Share on facebook
Share on twitter
Share on whatsapp

Trapitos al sol de una madre de hoy

Delicias de la vida de una madre que hace “todo porque te rías”  


La maternidad en todos sus estados es muy linda. El instinto maternal y todo
eso que conlleva. Pero hay algunas bambalinas que conviene ventilar, como los
trapitos al sol, para que se pueda ir desmitificando un poco el asunto.


Por ejemplo, para una madre con perfil de hija única, ser mamá de dos
hermanos,
es una cosa seria, a veces. Otras me deja simplemente anonada. Por ejemplo,
los diálogos hermanales me siguen sorprendiendo.


Plena madrugada, esto es después de conciliar mi sueño a las 02.00 horas, mi
hija se levanta, a las seis am, con alarma regettonera, sonando con sus
decibeles al tope y entonando un reguetton.


A veces, la verdad, preferiría un gallo; sería más natural el asunto. Al menos
para mis oídos. Según su gusto musical su despertar es con: la noche está pa un
remix…voltaje, heavy y otras yerbas, que no son del todo aptas, para la mañana,
precisamente.


Pero, a mi hija, como dice ella, le cabe; conclusión, así están las cosas y
mientras tanto su hermano, aprende. Y para eso es un excelente alumno, todo lo
que no es en la escuela.

Creo, que piensa: mi hermana es un ídolo. Y yo, que
todavía estoy asimilando que me tengo que levantar media adormilada pienso,
combo: dos por uno.


Despacho a cada cual a la escuela y listo el pollo y la gallina. Pero mientras
tanto rebobino la charla mañanera de este par de hermanos, que para más datos
son mis hijos, y conmigo constituimos una familia monoparental. Mi hija,
dijimos, canta, y el otro repite sin tener la menor idea de lo que está
repitiendo.


Como loro recién entrenado pero divertido a más no poder. Además le encanta el
ritmo reguettonero con lo cual, no terminaron de cantar los gallos que él está
meneando sus caderas.

Yo que soy alérgica a las mañanas, pero ateniéndome a los
deberes maternales, cumplo, con reguetton o sin él.


Y aunque abrir mis párpados es un poco como decirlo: fuerte, insisto en cumplir,
nomás. Mi hijo, que no sé a quién se parece, no soporta no ser el centro y
ombligo del mundo.

Todo lo de la hermana lo quiere, todo lo que le escucha lo
repite. Para mal o para bien.


Sus maestras de primer grado dejaron de horrorizarse hace rato. Al principio me
miraban como bruja de la inquisición. Suponiendo que mis hijos portaba mis
influencias.

Cuando se enteraron que el benjamín tenía una hermana adolescente,
se calmaron un poco, no demasiado, las aguas del escarnio.


Todo esto viene a cuento porque era insoportable para él, que el mambo de mi
hija con la música, lo excluía por completo.

Con lo cual desplegó, seré
insistente, en el transcurso de las horas que van desde las seis de la “matina”,
hasta las ocho, hora en la que parte raudo y levitando de mi mano, porque muchas
veces llegamos o justo o reverendamente tarde, todo el histrionismo del que era
capaz para llamar la atención de su confraterna.


Evidentemente dedicada exclusivamente a su mundo feliz, esto es colgada de una
nube; ya desde la mañana, para no andar perdiendo la costumbre.

Sin renunciar a
su cometido después de desplegar toda su pantomima o por lo menos toda aquella
de la que era capaz para esa hora.


Se dedicó a zarandear a su hermana. Para qué, ahí ya empezó la guerra, sin
cuartel, de los hermanos. Con lo cual, cual referí tuve que intervenir.

Sin
otro más remedio. Empecé con los sermones, de costumbre y los gritos
italianazos no tardaron en aparecer.


Hasta que puchero, mediante, el pequeñín nos confesó, todo compungido: yo lo
hacía solamente para que te rieras conmigo, hermana.

Sino no vale. La hermana
se enterneció. Le pegó uno de esos abrazos, tan efusivos como las palmadas
adolescentes que todavía no saben calcular su fuerza.


Conclusión, su hermano mocoso y feliz fue a buscar su pulmón que con tanta
afectividad quedó estampado contra la pared.

Y santas pascuas y planetas
alineados, hasta que me avivé que por millonésima vez, tal vez llegaríamos
tarde.


Se terminó el amor materno, fraternal y cada uno marche para su cucha. Digo,
perdón, ellos a la escuela y yo a trabajar. En fin, delicias y escenas de la
vida maternal.


Por Mónica Beatriz Gervasoni –

con La colaboración de Florencia Iara Rodriguez Gervasoni y Christian Thomas
Gervasoni

¿Tu hijo no quiere estudiar? Inscríbete ahora
en nuestro curso gratis Ayúdame a entender cómo estudiar