Así,
a mediados de 1927, me apresté a iniciar la Hajshará (preparación para
emigrar a Israel) en grupo de 45 integrantes, 30 varones y 15 chicas.
Fuimos
contratados para trabajar en un ingenio de azúcar por 10 meses.
Se
trataba de plantaciones de remolacha blanca, y el trabajo consistía en plantar
las remolachas, cuidar las plantas y hacer las carpidas (siempre crecían yuyos
entre las plantas, sobre todo luego de una lluvia).
En
el mismo establecimiento había más de 200 operarios, hombres y mujeres, que
hacían el mismo trabajo que nosotros. Muy por el contrario, nos ayudaban en
todo lo que podían.
El
capataz y el administrador simpatizaron mucho con nosotros, venían muy seguido
a compartir nuestras fiestas y canciones. olían pasar por alto los errores que
cometíamos al principio, y también nos excluían, en el momento de las
asignaciones, de los trabajos más insalubres.
Así
pasaron esos 10 meses en los que aprendimos mucho de la vida del campo.
El
último día, nos hicieron una despedida en la que estuvieron presentes el
administrador y el capataz con sus familias, y casi todos los compañeros de
trabajo.
Pasamos
casi hasta la madrugada cantando y bailando. Luego llegaron dos camiones para
llevarnos de vuelta a la ciudad.
Tuvimos
dos días de descanso, y en la primera reunión nos enteramos que ya teníamos
el lugar asignado adonde íbamos a viajar junto con otros javerim (compañeros)
de otros lugares.
En
el momento de entregar los papeles, grande fue mi sorpresa al enterarme que
otros dos compañeros y yo no podíamos viajar por ser menores de edad.
En
aquella época se alcanzaba la mayoría de edad a los 21 años, y los ingleses sólo
otorgaban los certificados de permiso de ingreso a los mayores de edad.
Mis
compañeros se fueron en junio, y yo no sabía qué hacer.
Ya
estaba decidido a tratar de ingresar ilegalmente a Israel, pero Dios aprieta
pero no ahorca.
Antes
de fin de mes, salió una ley en Polonia que autorizaba a los jóvenes judíos a
salir a estudiar al exterior (porque las facultades polacas no admitían judíos),
gracias a una moción del único diputado judío, el Dr. Grinbaum, y el apoyo
que obtuvo de los socialistas y de algunos oficialistas.
Enseguida
me presenté en la organización judía que se ocupaba de esto.
No
podía perder tiempo, porque si no salía antes de fin de año no saldría más.
En
febrero o marzo del año siguiente, 1929, tenía que presentarme al servicio
militar. La situación para los judíos estaba cada vez peor en Polonia, y sabía
que no soportaría en silencio los vejámenes que seguramente me harían sufrir
en el ejército, lo que prácticamente hubiera significado una sentencia de
muerte para mí.
Ya
estábamos en julio de 1928, y había que apurarse.
Los
únicos países que en aquel entonces admitían inmigrantes judíos eran los
sudamericanos, como Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay.
Había
una vacante para la Argentina y a mí me daba lo mismo uno que otro, ya que no
tenía familiares en ninguno de ellos.
Cuando
ya había terminado todos los preparativos y estaba listo para partir, me
encuentro con que mi padre (yo aún era menor de edad) no quería autorizar mi
viaje.
Continuará