Historia del Ikebana, un arte milenario

El ikebana es arte. Arte pleno de tradición e historia, pero no por eso anticuado. Se va renovando con el tiempo, adaptándose el avance de la civilización y de las ideas.

En
un principio surgió como una necesidad religiosa. Sirvió de adorno a los
templos budistas (Rica), luego se usó como fondo decorativo para las ceremonias
del té (Chabana) y fue evolucionando y tomando otros nombres.

Hacia
el año 1850 aquel arte reservado hasta entonces para la Corte y la religión,
se populariza bajo el nombre de Seika.

A
principios del siglo XX surge el Moribana, pujante en su concepción moderna, y
para finalizar, en los últimos años se ven arreglos estilizados, en los que
incluso se omite el uso de flores para sustituirlas por objetos, con lo cual ya
se tergiversa el verdadero sentido del ikebana.

Como
todo arte, el ikebana es una puerta de evasión del mundo agitado, de la vida
difícil. Hallar en la forma, en el color, la gracia de la naturaleza, lograr
con un mínimo de ramas o de flore un máximo de belleza y armonía,
concentrarse en sí mismo para poder concebir una nueva expresión de hermosura,
he ahí el fin del ikebana.

El
ikebana está regido por una serie de reglas básicas que deben ser bien
asimiladas antes de aventurarse en realizaciones más osadas. Estas reglas,
estos principios, no significan una restricción, sino que imponen un orden, una
disciplina que la embellece.

Es
común que apenas iniciados en este arte tengamos deseos de innovar y crear
conjuntos originales, pero esto es factible solamente cuando se han asimilado
todo los fundamentos del ikebana.

Etimológicamente,
la palabra ikebana se puede descomponer en dos partes:

ikeru, que significa conservar vivo, y

hana, cuya traducción es flor.

Es
decir, que es el arte por medio del cual se introduce un trozo de la naturaleza
en nuestro hogar, y se lo conserva vivo.

Por
primera vez en la historia del arte, introducimos y “conservamos viva” la
naturaleza en nuestro hogar.

Se
han captado imágenes muy bellas a través del dibujo, la pintura y la
escultura, muy sutiles en la poesía, muy fieles con la fotografía, pero con el
ikebana buscamos reproducir (no copiar) un trozo de la naturaleza, y la
conservamos viva por unos días en un rincón de nuestro hogar.

He
aquí su valor, y su fundamental diferencia con las otras ramas del arte.

Fuente:
“Ikebana, arreglo floral”, Editorial Contémpora.