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El Rostro…

Cuando niña me encantaba
jugar a imaginar figuras, rostros y un sin fin de cosas sobre paredes
despintadas, techos, puertas, follajes y hasta en el mismísimo cielo, pasaba
horas enteras con la mirada muy fija sobre el lienzo elegido, lo que para
muchos era una simple superficie. Sólo yo parecía ver el arte que en ellos se
escondía, bellos rostros, mariposas, aves, cuerpos flotando y miles de formas
emanaban de esas bases.

A veces cuando me resultaba
fascinante alguna creación imaginaria, quería compartirlo con los demás y  presurosamente pretendía demarcar en el
aire  la zona donde yo veía ese arte
escondido. Más muchos permanecían absortos cuando sus pupilas solo veían la
nada, y un tanto extrañados me miraban como pensando para sí, que cosa rara
ve?, y al percatarme de sus miradas asombradas y perplejas, me limitaba a
decir, olvídenlo ya pasó, solo es una mancha que con la luz del sol se
transforma.

Pero en silencio y fuera de
aquellas miradas que solo veían lo que querían ver, yo continuaba disfrutando
de ese arte oculto entre los muros, entre los techos, o simplemente pixelado
en la inmensidad celestial…

Y aquel día cuando
plácidamente me encontraba tendida sobre el pasto de ese gran parque, obviamente
buscando aquel arte en esa espectacular pantalla gigante de un celeste
intenso; algunas nubes se iban sucediendo unas tras otras pausadamente, el sol
radiante penetraba con sus rayos tímidamente, la suave armonía del trinar de
las aves otorgaban a la escena el toque maestro de aquella obra pasajera…

De repente una gran emoción
me invadió, lo que estaba captando mis ojos era algo sorprendente y místico, un
rostro divino con una mirada cálida que desbordaba paz, una gran barba, y con
sus brazos  extendidos como en un abrazo
eterno, aparecía ante mí, atónica ante esa imagen tan pura, atiné a refregarme
los ojos una y otra vez, pero aún así el rostro del creador seguía allí como un
gran espectador, mientras tanto las nueves a su alrededor se iban deshaciendo
suave y tenuamente. 

Ya no puede más y de un vigoroso salto me incorporé, quería
seguir todo su trayecto, y él seguía intacto con esa paz que lo caracteriza,
como cuando un creador observa su obra. De pié, ya quería que alguien más viera
ese rostro divino, miré alrededor y me vi sola en ese parque, típico porque era
la hora de la siesta para muchos, pero inmediatamente una sensación de miedo me
invadió, ya que de compartirlo con alguien más, seguramente y como casi siempre
me había ocurrido, verían solo hermosas y blanquísimas nubes estampadas en ese
celeste intenso, entonces negándome a que los propios ciegos que todo lo ven,
rompieran, esa mi exquisita sensación y experiencia única, me recosté
nuevamente sobre el fresco parque y seguí contemplando su rostro, como cuando
un artista contempla su obra… porque después de todo había sido yo quien lo
había descubierto.

Hoy a pesar que han pasado
los años, siempre encuentro un lugar en mi tiempo para seguir descubriendo y
deleitarme con ese arte escondido, y casi instintivamente busco en ese cielo inmenso
su rostro, porque muy dentro mío se que el aún está allí…

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