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¿Qué tanto está dispuesto a dar?

Tu propia generosidad es la única medida de los dones que recibirás…

El pordiosero se alegró cuando oyó el sonido de los clarines. Instintivamente volvió la cabeza y vio a lo lejos la caravana de un Gran Señor que se acercaba. Bien sabía que pasarían frente a él. Y lo que era mejor aún, que se detendrían un momento antes de entrar por la puerta de la ciudad amurallada.  

¿Cómo no había de alegrarse, si aquellos señores solían dar espléndidas limosnas? Era casi como una ley no escrita, una especie de ritual para mostrar la buena voluntad a la ciudad donde comerciarían.            

El pordiosero se alegró de su suerte. Vio a su alrededor y no pudo contener una sonrisa. ¡Solo él estaba presente! El resto de los pordioseros que habitualmente pasaban sus miserables vidas en aquel lugar, habían ido hoy al templo mayor, con la esperanza de obtener mejores limosnas de los fieles que asistían al rito anual de purificación y ofrenda. 

Los pensamientos del pordiosero se interrumpieron cuando frente a él se detuvo el camello del que sin lugar a dudas era el dueño y señor de la caravana.  

            — ¡Oh amo mío! -gimió mientras se arrastraba para dar aún más lástima- ¡bendíceme con una limosna, y los cielos te bendecirán a ti con buenos negocios en esta ciudad!

            — ¿Por qué me dices eso? -respondió en tono bondadoso el hombre, aún montado en su camello- acaso crees realmente que si te doy algo, seré recompensado por ello? 

            — ¡No lo dudes, mi señor! Quien es generoso invita al cielo a ser generoso con él. ¡Dadme una limosna y probadlo en ti mismo!
           

El hombre bajó de su camello ayudado por uno de sus esclavos. Su gran estatura impresionó al mendigo. Se acercó ágilmente, lo miró fijo en los ojos, y dijo:

    — Voy a poner a prueba tu sinceridad. Si realmente crees en lo que dices, creo que podrás ayudarme. El día de hoy no he probado sino agua, y tengo hambre. Comparte conmigo algo de tu comida, y entonces según dices, el cielo te repondrá con creces tu dádiva.
 

El mendigo frunció el seño. ¿Qué era aquello? No tan solo no le daba nada, sino que encima le pedía comida. Sin embargo no se podía negar. Metió la mano en la sucia bolsa llena de arroz a medio cocer, y tomó un grano… uno solo. 

            –Toma señor, le dijo. Comprenderás que siendo yo tan torpe y tan pobre, no puedo ofrecerte ni más cantidad, ni mucho menos algo de mejor calidad que esto. 
           

El hombre tomó el grano y lo echó a la boca. Lo comió con aparente deleite y le agradeció por ello. Después montó y con toda la caravana desapareció por la puerta de entrada a la ciudad. Más que enojado, el pordiosero estaba perplejo.  

No entendía como el haber estado solo y frente a una gran caravana no hubiera significado nada para él. Desconsolado, metió nuevamente la mano a la bolsa y tomando un puño de arroz se lo echó a la boca. Empezó a masticarlo aburridamente, pero encontró algo duro. Suponiendo que era una piedrecilla, la escupió de lado.            

¡Qué sorpresa se llevó! El reflejo del sol le hirió los ojos.  

Intrigado se agachó a recoger aquello que tan fuertemente reflejaba la luz, y descubrió deslumbrado un grano de arroz ¡de oro puro!  Precipitadamente vació la bolsa de arroz en el suelo.  

Con las manos temblorosas buscó afanosamente más granos del precioso metal. Pero no encontró ningún otro. Solamente uno.            

Mientras sostenía entre el pulgar y el índice el brillante grano, se preguntó porqué solamente uno. Entonces comprendió. El señor era en realidad un gran mago, que había transformado en oro, la misma cantidad que él le había dado en alimento.   

El pordiosero maldijo su miserable avaricia. ¿Por qué diablos no le dio siquiera un puño entero de arroz? ¿Por qué él mismo no creyó sus palabras cuando aseguró que el cielo es generoso con quien es generosos con los demás?.              

Bien sea que usted crea que Dios administra las recompensas, o piense que son los hombres y las circunstancias quienes las determinen, la verdad es que en este mundo para obtener algo valioso, hay que aprender a dar primero.  

Cuando alguien se queja de que en su trabajo, en su familia, en el deporte que practica o con sus amistades, no obtiene las satisfacciones que desea, debería hacer una rápida revisión de lo que está aportando.            

Porque para progresar en el trabajo hay que aportar entusiasmo y dedicación. Y para tener éxito en la familia habrá que dar amor y comprensión constantes. En un deporte hay que entrenar y entregarse.  

Con los amigos hay que cultivar honestamente esa amistad. En lo personal creo que Dios, que es un Dios justo y bueno, nunca deja de compensar, en una forma u otra, todo aquello que hacemos.           

LO NEGATIVO: Ser tan miserables al dar, que la compensación nos deparará muy poco.

LO POSITIVO: Ser capaces de dar en grande. Y como consecuencia, recibir en grande.  

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