta que exhausto se
tira en un reparo, debajo de un árbol, al pie de la montaña. El cansancio es más
fuerte que su dolor y el vacío enorme que siente al pensar en su madre,
seguramente en poder de los hombres.


         Al oír un grito, despierta asustado y queda tieso. Medio mareado por su
dolor y su trajinar, abre los ojos que parecen granos de vidrio y ve un niño 
con enormes ojos  castaños que lo mira con curiosidad.

Intenta acariciar su
cabeza, no tiene fuerzas  para evitarla y queda semiconsciente a merced del niño
y demás personas que a su grito se han acercado.o.

         Es una noche especialmente plateada, la luna brillante y redonda,
adorna el cielo tachonado de agujeritos luminosos que parecen temblar  todo el
tiempo. Todo lo tiñe con su color, la casa de doble planta, el parque con sus
hojitas engalanadas de  rocío, las flores impacientes, como esperando la luz del
sol.

Una suave brisa abanica el pino que está próximo. Observa todo con
atención; de pronto oye el murmullo del río cercano, ve, cómo menudas cascadas,
rumorosas bajan por el lecho, buscando el lago. La nieve de la cima del cerro 
parece más blanca, casi luminosa. 

 ¿Cómo llegó aquí ? Su mano le duele todavía,
la tiene atada, sí a su padre también le ataron la pata cuando se hirió con unas
zarzas . Su padre y su madre… ¿dónde estarán? ¿En el bosque donde pasó su
niñez? Porque ahora, que su cornamenta es mayor  ya no viven allí.

¡ Qué felices
éramos todos juntos corriendo entre las matas, pastando en el claro del bosque,
jugando, atolondrados, llevándonos por delante los árboles!  Mi madre siempre
nos decía que la cornamenta es nuestro mejor orgullo, pero yo preferiría no
crecer, pues mi padre tiene más trabajo para caminar, trasladarse, aunque más
defensa, pero…es tan lindo ser un pequeño ciervo !    

Un cervatillo,  como
dicen los hombres y poder correr y correr todo el tiempo. Así seguir a la madre
quien primero nos  amamanta y luego nos enseña a comer, nos cuida y nos protege
ocultándonos entre las hierbas altas. en cuanto advierte un peligro.  Mi piel
moteada de blanco cuando pequeño ha dado paso a un rico manto color marrón 
rojizo…


         Entonces se enciende una luz y sus orejas tiesas están en guardia, – su
pelaje tan corto y suave también ayuda en la espera,- se oyen pasos y la luz que
se acerca viene en manos de un niño; ¡sí ! cree que es el mismo  que lo encontró
en la montaña, se acerca rápidamente y lo acaricia con suavidad, la cabeza, el
lomo, le toma la manito vendada y  la frota blandamente,  lo llama con un 
nombre dulce, desconocido para él , pero que le resulta muy grato Hueney…
Hueney (que en lengua mapuche significa amigo) repite el niño y él pone sus
orejitas tensas mientras  el suave temblor que agita sus patas, se va
apaciguando.

El niño saca la venda y cura su herida. ¿Dónde se lastimó?-piensa,
ah, sí. Cruzando aquel alambrado, desesperado oyendo el grito de su madre

¡Corre! ¡Corre! Nunca más oirá su voz ni verá deslizarse con gallarda elegancia
y donaire a su padre, por el bosque, ni  a sus  hermanos, nunca, nunca más. Pero
a pesar de su tristeza siente un calor inusual por su garganta que baja hasta su
corazón, es que el niño con dulzura está curando su herida.