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Un cuento que yo escribí

Aquella tarde sofocante, pegajosa de marzo, decidí continuar mi camino en un taxi porque era imposible transitar por las calles del centro de la ciudad…

Entrar en el auto y sentir ese olor nauseabundo fue todo uno. De todas maneras me senté , acomodé mis bolsas y carpetas, esperando relajarme y sentir algún alivio a mi cansancio.

Abrí la ventanilla al tiempo que esa oleada espesa y maloliente hería raspando agudamente mi nariz.

Mi cabeza se vio envuelta en un torbellino de recuerdos, cayendo en círculos como por un túnel.

De repente, mi madre, que me había lavado con una toalla húmeda y había restregado mi cuerpo con aquella "colonia tipo inglesa" que tenía para cuando venía el médico, como un torbellino me alzó en sus brazos, porque mis piernas tenían un extraño hormigueo que no me permitía ponerme de pie y caminó conmigo a cuestas hasta el sanatorio que estaba a dos cuadras, allí casi me deja caer al piso porque se le acabaron las fuerzas, pero me agarró María , una enfermera petisita que era muy graciosa. 
 

Cuando me quise dar cuenta estaba acostada en una camilla , lleno de luces alrededor con un extraño y potente olor , tan desagradable.  

Ese olor, allí estaba, no era exactamente igual, pero parecido, que me hacía dar vueltas la cabeza, fuerte, penetrante, que entra por la nariz y agujerea la frente. Me taparon la cara con una cosa blanca lo que me hizo gritar, de rabia.  

Aún hoy no soporto que me tapen la cara, pero ese día me puso furiosa y gritaba con toda la capacidad de mis pulmones. 

Por un lado el olor me dañaba la nariz y las manos de María, firmes, sujetando eso en mi cara y yo gritando como podía. 

-¿Dónde se había metido mi mamá? ¿y mi papá?  

Las luces daban vueltas mi alrededor, tomaban matices de colores diferentes, brillantes, azules , amarillas , blancas y mi nariz adolorida, dañada con ese agudo y afilado olor a alcohol que cortajeaba mi piel, me obligaba a cerrar los ojos, hasta que por fin me llegó un poco de alivio y la oscuridad.

¡Ah! Apagaron un poco de luces. Ahí está mi papá, me mira llorando el zonzo, mi mamá habla con la nona, y le cuenta, y le cuenta, no sé qué cosa del apéndice, que ya me moría , no sé. ¡Uf ¡ ese olor está todavía está rondando por aquí.

-Se siente mal? – me sacudió la voz del hombre del taxi.

  • Sí , ese olor .
  • Ah, es un poco de nafta, ha quedado algo cuando cambié a gas…
  • Ah…! parece alcohol, pero ya estoy mejor.
  • ¡ja! ¡ja! ¿Se mandó un viajecito? ¿Adónde la llevo? Usté dira. Abra las ventanillas si le molesta el olor.
  • ¡Sí! Gracias! 

Cristina De Bernardo

05-05- 2005 

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