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¿De quién es la culpa de la crisis mundial?

¿De los que tienen cocodrilos en el bolsillo… o de todos nosotros?

En su relato “Algo muy grave va a suceder en este pueblo”, García Marquez nos previene cómo, a partir una pequeño mal presentimiento de una anciana, que se transforma en rumor,  una ciudad entera termina incendiándose.

Algo similar pasa cuando cae un Banco o financiera importante en cualquier país en el que mucha gente haya depositado esa ilusión llamada dinero.

Justamente, nadie podría coimear a un animal con plata porque ellos no manejan esta suspensión del principio de realidad que nos permite creer en la Bolsa.

Y digo ilusión, capacidad de abstracción, porque una acción, un bono, una inversión bursátil,  si uno la rescata (y no perdió todo o parte en esa timba mística) lo recobrado puede transformarse en cheques o pagarés, que luego, con suerte, tal vez logren  cambiarse por moneda papel de curso legal, la cuál supuestamente representa en una pequeña porción el patrón dólar, oro, o cualquier metal que supuestamente tienen acovachado los gobiernos en la reserva federal, y que sigue siendo tan simbólico como el emperador de la China de los cuentos. 

Eso,  siempre que no utilicemos para hacer transacciones  el bendito plástico (tarjeta de crédito o débito) o directamente compremos o abonemos desde una página de Internet, lo cuál aumenta la fantasía de estar pagando con guita que jamás tuvimos y que probablemente, no lleguemos a ver nunca.

Sin dudas que esto se parece a una religión, y que el Mercado es su Dios.

Sólo que en este nuevo testamento bursátil y bancario, los que ganan son siempre los pecadores, pues cuando dos elefantes se transan en pelea en un jardín, las únicas que pierden son las flores.

De todos modos, nosotros aportamos nuestra carga de culpa a la situación. Y aquí volvemos al texto de García Marquez. Pensemos.

Por alguna sinrazón en los programas de estudio de los economistas no figura la materia Psicología, algo absurdo, dado que los movimientos monetarios de la Aldea Global se sostienen justamente en eso, en una quimera  compartida por el inconsciente colectivo. Si los noticieros hablan de crisis, la gente sale corriendo a sacar cuanto cobre puso a plazo fijo y descose el colchón para guardarlo.

La chica que le daba huesos frescos al perro, hoy le tira radiografías viejas; el tipo que iba al centro con su automóvil decide dejarlo en el garaje y usa su antiguo monopatín; la señora que le alquilaba películas a los nietos ahora les hace función de títeres con los guantes para el horno, y el jovato que está por morir pide que en vez de ataúd le permitan irse al cielo a dedo. 

En síntesis, con esta actitud aumentamos la recesión, se multiplican los despidos que los empresarios hacen “por las dudas” y se genera mayor angustia y desolación.

Hasta que, obvio,  las masas de nuevo estrenan Mesías (¿Obama?), las pulsiones se visten de rojo, la seguridad ontológica retorna, la hipnosis se restaura…y los techos vuelven a mancharse con manteca.  

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