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Escribir en computadora: a mi añorada pluma

Esta noche estoy en otro intento desesperado de escribir en la computadora. Recuerdo cuando escribir significaba poner la fecha, en una amenazante hoja en blanco o en el viejo cuaderno forrado con papel amarillo con mi nombre en el frente. ¿Quién inventó el Internet?

La "odisea" de escribir en la computadora

Recuerdo también cuando no estaba satisfecho con un trabajo arrugaba la hoja y la aventaba o la quemaba. En cambio ahora, con sólo apretar una tecla la papelera lo traga, lo disuelve y yo no sé donde va.

No entiendo si sigue en mi computadora o simplemente se esfumó, como lo hacen los conejos en los trucos de magia.

Esta nueva tecnología no deja de perturbarme y no se si la amo o la odio, especialmente hoy que veo que el palito titilante me inhibe, me roba las palabras en cada destello.

¿Donde fueron a parar las historias que quise contar por la tarde? ¿Habrá sido el ratón el que se las comió, o fueron quizás las hadas o las mariposas que generalmente revolotean a mi alrededor mientras escribo?

Lo que más me sorprende es que del escritorio que está vertical no se caigan los íconos y se aplasten unos sobre otros en la barra de inicio.

Pero yo sigo sin escribir y es que este documento de Microsoft Word de notas sin espirales no me deja dar vuelta la hoja, a cambio de eso me da unas tristes he impersonales barras para subir y bajar.

¿Y que pasa si quisiera arrancar lo que escribí? Ustedes saben que a veces no basta con deshacer o borrar;  el impulso asesino de una palabra mal puesta o una rima incorrecta nos llevan a rasgar, cortar, romper, pero nunca a borrar. Esa me parece una salida airosa, digna de cobardes.

Yo estoy enfrente de la pantalla y ya es la enésima vez que busco sin resultados el sacapuntas del cursor, porque siempre me gustó escribir con punta afilada.

Pero no está como tampoco están las rayitas azules que dividen los renglones (que por cierto se esfumaron).

No entiendo  cómo archivo mis trabajos si lo que llaman carpeta es un simple icono sombrío situado arriba de la barra de herramientas que desaparece con un doble clic y hay que ser muy fregón para encontrarlo.

Milagrosamente descubro la carpeta de "Mis documentos" que suena tan importante, y que guarda mis anotaciones para mis libros y hasta la lista del supermercado.

Mientras tanto yo, sin darme cuenta, he pulsado varias letras del teclado y estas siguen apareciendo en un orden aparente que nada tiene que ver con mi diminuta y disparatada letra cursiva; la misma que usaba desde que tenía aquel viejo cuaderno forrado. Ese en el que alguna vez escribí la fecha con un gastado lápiz No. 2.

¿Y ahora que hago?, selecciono el formato y escojo el tipo de letra y el tamaño de la fuente.

Qué amargo sabor hacerles llegar estos pensamientos en un arrogante tipo de letra Verdana 12, en lugar de mi querida e ininteligible y nunca bien ponderada letra cursiva, que a veces ni yo mismo alcanzaba a descifrar.

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