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Nuestro cuerpo, ¿territorio de dolor?

Primer paso al bienestar: retomar el control del dolor, y de nuestro propio cuerpo…

Un cuerpo duele. Se contractura. La respiración se ahoga. Las mandíbulas se aprietan. No hay alivio.
La mente repite interminablemente los mismos ruegos y amenazas entremezclados de siempre, hasta que se cansa y sólo grita “Basta, basta!”.

El corazón se retuerce atravesado por emociones que no puede expresar. Duele…

¿Cómo
abordar una problemática tan compleja como el
dolor? No existe una única visión. Pretender
que una disciplina, teoría o técnica dará la respuesta ya no es posible. No es un dolor que se instala, es una persona que sufre.

Durante
siglos, se definió al dolor como una sensación provocada por un estímulo. Una
percepción objetiva molesta, generada por un daño.

Las últimas investigaciones han acercado la noción de que es una
vivencia emocional, a veces con una causa física. La Asociación Internacional para el Estudio del Dolor lo definió como
“una experiencia sensorial y emocional desagradable, asociada o no con daño
real o potencial de los tejidos o descrito en términos de dicho daño”.

Esto implica que la forma en que sintamos el dolor es subjetiva, dependerá
de los umbrales, estados anímicos, historia personal.

CUERPO
Y DOLOR

La
vida de una persona pasa por su cuerpo. Este
encarna la mente, las emociones, el espíritu, además de poseer su propia
inteligencia, producto de millones de años de evolución, con maravillosos
resultados por cierto.

No hay individuo separado de su cuerpo vivo y es a través de
él que se expresa y relaciona con el mundo. La respiración disminuida, la movilidad reducida por contracturas, dolor
o enfermedad, las emociones limitadas por bloqueos personales o sociales
obstaculizan la manifestación completa de la persona.

Por ello, cuanto más integralmente se sienta el cuerpo, más
plenamente se participa de la vida.

Sin
embargo, en esta sociedad industrial, identificamos al cuerpo con una máquina,
que debe trabajar 24 horas al día eficientemente, dirigido por la mente, hacia
objetivos que la misma cultura le vende.

La
actividad creativa y el placer, valores propios de una orientación humanista,
están perdiéndose en favor de la productividad material. Así, el cuerpo se transforma en un enemigo que hay que acallar con
pastillas, drogas o ejercicios agotadores para
que siga rindiendo.

El otro cuerpo,
el que como un todo refleja el alma, es una metáfora que sigue en espera de ser
comprendida.

¿Cómo
se traduce la alegoría del dolor? Generalmente,
en aislamiento. En principio, del
propio cuerpo. Su natural movilidad
y energía se restringen, opacando así la vida entera. Se lo vivencia como un territorio de dolor o de insensibilidad cuando éste
se atenúa.

El gozo, la diversión
se comienzan a convertir cada vez más en extraños visitantes. Por ello, el
doctor Alexander Lowen, creador de la Bioenergética, afirma que “ la sensación
subjetiva de salud es un sentimiento de animación y deleite en el cuerpo, que
aumenta en los momentos de alegría.

Al
encontrarnos en ese estado, nos sentimos hermanados con todas las criaturas
vivientes y reconocemos nuestra unión con el mundo. El dolor, por el contrario, nos aísla y separa de los demás”.

COMPARTIENDO

Algunas
personas, luego de proclamar su padecimiento por varios años ante familiares,
amigos y profesionales, otras siempre en silencio, todas, se sienten
incomprendidas, desesperanzadas, hartas de hartar a los demás con sus quejas y
terminan aislándose, creyendo que son “raras”, que nadie más sufre como
ellas.

Aquí, es cuando encontrar
un profesional especializado o un grupo en que se trate su problemática es
crucial, transformador.

Una
actitud común que se observa es tratar al dolor como un enemigo contra el cual
luchar, sólo para sentirse derrotado en cada intento.

Por ello, es necesario aprender a retomar el control del dolor, a través
de respiración, relajación, masajes y movimientos simples que descontracturen,
ya que el dolor contrae. Y, sobre
todo, generar una actitud de “escucha”, de aceptación y aprendizaje en el
proceso.

El
dolor puede ser, aunque cueste reconocerlo al principio, un maestro, un guía
hacia la comprensión de aspectos negados o inexplorados de cada uno. 

Hugo
Mujica dice que “el dolor es generalmente la pérdida de aquello que ya no
somos. Pero, como apertura a la
posibilidad de ser aquello otro que no somos y necesita abrirse espacio en
nosotros. El dolor tiene una
capacidad y una función: el dolor ahonda y el amor expande”.

A veces, hay un regodeo en el sufrimiento otras un desconocimiento de otras posibilidades, pero generalmente existe
un estancamiento que paraliza en
una ciénaga oscura y densa. Es
necesario liberar lo que produce dolor y abrirse a lo nuevo, confiando en los
propios recursos y en la vida.

No
se debe olvidar que el dolor fue (y es) considerado por muchos un castigo
divino. Esta es otra actitud fácil
de detectar. Una pauta cultural la
avala.

Adán y Eva fueron arrojados
del paraíso y condenados al dolor, luego de probar la fruta prohibida. ¿Un precio por ser humanos, capaces de conciencia, un castigo por saber? No debiera ser así. 

Quizás sea hora de aceptar el dolor como una alarma
y aprender a vivir de otras maneras menos penosas y más creativas. Citando nuevamente a Hugo Mujica: “la vida como celebración de la
vida, en su gratuidad y no en su funcionalidad”.

Se
han recorrido aspectos físicos, emocionales, mentales y culturales, haciendo
hincapié en la importancia de involucrar a todos en su tratamiento, con base en
lo corporal como soporte.

Pero, como toda experiencia humana no se agota en
explicaciones lineales o multicausales. Y
quizás ni siquiera sea importante buscarlas.

¿Cómo te duele?. ¿Tiene
forma?. ¿Se mueve o está fijo?. ¿Cómo aparece, se extiende, desaparece?. ¿Se conecta con otra parte del cuerpo?. ¿Qué lo hace surgir?. ¿Qué voz tiene?. ¿Qué te quiere decir?. Escuchá….

Un
cuerpo se relaja. Respira rítmicamente
desde el vientre. Afloja las mandíbulas. El corazón y la mente se aquietan y comunican. Algo se revela. Un dolor se atenúa.

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