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Peripecias laborales de un chico de once años

El pequeño Yankele comienza un nuevo trabajo con el pie derecho.

Luego
de mi huida de lo del sastre, mi madre me consiguió trabajo en una gran librería
que vendía por mayor y menor. A los dos o tres días se presentó un problema,
pues había que entregar un pedido, un paquete bastante grande. A mí me daba
vergüenza cargar paquetes, tenía muchos amigos y no quería que me vean.

El
patrón me vio llorando, me preguntó qué me pasaba y le dije la verdad. Sin
pensarlo, también le dije que lo llevara el portero y que le pagara a él lo
que me había ofrecido a mí. Yo lo acompañaría y haría la entrega haciendo
firmar los conformes que correspondan.

Me ofrecí para hacer todo lo que hiciera
falta en el negocio, incluidos todos los mandados necesarios, pero sin cargar
grandes bultos.

El
patrón me miró, se sonrió y me dijo que llamara al portero. Le ordenó llevar
el paquete y a mí me dijo que lo acompañara, me entregó la factura y la nota
de remito para que me firmen la conformidad.

A la noche, cuando se cerraba el
negocio, me indicó que me quedara. Después que se fueron todos me llevó a su
escritorio, yo estaba temblando y lagrimeando, pensando que me despediría.

“Decime
Yankele, sin miedos ni lagrimas, por qué te da vergüenza llevar paquetes? Le
contesté que no quería que me vieran mis amigos del movimiento jalutziano
(movimiento juvenil sionista), que eran de familia pudiente y no quería hacer
de changador delante de ellos.

Se
quedó mirándome, me hizo algunas preguntas y me mandó a casa pidiéndome que
al otro día vuelva como siempre sin comentar con nadie lo que habíamos
hablado.

Volví
a casa muy contento, prometiéndome hacer todo lo posible para ser útil en el
negocio, cumpliendo todo lo que me ordenaran los empleados mayores.

Así me gané
la simpatía de todos, me tomaron cariño y me enseñaron el manejo de la
mercadería, el nombre de cada cosa y para qué se empleaban. Al poco tiempo me
permitieron atender algún cliente al por menor.

De
este modo pasó el tiempo, al acercarse fin de mes me entristecí al recordar
que había renunciado a mi sueldo a favor del portero, y no sabia qué decirle a
mi madre.

El
día del pago entraron todos los empleados a cobrar mientras yo miraba con
tristeza. Al ratito viene un empleado a avisarme que me llama el patrón.

Al
entrar, me dice que me acerque y me entrega el sueldo. Le dije que le correspondía
la portero, pero me contestó “no te preocupes, entregale la plata a tu mamá
y decile que venga mañana que quiero hablar con ella”.

Al
otro día llegué al trabajo antes que todos los otros empleados, después de
haber pasado una mala noche por la preocupación. Al rato me llamó el señor
Zukerfain, el patrón.

Cuando entré estaba sentada mi madre con una sonrisa en
la cara, lo que me tranquilizó un poco. El patrón me dijo “Yankele, así que
le habías ocultado todo a tu madre”.

Ahí
me puse a llorar y a pedir perdón, pero el señor Zukerfain agregó “bueno,
bueno, nada de lágrimas, la llamé a tu mamá para decirle que estoy muy
contento con tu trabajo, y que a partir de este mes tu sueldo será el
doble”….