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Yo quiero una mascota, ¿y usted?

Esta historia es para el libro Guiness de los récords. El de paciencia de esposas  

Uno escucha muchas cosas de una
amiga, algunas son de antología y en general son más de antología cuando se
trata de sus maridos.

 Esta anécdota, por ejemplo es para el
libro Guiness de los récords. El de paciencia de esposas.

Resulta que un matrimonio amigo tiene
por costumbre invitar, de vez en cuando, a sus sobrinos a quedarse a dormir, en
su casa.  Sucede, que los sobrinos tenían un hámster que traían consigo. 

Señor: Pelusa Brillante, para más
datos.  De costumbres nocturnas.  Se comprobó la primera noche de llegados,
nomás.

A partir de que apagaron las luces de la casa, y hasta las cuatro de la
mañana,  al bicho se le dio por hacer aeróbica, para mantenerse en estado y
forma.

Para proceder, una vez satisfecho con
la rutina de sus bíceps, a entregarse a los brazos de Morfeo, mientras el resto
de la familia, trataba de sacar de sus oídos el persistente ruido a cilindro; el
gimnasio del bichito, con que se durmieron la madrugada anterior.

Con ojeras dignas de un vampiro y retada por la maestra, que jamás entendió que
por culpa de un hámster, mejor dicho de dos, hayan llegado tarde sus alumnos a
clase, es decir los sobrinos de mi amiga.  My friend me contó con textuales
palabras, su última odisea con su esposo. 

Cuando arribaron a Palermo, el
trío inseparable, sobrina, sobrino y hámster, el marido de mi amiga, también mi
amigo,  miró la jaula que portaba al ratoncito  y meditando dedujo, a
simple vista, que lo que había en ella, era un hámster varón,  y que si él no se
equivocaba, debería estar solo, triste y aburrido sin una hámster a su lado. 

Y esa debía ser la razón de su manía
gimnástica de la madrugada.  El pobre bicho, según él, seguramente quería
olvidar su soledad de compañera ratona.

  Su esposa, miró, alternativamente, a
su marido y al hámster.  Al  esposo lo miró  para comprobar que lo estaba
diciendo en serio y al hámster, para ver, si por casualidad, emitía alguna seña
que  demostrara que efectivamente estaba solo, pobre y aburrido sin una compañía
de su misma calaña pero femenina.  

Conclusión, el marido lo decía muy en
serio, con lo cual ella esbozó un too much y el hámster le devolvió la mirada,
intrigado, para saber a santo de qué estaba siendo tan observado. 

Olisqueó un
poco y como con lo único que se encontró fue con el plástico de su pecera,
 siguió con lo suyo lo más campante.

Y fue entre el aserrín para
proseguir con menesteres hámsteres; nomás.  Sin darle demasiada importancia al
asunto.

  Pero el cuchi cuchi, en cuestión, persistió en su solidaridad masculina
y para reconfortar al, supuesto, pobre animalejo le compró una animaleja… 

Antes de que la tía de la
familia le
advirtiera al tío, que era muy buena la intención, pero que no se le ocurriera
comprar otro animal porque cabía la posibilidad de que la casa se llenara de hámstercitos por doquier.  El tío se había adelantado a su advertencia y ya
venía con bicho en el bolsillo. 

Los chicos, como era de esperar,
saltaron de alegría.  Mi vecina dudaba entre el asombro e irse a la yugular de
su cónyuge; tan espontáneo y solícito con el esparcimiento “hamstero”.

Con todo
el amor del mundo, el marido traumado, puso a la hámster con él hámster y ahí se
armó la gorda…

Cuál no sería su asombro cuando vio
que el hámster mostró la hilacha y todas las hilachas del ropero.  Porque
arremetió con la hámster.

Pero no por las intenciones apostadas sino por las de
invasión a su jaula. Y como si dijera: aquí mando yo, dejo muy claro que ese
era, su territorio, esa era y seguiría siendo su comida.  Y sus caños de
plástico y su cilindro para divertirse. 

Conclusión la hámster tuvo que
emigrar a una provisoria caja de cartón que su
esposa, mujer prevenida, si las
hay, le armó, previniendo el  desenlace que, efectivamente contra pronósticos
masculinos, se desenlazó.   

El  humano masculino, horrorizado por
la poca caballerosidad animal, solidarizado puso, presto, la mano en la pecera y
después de unos cuantos mordiscos hamsteros, logró rescatar a la pobre hámster. 

Herida, ella, en su orgullo y maltrecha en su cuerpo; apachuchada y más muerta
que viva.  Dice mi amiga que cuando la miró, por el rabillo del ojo, atisbó una
sed de venganza; después lo descartó.  No creyó que fuera posible en animales. 

Siguiente: ¿Un hámster como mascota?


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