Los
apacibles pasajes de Liniers sacudían su letargo ante la proximidad de los
Carnavales, el barrio se aprestaba para festejar esas esperadas fiestas acompañando
al Centro Comercial que se esforzaba con ahínco a la ornamentación de la calle Carhué para el feliz desarrollo del Corso Vecinal.
En
la semana anterior a la fecha se colocaban guirnaldas de luces, mascarones en
los árboles, palcos en las esquinas principales, altoparlantes, tarimas para el
expendio de cotillón, pitos, matracas, cornetas, anteojos protectores de
celuloide, antifaces y caretas y todo elemento utilizable en el corso.
En
un lugar determinado se erigía el palco oficial donde se asentaban los miembros
del jurado que elegirían a la mejor máscara, la carroza más original, el
mejor disfraz infantil y la comparsa más sobresaliente.
Mis
tíos muy jóvenes y sus amigos como todos los muchachos del 40 disfrutaban de
las veladas danzantes en el Club Esso o el Harrods Gath & Chaves, para estos
menesteres en la casa familiar del pasaje El Trébol hacían su acopio de cotillón
para llevar a los bailes, paquetes de serpentinas, dos cajas de sifoncitos lanza
perfumes y una bolsa muy grande de papel picado y con todos estos elementos
estaban cubiertos para divertirse en las cinco jornadas carnavaleras.
La
Abuela Trini nos había confeccionado unas bolsitas de tela de cotín que llenábamos
de papel picado para marchar al Corso, con su rodete entrecano, esa mirada
profunda añorando su Arevalillo natal con ese acento castizo nos decía: -Niños
venid por "papelina”.
Por
las tardes los chicos de cada barrio desplegaban su alegría en pos de la murga,
con un saco dado vuelta, un pantalón del abuelo, un sombrero viejo y alguno que
otro vestido de mujer, con un turbante, labios burdamente pintados y rellenos
superiores ya que las siliconas no figuraban ni en el diccionario; un par de
tapas de cacerolas a modo de platillos hacía resonar ese tachín-tachín tan
gracioso, en sus caritas lucían los bigotes pintados con corcho quemado,
cantando las tonadas murguísticas hacían las delicias de muchos ancianos, a
veces subían el tono picaresco de los cánticos para luego irse muy contentos a
hacer la repartija de las "chirolas" recolectadas.
Llegaban
las primeras luces nocturnas v todos los vecinos arrimaban sus sillas de paja o
esterilla al borde de la calzada y esas cinco noches de jolgorio eran realmente
de ensueño.
-¡Allá
vienen los Gigantes!- corría la voz y a lo lejos se distinguía a unos enormes
muñecos confeccionados con caña y con animación de las figuras notorias de la
cinematografía, "El Gordo y El Flaco", Carlitos Chaplín o los
personajes de Disney; estos armazones vestidos con el ropaje adecuado tenían
una ventanita a la altura de la panza por donde miraba el hombre que estaba en
su interior y les daba movimiento, esto hacía que se inclinaran al pasar ante
el Jurado y saludaran al público.
Media
docena de Comparsas deleitaban con sus piruetas y volatines, algunos chiquitos y
bebés llevaban el traje igual que todos los componentes, no faltaba el
tragasables, el lanzallamas, las pirámides humanas y pruebas de acrobacia de
gran nivel deleitaban a la concurrencia.
Música
y avisos publicitarios, anuncios y notas barriales de interés general, se
difundían por los altoparlantes, el extravío de algún niño y así trascurrían
estos cinco días de Fiesta.
Ya
casi al finalizar la jornada terminaba durmiendo en el regazo de mi madre
mezclando fantasías con el bullicio y la alegría de las fiestas.
Parte
1