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El divorcio no es la guerra de lo Roses

O no debería serlo. Pero muchas veces, el deseo de dañar al otro supera a la necesidad de comenzar en paz un nuevo camino a la felicidad…

Hace muchos años, en alguno de los tantos cursos de perfeccionamiento en Derecho de Familia que hice, algún docente, probablemente psicólogo, nos recomendaba a los abogados que cuando nuestros clientes se estuvieran por divorciar, les sugiriéramos que vieran la película "La Guerra de los Roses", para que tomaran conciencia de cómo podían exacerbarse los deseos de venganza en un proceso de separación destructivo.

Hay gente que se separa "civilizadamente". Decide poner fin a un matrimonio, acuerda con quién vivirán los hijos, cómo será el contacto con el otro padre, cuánto aportará cada uno para mantener a los hijos, quién se quedará viviendo en la casa, quién se irá, cómo dividirán los bienes, etc.

Van a sus respectivos abogados, se les da forma jurídica a esos acuerdos verbales que ellos establecieron, divorcio de común acuerdo y fin  del conflicto (al menos en el plano jurídico).

Dije que los hay, que no es lo mismo decir que son muchos. Pero no todos se separan así.

Cuando uno de los cónyuges se siente sumamente herido o estafado moralmente por el otro, puede sacar afuera sus peores instintos.

Puede hacer cosas que nadie que lo o la conozca imaginaría que esa persona es capaz de hacer.


El único objetivo pareciera ser DESTRUIR AL OTRO, castigarlo, hacerle perder todo: no sólo dinero sino amigos, trabajo, reputación social.

Se puede castigar al otro rompiendo adrede sus pertenencias personales más apreciadas, aunque no tengan valor económico.

Mandando cartas o fotos a familiares y amigos revelando intimidades que formaban parte de la vida de la pareja.

Se pueden armar escándalos en sus lugares de trabajo, haciendo peligrar la fuente de ingresos de una persona y como efecto secundario la manutención de los hijos-.

Se puede, a partir de un hecho real, armar una serie de asociaciones irreales que revelan una imagen distorsionada del otro.

Del otro imperfecto en cuanto humano, pero que hasta ayer compartía la mesa y la cama, la casa y los viajes, los hijos y los amigos en común.


Esas VENGANZAS son tan subjetivas que ni siquiera se relacionan necesariamente a esos casos donde se inician cantidad de juicios que podrían haberse evitado.

NO SE LITIGA: SE PELEA.
No se dialoga: SE ACTUA.

No se llora por el objeto de amor perdido: SE LO DESEA ANIQUILAR, por la herida narcisística sufrida,
or ejemplo al enterarse de una infidelidad con una persona conocida.

Por suerte, en algunos casos dura poco esta etapa, pero produce EFECTOS DEVASTADORES en el vínculo entre los ex cónyuges y en los vínculos con el MUNDO EXTERIOR. ¡Ni hablar de los efectos INTRAPSIQUICOS…!

Hay quien responde a esa VIOLENCIA con más VIOLENCIA.
Hay quien SOPORTA ESTOICAMENTE la embestida, sabiendo que NADA ES PARA SIEMPRE.

Ni siquiera ese aparente ODIO, que a veces CESA INMEDIATAMENTE con sólo pronunciar una palabra mágica, generalmente de reconocimiento hacia el otro, a lo vivido en algunos tiempos felices.

Los abogados de familia tenemos que ser INSTRUMENTOS DE PAZ y no subirnos a la LOCURA PROVISORIA de nuestros clientes o clientas y no sugerirles embarcarse en miles de juicios y diferenciar lo que es una cuestión psicológica de una cuestión jurídica, aunque en el proceso de divorcio estén tan íntimamente relacionadas que a veces casi se las confunde…

Por Mirta Núñez 
www.mirta-nunez.com.ar
Abogada de Familia, Psicóloga Social

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