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Un recuerdo de Malvinas: el porteñito

Esta es una historia que me atrevo a narrar, por respeto a mis compatriotas que pelearon en Malvinas…

10 Razones para comer ORGÁNICO

No
tuvo en cuenta las bengalas.

 Toda la tarde estuvo imaginándose como sería el terreno unos 50 metros delante.
Antes de llegar al repecho de la loma que se veía de a ratos, con su plana,
arisca y ventosa cresta, como a un cuarto de legua, sin un solo yuyo, solo
recovecos imaginados y, un par de veces transitados en exploración diurna,
habían entrado por la otra cuesta, más al sur, ahora ya no podía.

 Estaba acostumbrado a dibujar en su mente altibajos de los paisajes, las
hondonadas, los pliegues del terreno, los arbustos, – que allí no estaban –
mirar por entre la neblina, imaginar y comprobar donde comenzaba un zanjón, por
la huella que el agua deja en la tierra y los pastos. Pero aquí era diferente.

 Enseguida se había dado cuenta que el viento no traía olores, ni había arboledas
para referencia.

 Comió del tarro, calentado un poco atrás de la posición, solo un par de bocados,
porque los quejidos no cedían; allá adelante, como una letanía eran una
referencia. Para él y para , seguro, el gringo que esperaba pasando el primer
repecho.  

 No
supo de su nombre, solo lo vio unas veces en los relevos de las primeras
posiciones, siempre rápidos, enterrando las patas hasta donde se podía evitar,
pero rápido, muy rápido. Fue la primara vez que lo miro fijo al cruzarse, casi a
los tropiezos y percibió, por el sordo y metálico ruido que se le había caído el
Fal. Y se volvió solo en un breve instante para verlo cuando terminaba de
recogerlo y limpiarlo con la manga del brazo, mientras corrían entre el ruido de
las cada vez más certeras explosiones y entre los gritos y las ráfagas que
siempre tiraban para delante y cubrir a los que llegaban primero. 

En
el último relevo no le vio que volvía.

 Ese Harrier paso bajito y en cuanto llego al hoyo cubierto y mojado se asomó y
tiro un par de ráfagas contra la niebla y a su altura, para que los de atrás
llegaran con alguna posibilidad.

 No
sabía por qué, pero se le antojó que era porteño. 


Los cuatro se dispusieron en semicírculo y fue cuando escucho esos quejidos.
Allá adelante, por donde llegaban los ruidos de los rotores de los helicópteros,
detrás de la loma. Y el cañoneo que los hostigaba tenía un ritmo que a uno lo
animaba.

 Pero que carajo hacía allá adelante. Quién le habría mandado para allá, donde la
neblina se depositaba en la hondonada y con el viento te dejaba al descubierto
en lo que dura una escupida.

 Y
el quejido, traído alguna vez por el viento y otras por el dolor mas fuerte no
cedía.

 ¿Y
si se animaba y se corría para allá?,

 Se
alejaba el ruido de los helicópteros. Seguro se estaban desplegando. El cañoneo
seguía, ahora sobre el despliegue que estarían haciendo. Y el  Harrier volvió a
pasar. Sintió los gritos mas atrás, las descargas al aire por el silbido que la
radio avisaba, con solo un par de segundos, que mandaban ellos.


Juancho prendió un cigarrillo y se lo paso con la segunda pitada; recargaron y
esperaron. Tenían unos cincuenta metros de vista, suficientes para avisar y
separarse en unos segundo para dispararles, en cuanto se pudieran asomar, desde
allá , desde donde seguían llegando los quejidos, y decidió ir.

 Conté tres en el relevo que volvía y no lo vio, seguro era el. Si corría
llegaría en unos quince o 20 segundos; Juancho le dijo que era mucho tiempo. A
esa hora seguro le daban, se tenían una avanzada de exploración le daban y
seguro esperaban que los quejidos trajeran a una ayuda y que los esperaban, del
otro lado de la hondonada y, decidió esperar que se apagara un poco más el día.

 A
la hora nomás, se escucharon los ruidos de avispa de los helicópteros, seguro
sería la segunda línea que estaban preparando para seguir al despliegue de la ya
desembarcada y en apresto, debía apurarse; si se cañoneaban a las posiciones de
avanzada, se debían dividir de a dos empujar con plomo para adelante y ocupar la
posición inmediata detrás, donde calentaban la ración con lo que se podía y,
debía ir antes.

 Seguro se lanzarían al caer la noche, si la exploración les dio certeza, estaban
en medio del centro del empujón que darían los gringos. Ellos también sabían que
no la sacarían gratis.

 Pero debí ir ahora. Le dijo a Juancho que lo cubriera como pudo, no sentía las
manos ni los pies , solo sentía el quejido. ¿Tendría el Fal ?. Porteño boludo.

 Y
se tiro para adelante, donde la noche llegaba, la neblina no se rompió y corrió
agachado como pudo con ese dolor en el tobillo entumecido en la posición y no
disparó, deschavaría su posición y Juancho tampoco debía disparar, porque
deschavaría que cubría a alguien cuando no había ofensiva de exploración de
ellos.

 Se
cayó, con fuerza, con la culata del arma bajo las costillas y con barro en la
boca lo vio.

 Se
preparó para correr hacia el porteñito boludo que se le caía el Fal y, el cielo
se prendió fuego y el porteñito lo miró, y sintió primero el calor que se le
filtraba por el pecho, muy hondo y el porteñito estiró la mano y quiso llegar y
había mas fuego y sintió otro dolor jodido en la rodilla y el porteñito agarro
su Fal y tiro para detrás de él y Juancho comenzó a tirar, y el porteñito tenía
sangre en el cuello y siguió hacia él, lo quiso tocar y el porteñito seguía
tirando hacia donde le tiraron a él y el gringo se calló y el porteñito se puso
un poco en pié y llegó Juancho para sacarlo y, el,… el vio algo blanco, y no
sentía dolor y lo agarro al porteñito del brazo y, ..y le dijo  “ boludo, que
hacías acá?, “ y el pibe de Buenos Aires le dijo, “ yo sabía que alguien
vendría” y ….entonces lo soltó, la rodilla ya no estaba, el pecho era una
burbuja de sangre y frío y le dijo al pibe, al que se le caía el Fal cuando
corría, “seguro, tenelo por seguro, siempre alguien viene” y cerró los ojos solo
para ver como se apagaban las llamas y los ruidos se acallaban, por respeto.

 Por respeto, a todos los que ahora estaban resistiendo, aunque se les cayera el
Fal. Y, …por los que estaban muriendo.

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